ESPECTáCULOS › “FRANTIC”, EL NUEVO DISCO SOLISTA DE BRYAN FERRY
Un gentleman, pero en jeans
El ex Roxy Music dejó de lado los excesos orquestales y su pose de noble en decadencia. Ahora, mandan las buenas canciones.
Por Roque Casciero
Durante las últimas dos décadas, Bryan Ferry se dedicó a pulir (y repetir) el sonido que había logrado en Avalon, el último trabajo de estudio de Roxy Music. Al principio le salió bien: Boys and girls (1985) y Bete Noire (‘87) fueron álbumes sólidos y exitosos, en especial gracias a los singles “Slave to love” y “Kiss and tell”. Pero después pareció estar tan obsesionado con encarnarse en una suerte de Frank Sinatra más o menos moderno –y con llenar de texturas cada segundo de sus grabaciones–, que perdió de vista su fuerte: las canciones. Por eso, Taxi (‘93) y Mamouna (‘94) se convirtieron en esa clase de discos que los fans escuchan un par de veces antes de ponerlos a juntar polvo. Y nadie puede culparlos: ¿para qué querrían contentarse con esos platos recalentados y sosos cuando el propio Ferry ya había servido en bandeja unos cuantos manjares? Sin embargo, As times go by abrió una puerta a la esperanza. El álbum no era más que una colección de reinterpretaciones de standards de los años 30, pero la instrumentación de época realzaba la voz inconfundible de Lord Bryan y dejaba la sensación de que, al menos, el hombre había recuperado la compostura. Después vino una nueva reunión de Roxy Music, que encontró a la banda con mejor forma que en su reencarnación ochentosa, y Ferry decidió revisar el álbum solista que ya había terminado antes de salir a la ruta. Ahora que Frantic (“Frenético”) ganó la calle se pueden confirmar los pronósticos favorables: es el disco que el cantante le debía a sus fans desde los 70, el que muchas veces amagó con hacer antes de volver con la cola entre las patas.
Aquí aparece sólo a cuentagotas el Bryan Ferry ochentoso, auténtico decadente de tanto insistir con fingir la decadencia. Cuando las guitarras amenazan con ir hacia los lugares de siempre y los teclados con la filigrana excesiva, el propio cantante, astuto, recuerda que en el arte del disco aparece en remera y jeans. Entonces, de entrecasa pero siempre elegante, pone voz y armónica a la obra para que sus canciones brillen, en lugar de opacarlas mediante una fútil sobreproducción. Por ejemplo, “Hiroshima” y “Cruel” podrían haberse convertido tranquilamente en nuevos fallidos empalagosos, pero exudan una frescura que las salva del hastío. Encima, el cantante entrega ‘joyitas como “San Simenon”, en la que los agudos de una soprano se confunden en planos sonoros con risas y susurros, mientras violines y un piano cargan de tensión la atmósfera. Perfecto para los versos que Ferry recuperó del remanente de “In every dream home a heartache”, aquella obra maestra de Roxy Music sobre la falsa idea de perfección que generan el poder y la riqueza.
En esta ocasión, Ferry logró que su viejo compañero Brian Eno le diera algunas manitos con teclados, guitarras, coros y hasta con la composición: “I thought”, el formidable tema que cierra el álbum, lleva la firma de ambos. Entre los demás cómplices del vocalista se encuentran el guitarrista de Radiohead Jonny Greenwood, la cantante Allison Goldfrapp y reconocidos sesionistas como Chris Spedding y Mick Green. Con todos ellos, Ferry entrega, como tantas veces, una mezcla de covers (dos de Bob Dylan, uno de Leadbelly) y temas propios (varios escritos con la ayuda del Eurythmics Dave Stewart), aunque cuesta discernir unos de otros por la coherencia con la que fueron ensamblados. Es casi una obviedad aclarar que Frantic no está a la altura de Roxy Music o For your pleasure, aquellos álbumes glam en los que Roxy contaba con Eno como arma secreta. Sin embargo, tal vez se lo pueda agrupar, pegadito a The bride stripped bare, entre lo mejor de la carrera de Bryan Ferry como solista. No es poco. Por eso, nomás, es difícil que este álbum esté destinado sólo a juntar polvo en las discotecas.