ESPECTáCULOS › COMENZO “POPSTARS” EN VERSION MASCULINA, POR TELEFE
El sueño del Backstreet Boy
El primer programa recorrió las historias de los cuatro mil aspirantes, que intentan ser parte de un grupo del estilo de las Bandana.
Por Julián Gorodischer
Los que están en la cola dicen que “todavía es posible creer en algo” y se aferran a la utopía Bandana para justificar el frío y el sueño. En el primer episodio de “Popstars” (miércoles a las 21, Telefé) tocaron el cielo con las manos, orgullosos de ser parte del último exponente de una industria fuerte del espectáculo, aun en la Argentina en bancarrota. Alguno, en la cola, llega a hablar de milagro y no parece estar tan lejos de una descripción realista: dos discos supervendedores del grupo telepop, la promesa de repetirlo con los chicos, un record de Gran Rex sólo comparable a la performance de Sandro y un programa que nació como fetiche teen y hoy ocupa el horario central de Telefé. Los de la cola se suman a esa muletilla popstar de alto rendimiento, la que garantiza la adhesión y la intriga: el sueño es posible. Las madres lloran.
Si otros reality shows se encerraron en la burbuja de una casa, mansión, bar o isla, si creyeron que la fórmula del rating era recrear un hermético mundo fuera del mundo, marcado por lo banal o superfluo, por la exclusión en sí misma, “Popstars” entendió otra cosa. El único sobreviviente del género en la tele de 2002 se pensó a sí mismo como un retrato de la Argentina, no como refugio sino como fotografía. En esa cola de personajes variopintos que nutrió gran parte del primer envío, el reality reflejó la miseria.
“Yo vendo en el tren”, “Yo hago malabares en la calle”, “Yo pido en el subte”, cuentan los aspirantes a una movilidad social que queda limitada al último bastión de progreso ilimitado: la tele. “Popstars” recorre con su cámara la cola junto al Club Hípico, un kilómetro que congregó cuatro mil almas argentinas en pena, y se consagra como retrato de época: Pablo vino a dedo porque no tiene para el colectivo, pero está ante la oportunidad de su vida: ascender, pasar a otro estatuto que no otorga el saber o el dinero, sino el último y gran dador de status: ser famoso.
Los chicos de la Argentina popstar no tienen (a juzgar por sus perfiles en pantalla) profesiones, ni aspiraciones extratelevisivas, ni currículum. Son y existen por y para “Popstars”, ideal de belleza y felicidad que los nuclea. Los chicos de la Argentina popstar son extremos: o bien machos o muy sensibles. Por eso, los primeros festejan con un puñetazo en el propio pecho y un alarido: “Quedé, carajo”. Y a los segundos se les reserva un “Iupi” con caricia de mamá en el flequillo. La Argentina popstar es benefactora y solidaria, y para que quede claro lo expresan los jurados: “Estamos orgullosos de volver a dar una oportunidad”, se le escucha a Afo Verde, su coordinador.
“Popstars” recrea todas las variables del imaginario argentino. Sobre “estar en la mala”, pinta a sus chicos sufridos pero con esperanzas, siempre listos para el batacazo que tiene un solo nombre: Bandana. Sobre la fiesta que llega con el aviso de “pasaste”, sólo existe una posibilidad de alegría: los papelitos que caen, la popular que aúlla y el grito de “Argentina”. La utopía realizada se llama “entrar a la tele”, mostrar la vida en la pantalla y asegurarse un lugar en el grupo pop, de groupie a famoso, de cazador a firmador de autógrafos.
Cuando España pensó su propio “Popstars” lo bautizó “Operación Triunfo”. La utopía española incluyó dos rasgos muy diferentes a la argentina: nombre en castellano y academia para capacitar a los aspirantes. El sueño español se entendió bien vernáculo y diseñó clases de canto y baile para formar a los ídolos. El sueño argentino es distinto: no hay academia. “Popstars” es un casting permanente, una búsqueda de empleo, de changa, de dinero en la malaria. Una academia demoraría las cosas, no serviría para nada. Las pruebas se rinden con el solo fin que las justifica: salvarse. “Popstars” tiene nombre importado para que el aspirante se sueñe grande y Backstreet Boy. Es casi lo mismo, en la cancha de Ferro o en el CarnegieHall. Importado, a tono con la fantasía argentina de inserción en el mundo: casi como un Hollywood criollo, tanto como para recibir a los aspirantes, en el primer día de casting, con la misma alfombra roja.