ESPECTáCULOS › “DIOS ES GRANDE, YO SOY PEQUEÑA”, CON AUDREY TAUTOU
Una vez Amélie, siempre Amélie
Por Martín Pérez
Todo es por culpa de Amélie. Si no fuese por el fenómeno del film de Jean–Pierre Jeunet, la realidad cinematográfica de la pizpireta Audrey Tautou no sería tan sólo un eterno primer plano. Y, seguramente, un film en el que su pequeñez llega al título del mismo no llegaría hasta estas costas. Pero así son las cosas, y entonces es imposible no pensar en Tautou como una eterna Amélie, aun cuando en Dios es grande... encarna a Michelle, una joven de veinte años que busca desesperadamente hacer algo con su vida de desinteresada top model, noviazgos inútiles y una familia que sólo significa problemas.
Con un permanente tono de comedia romántica con aliento clásico, Dios es grande... es el tercer opus de la directora francesa Pascale Bailly, un film cuya producción comenzó mucho antes que Tautou se hiciese famosa encarnando a Amélie. Pero que no sólo terminó siendo el primer protagónico de la actriz francesa después del éxito del film de Jeunet, sino incluso le debe su posproducción y estreno a semejante suceso. No es de extrañar entonces que a la inevitable sombra de ese golpe de boletería asome Michelle, el decidido aunque quebradizo personaje de Tautou en el desparejo film de Bailly, que recorre los avatares de un romance desde su comienzo hasta el “continuará” que funcionará como final.
Nada es fácil para la veinteañera Michelle, que cruzará su camino con el del treintañero François justo en medio de un aborto, una separación y un intento de suicidio. Y a partir de semejante grotesco oxímoron sentimental comenzará a contarse la historia de ambos, repleta de besos, peleas y posteriores reconciliaciones, con un decidido paso de película francesa, esa que permite el reconocimiento cotidiano tanto en las peleas como en las risas y los besos. Pero tanto el film como el romance que presenta dependen demasiado del triunfo o no de los mohínes de Tautou en el espíritu del espectador. Y de François, su pareja. Y por momentos, el film de Bailly parece tan decidido a creer en cualquier cosa como su protagonista, que luego de intentar con el catolicismo y el budismo, se entrega al judaísmo del que escapa el judío no practicante François, al que ella acusa de no creer en nada.
Allí es donde sin dudas se esconde lo más logrado de un film cuya esquiva realización termina enojando, tanto como los caprichos de Michelle enervan la cotidianeidad de su veterinario François. Tan obvia y limitada en cada uno de sus pasos y sus crisis que necesita casi desesperadamente historias secundarias, Dios es grande, yo soy pequeña sólo existe gracias a Tautou. Y verla otra vez en primer plano, toda ingenuidad e inmadurez, tal vez sea la única excusa para acercarse al film de Bailly. Pero también la más precisa advertencia para mantenerse lejos de él.