ESPECTáCULOS › “EL úLTIMO BESO” REFLEJA EL MIEDO A CRECER DE UN GRUPO DE AMIGOS, PERO SU RADIOGRAFíA SE DEJA TENTAR POR EL ELOGIO AL CONFORMISMO
“Nos habíamos amado tanto”, para la generación de los treintañeros
Por Luciano Monteagudo
Dos años atrás, con su segundo largometraje, Come te nessuno mai, exhibido en competencia en la segunda edición del Festival de Buenos Aires y luego estrenado bajo el título Ahora o nunca, el director italiano Gabriele Muccino (Roma, 1967) sorprendió por la energía y la vitalidad con que era capaz de abordar una historia coral de iniciación adolescente. El frenesí de un grupo de chicos y chicas que tomaban un colegio secundario y que mezclaban el debut en la política con los primeros escarceos sexuales encontraba en la cámara desencadenada y el ritmo incandescente del montaje de Muccino una expresión muy adecuada a su tema y sus personajes, en una feliz coincidencia de forma y contenido. Ahora en El último beso Muccino aplica ese mismo estilo fuera de borda para trazar un retrato colectivo de su propia generación, los hombres y mujeres italianos de treinta y pico, y el recurso ya resulta, por lo menos, artificioso.
Es verdad que el propio Muccino, hablando de su film, se ha referido al miedo a crecer y a envejecer de sus personajes, a su “desesperada necesidad adolescente de permanecer libres”, a su tenaz resistencia a asumir las obligaciones y convenciones que no sólo la sociedad sino también la edad les van imponiendo. Pero aún así, atendiendo a la idea de que estos personajes de L’ultimo bacio puedan ser, de alguna manera, una prolongación de aquellos de Come te nessuno mai, el arrebato, la permanente carrera sin aliento en que se convierte su película parecen expresar ahora no tanto el ánimo de sus criaturas sino más bien la necesidad del director de no detenerse nunca a reflexionar, de abrumar al espectador con el vértigo de su hiperkinética puesta en escena antes de que sean demasiado evidentes los lugares comunes y los estereotipos.
Empezando por Nos habíamos amado tanto, el recurso del grupo de amigos no es nuevo, por cierto. Allí están, rumiando qué hacer de sus vidas, Carlo, Adriano, Paolo, Alberto y Marco. Acaban de dejar atrás la barrera simbólica de los treinta años y no tienen nada demasiado serio de qué quejarse, salvo la angustia frente al tiempo que pasa, el ahogo ante a las responsabilidades que tienen por delante. Por ejemplo, Carlo (Stefano Accorsi): lleva tres años felices de vida en común con la espléndida Giulia (Giovanna Mezzogiorno), pero cuando ella queda embarazada y le propone casamiento, él sale disparado hacia un romance casi infantil con una chica de 18, a la que va a buscar a la salida del colegio. Paralelamente, Giulia descubre que la vida de su madre (Stefania Sandrelli) no es precisamente un jardín de rosas. Y los amigos de Carlo –uno de ellos ya casado y con un bebé de seis meses; otro atado al mandato paterno; un tercero dedicado a las conquistas fáciles– lo único en que piensan es en escapar, en agarrar una combi y perderse por los caminos inexpugnables de Africa.
No se le puede negar a Muccino la destreza con que maneja simultáneamente todas sus historias paralelas, la solvencia técnica pararesolver las secuencias más difíciles, el tempo y el ímpetu que consigue de sus actores y actrices, especialmente Accorsi y Mezzogiorno, dos intérpretes en alza en el panorama del cine italiano. Pero en el uso machacón de la música, en la recurrencia visual a un look vistoso y publicitario, en la deliberada actualización de ciertos arquetipos del “love Italian style” se puede sospechar también cierta demagogia, que no termina de esconder un solapado elogio del conformismo.