ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON DIEGO LERMAN
“La mía es siempre una acción infiel”
El realizador de Tan de repente vuelve a “traicionar” a César Aira en un corto.
Por Julián Gorodischer
¿Hay una novela menos adaptable que La guerra de los gimnasios? Es un relato de fantasía exacerbada que transcurre en un pequeño gimnasio de Flores, allí donde –según la trama que ideó el novelista César Aira– irrumpe un pequeño hombrecito en busca del vigor que le falta: reclama un cuerpo que despierte “miedo en los hombres y deseo en las mujeres”. En la prosa de Aira aparecen historias alucinadas, peleas entre ninjas y patovicas, una verdadera guerra narcótica entre gimnasios de la zona que sorprende por la inclusión de lo extraordinario en un ámbito corriente. ¿El germen para un cineasta? Diego Lerman se dio por aludido y se decidió, primero, a adaptar La prueba (en cortometraje y luego en versión libre para su largo Tan de repente) y después se animó con La guerra... (que podrá verse hoy y mañana a las 18, gratis, en el Malba). Las criaturas de Aira, en la pantalla, toman vida propia y enriquecen una narración disparatada hasta en la combinatoria del casting (desde Natalia Oreiro, que dio el sí sin dudar, hasta Mirtha Busnelli y Luis Ziembrowski); lo que queda es un cuentito marcado por el non sense pero que no inhibe la lectura social.
Diego Lerman concibió ese mismo estado de guerra permanente que cuenta la historia novelada, por qué no una fábula sobre nuestros tiempos, “pero sin pretensiones editorialistas”, arriesga el director. “El foco –dice en la entrevista con Página/12– está puesto en la constancia de la lucha entre dos bandos sin saberse bien por qué pelean. Había una intención de ligarlo a guerras inexplicables con intereses ocultos, llenas de ataques y respuestas.” Si la magia de Aira es ubicar su metafísica en vestuarios masculinos o cintas para correr, el trabajo de campo de Lerman comprobó lo que la letra anunciaba: él mismo se anotó en un gimnasio de barrio, charló con los devotos del músculo, hizo cada rutina disciplinadamente y concluyó que “el gimnasio es un lugar de contención, un espacio extraño en el que el entrenamiento constante tiene fines poco claros... Lo mundano y lo trivial podrán convivir con la problemática existencial... sin saberse si la compulsión a cuidarse y agrandar el cuerpo es para participar en un maratón, para cruzar un río a nado o para suplir un gran vacío”.
–¿O todo a la vez?
–Lo que se pone en juego en el gimnasio es la virilidad asociada al músculo, con enormes cuerpos trabajados pero que, a la vez, tienen algo muy femenino en el cuidado excesivo a través de la depilación y la obsesión por la estética. Si en mi primer corto, La prueba..., quise que sólo aparecieran mujeres porque era una historia esencialmente femenina, el relato de La guerra... es básicamente una reflexión sobre la masculinidad.
–¿Puede leerse como parábola social?
–Es muy ambicioso proponer una lectura alegórica, pero hay un correlato con la guerra global. Yo intercalé textos de El arte de la guerra, del escritor chino Sun Tzu, que incluye máximas de guerra y refuerza la idea del combate continuo. En el medio de esta trama hay muertos, y siempre hay algo de la realidad que se filtra.
Lo de Diego Lerman es, también, una cruzada por la revalorización de un formato: el cortometraje. Quiere correrse de las pautas standard asociadas a filmar, del circuito cerrado de distribución que limita y entorpece. La prosa de Aira necesita de la exploración de lenguajes y formas, y Lerman insiste con sus duraciones poco convencionales (en cortos y mediometrajes) a pesar de que sabe que “son inviables, y todo conspira en contra: es muy complicado. ¿Qué busco? –se pregunta–. Probar un nuevo género, una manera alternativa de filmar, otro modo de distribuirlos, por ejemplo, a través de DVD que incluyen mis cortos La prueba y La guerra de los gimnasios y que se pueden comprar en algunas librerías o en el Malba. Es tratar de terminar con un circuito cerrado que te ciñe más de lo que te libera, y repensar otros proyectos”.
–¿Lidera una cruzada del cortometrajista?
–Me encantaría que el formato no fuera una restricción, pero es una batalla casi perdida. Las lógicas de producción son estandarizadas, y hacer una película –se supone– tiene que seguir caminos establecidos, siempre los mismos.
Para animarse a adaptar a César Aira, el inadaptable, Diego Lerman se acercó a su obra sin prejuicios, se dejó impresionar por los diálogos que se enlazan como en una asociación libre, decidió que no tendría método, ni reglas, ni pautas fijas y se dejaría llevar por los destinos truncos y los virajes repentinos en las vidas de estos personajes. Esa carga de libertad narrativa se siente en su largo Tan de repente, inspirado en La prueba, allí donde la crónica urbana sobre chicas porteñas podrá derivar en una road movie de aventuras y romance lésbico en la ruta sin dejar afuera al pequeño drama de interiores de problemática familiar cuando la acción desembarque en la ciudad de Rosario. Si bien la poética de Aira invade cada minuto de los films de Lerman, el proceso de escritura –dice– lo lleva a olvidar al punto de partida. Su destino como adaptador es, en esencia, una transgresión al original. “La mía es una acción infiel por demás –asume–, es imposible rescatar con fidelidad esa atmósfera que impregna el original.”
–¿El adaptador como traidor?
–Adaptar a Aira fue tomar elementos y trabajarlos de acuerdo con la subjetividad de cada adaptador. Por ejemplo, para filmar el corto La prueba cambié el final de la novela y pensé que la salida al mar de las chicas (como desenlace de la aventura) debería buscar otro clima. Sí, en cambio, me interesó mantener ese espíritu apocalíptico que se lee en cada página de La guerra..., esa belicosidad permanente que aparece en la confrontación entre bandos.
–¿Y Aira qué opina de esa “falta de respeto”?
–Su reacción fue positiva; nos encontramos varias veces en bares y no me dio consejos pero se lo vio entusiasmado. Casi consigo que actúe en la película: le mostré el guión y le dije que tenía que hacer de Ferdi, el protagonista de La guerra... Estuve a punto de lograrlo... ¡pero le dio pudor!