ESPECTáCULOS › PREMIOS TRINIDAD GUEVARA
La escena teatral tuvo su gran fiesta
En el San Martín distinguieron lo mejor de la temporada 2004.
Lejos del glamour hollywoodense que pretenden los premios a la industria televisiva, la fiesta del teatro realizada el martes pasado en la Sala Casacuberta del San Martín se llevó a cabo con más modestia, pero también hubo espacio para la polémica. Una vez más, como todos los años, se entregaron los premios Trinidad Guevara, máxima distinción que otorga el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a los actores, directores y teatreros que, en este caso durante 2004, se destacaron en la escena teatral porteña. La estrella de la noche fue la obra Los desventurados. Luis Romero fue elegido como mejor director por sobre el preferido del circuito no oficial, Daniel Veronese, y la experiencia de Rubén Szuchmacher. También el elenco tuvo su rédito, acaparando los premios a la mejor actuación masculina, tanto protagónica como de reparto, que quedaron en manos de Rubén Stella y Osvaldo Bonet, respectivamente.
Ubicados en el centro de la sala, todo fue celebración para los venturosos “desventurados”, no así para otros sectores de la platea que demostraron su disconformidad ante algunos resultados. El primero en instalar la polémica fue Hernán Romero, protagonista de Shakespeare comprimido: en medio de los tradicionales agradecimientos, mientras recibía la estatuilla a la revelación masculina, objetó que un miembro del jurado hubiera sido premiado en el rubro Creatividad Escenográfica. Efectivamente, se trataba de Alberto Bellatti, elegido como representante de la Asociación Argentina de Actores y al mismo tiempo laureado por su labor en De cirujas, putas y suicidas. Silencio absoluto, desconcierto entre los conductores, Luis Formento y Ana María Cores, tras lo cual Daniel Couto, coordinador del jurado, debió subir a escena para dar las correspondientes explicaciones ante la sospechosa coincidencia.
La segunda interrupción fue la que realizó desde su butaca la actriz Ana María Giunta, durante el discurso del eufórico Rubén Stella en el que, tras ser reconocido como mejor actor, agradeció a colegas y maestros. “Detrás están los actores especiales”, gritó Giunta rompiendo el aprobador silencio del público, haciendo notar que nadie se había acordado de ellos, chicas y chicos discapacitados ternados por su participación en los Talleres Integrados de Arte para la vida Todos en Yunta. Minutos antes habían sido derrotados en el rubro Mejor Producción Teatral Privada en el que se reconoció al Ciclo Teatrísimo; el reclamo de Giunta, y la discusión que se prolongó por varios segundos, parecía provenir de un antiguo desacuerdo que había tenido con Stella durante su gestión en la Secretaría de Cultura de la Nación.
Con estas excepciones, la fiesta se desarrolló con la naturalidad esperada y los tradicionales festejos y decepciones. Lucía Laragione fue destacada como mejor autora teatral por su pieza Criaturas de aire, venciendo así al primer biodrama del dramaturgo Javier Daulte, autor de Nunca estuviste tan adorable. También se destacó el trabajo de Elizabeth de Chapeaurouge, por su labor coreográfica en Peter Pan; Pocho Lapouble, por la creación musical realizada para En casa/En Kabul, y Vera Czemerinski como revelación femenina por El jardín de los cerezos. Rita Terranova fue premiada como mejor actriz, dejando sin estatuilla a Cristina Banegas, premiada en varias oportunidades durante 2004 por su papel en La señora Macbeth. “Este premio tiene una importancia especial porque, además de la estatuilla, es un subsidio mensual y vitalicio –explicó Terranova–. Generalmente se le da a actores que dedican su vida al teatro. En mi caso, yo trabajé con mi padre y ahora estoy trabajando con mi hija, iniciando así la tercera generación de actores en la familia.”
El momento cumbre fue la entrega de los premios a la trayectoria. Juan José Bertonasco recibió la estatuilla como regalo de cumpleaños, tras haber alcanzado el día anterior sus 83 años. Ana María Casó recibió el premio a la Trayectoria Femenina. “Este premio significa la permanencia, seguir sobreviviendo, resistiendo y amando el teatro”, resumió la actriz, mientras defendía la capacidad teatral de construir en la adversidad: “Ser actor implica resistir a la cultura de la globalización, a la pérdida de identidad, a la chabacanería de la estupidez de los programas de chismes... El nuestro es el lugar de la resistencia, al igual que el de todo el pueblo argentino que también resiste”.
Informe: Alina Mazzaferro