ESPECTáCULOS › “GENTE DE ROMA”, DE ETTORE SCOLA

Unas pinceladas al paso sobre la Ciudad Eterna

A partir de una novela de Daniel Guebel, el director de Tesoro mío y Sudeste se retrotrae al día de la muerte de Juan Domingo Perón y echa una mirada cáustica y no exenta de humor sobre aquella encrucijada histórica, vista a través de un absurdo operativo montonero. Por su parte, el veterano Ettore Scola quiere aggiornar su cine con el registro semidocumental de Gente en Roma, pero igual se lo nota cansado.

 Por Horacio Bernades

“A los inmigrantes de los países pobres en Roma no se los discrimina”, afirma, micrófono en mano, el periodista a su compañero de asiento en el ómnibus, que lo observa algo perplejo. “No se los persigue, no se los ralea, no se los expulsa. Simplemente se hace como si no estuvieran. Total, algún día se irán, como se fueron de la ciudad tantos invasores a lo largo de la historia. En Roma no se odia al inmigrante, porque odiar y perseguir son cosas que al romano le dan demasiado trabajo: la indiferencia es más cómoda.” Casi una colección de instantáneas en las que lo documental y el esquicio se dan la mano, Gente de Roma es lo más reciente de Ettore Scola, quien a los setenta y pico parece ir raleando su trabajo. Y queriendo aggiornarlo, también. Filmada en digital y con equipo mínimo, Gente de Roma entronca con varias de las tendencias dominantes del cine contemporáneo: la fusión entre lo documental y lo ficcional, el predominio de lo mínimo, el triunfo de lo fragmentario. A pesar de la voluntad de refrescarse la cara, se lo sigue notando cansado a Scola en Gente de Roma, como viene sucediendo desde hace bastante tiempo.
Estrenada en Italia hace un par de años y presentada aquí en tres salas, en proyección de DVD, para Gente de Roma el realizador de Nos habíamos amado tanto contó con la ayuda de sus hijas Paola y Silvia en el guión. Cosa curiosa, si bien se supone que las chicas aportaron su conocimiento sobre ciertos circuitos nocturnos que papá Ettore no suele visitar, uno de los momentos más embarazosos de este paseo a través de Roma y su gente lo proporciona la escena en la que lesbianismo y traición amorosa quedan abrochados en cuestión de segundos, con un par de esquemáticos brochazos al paso. Por propia definición, la película entera es “al paso”, y no es casual que el recorrido de un ómnibus de pasajeros sea uno de sus leit motives más insistentes. Como si se tratara de la mirada de un transeúnte asomado a la ventanilla –pero rociada de actores profesionales que pasan por no actores–, en ocasiones el transeúnte se apea y entra a un restaurante, a una casa, a un boliche al paso, para presenciar escenas de brevedad variable (algunas, casi más esbozos de escenas). En ellas, también el tono y la intención varían.
El comentario cómico, frecuentemente ácido, eventualmente crítico –aquella secuencia del ómnibus, otra en la que un viejito enumera todas las definiciones posibles para el miembro masculino– se roza así con lo dramático y hasta patético, como cierta escena en un geriátrico. O con lo indirectamente político, como el fascismo común demostrado por el dueño de un bar, que echa a un parroquiano por el simple hecho de ser negro. O, por qué no, con lo fantástico, como el animado diálogo entre los muertos del cementerio. También lo verdaderamente documental, como el momento en que aparece Nanni Moretti, haciendo una apelación pública durante una manifestación (poco rencoroso parecería Scola, teniendo en cuenta que en una de las escenas más recordables de Caro diario, Moretti se brotaba con una película parecidísima a las de su colega). En tren de homenajes y a falta de Sordi –que se murió antes de poder participar de Gente de Roma–, allí está la Sandrelli, espléndida abuelita, jugando con su nieto en un parque.
A la hora de las irregularidades, una escena magnífica, tan graciosa y dolorosa como las mejores commedias all’italiana (un hombre con Alzheimer le dice cualquier barbaridad a los clientes de un restaurante) alterna con alguna inexplicable. Como esa en la que un chico se pierde en medio de una manifestación, la mamá se angustia, lo busca y lo encuentra, sin que jamás llegue a saberse qué es lo que se quiso contar con el incidente. Formato menor, en suma, y film también menor, irregular, de un cineasta que está de vuelta y no necesariamente en su mejor forma. ¿Pero acaso La cena no era igualmente menor, irregular y ligeramente pasada de hora?

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Una colección de instantáneas en las que lo documental y el esquicio se dan la mano.
 
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