ESPECTáCULOS › “XENAKIS-PERSEFONE”, EN EL CENTRO DE EXPERIMENTACION
Imagen y sonido de un mito
La puesta de Alejandro Cervera logra, sin forzar situaciones, una notable integración de artes escénicas y música contemporánea.
Por Silvina Szperling
No es habitual la conjunción de manejo musical y coreográfico por partes iguales, y a alto nivel, en un mismo artista. Alejandro Cervera representa una de las excepciones. Músico y coreógrafo argentino, durante años director del Ballet del Sur (ocupación que lo llevó a afincarse en Bahía Blanca en la década pasada), es un profundo conocedor de la música. Egresado del conservatorio Manuel de Falla y del Instituto de Artes del Teatro Colón, bailarín, director asociado y coreógrafo invitado entre fines de los ‘70 y mediados de los ‘80 en el ballet del San Martín, Cervera era el candidato ideal para montar una obra en el Centro Experimental del Colón. Este espacio original, tanto por su arquitectura como por su programación, suele dar cabida a propuestas novedosas de integración de las artes escénicas y la música.
El día del estreno de Perséfone, los tambores del ensamble Paralelo 33, desde el subsuelo del CETC, fueron la vibración en la que se apoyó el concierto que Daniel Barenboim protagonizaba en la sala principal con su interpretación de Beethoven. No se sabe si los músicos o el público que asistía a uno de los acontecimientos musicales más esperados del año percibieron los influjos del mito griego y la energía ritual que la dupla Cervera/La Porta (desde la coreografía y la dirección musical, respectivamente) produjeron en ese plano inferior del edificio de Cerrito y Lavalle. Eso sería terreno de otro tipo de investigación. Lo cierto es que los espectadores que bajaron las escaleras que conducen al CETC se sintieron conmovidos por la experiencia Xenakis-Perséfone. Como introducción, Okho, un trío de djembés (tambores africanos) compuesto por Xenakis en 1989, calentó el clima con un juego sonoro que captó la atención de todos y funcionó casi como una clase de percusión. Prejuicios acerca de la inaprehensibilidad de la música contemporánea fueron cayendo uno a uno, a medida que la naturaleza lúdica de la composición se contraponía con la imagen estática de los tres músicos quienes, descalzos y vestidos de negro, sacudían los parches mirando atentamente sus partituras en medio de un particular escenario cubierto de arena que atravesaba la sala partiéndola en dos. Sin nadie más aún en escena, la breve pieza permitió observar como si fueran personajes a la estructura cuadriculada de hierro que pendía sobre el centro del espacio, los bloques de madera cubiertos de pétalos rosados que cubrían uno de los extremos, la luz que unía platea y podio y los sets de percusión que rodeaban todo el espacio, preanunciando que lo que vendría luego no sería algo de lo cual distanciarse fácilmente.
El plato fuerte del programa, Perséfone, logró mover el aire mismo de la sala, gracias en parte a la mínima distancia entre público e intérpretes, situación que impidió librarse de ser cubierto por la nube de arena que se levantó desde el escenario en el momento cúlmine. Manejando imágenes arquetípicas, Cervera introduce uno a uno sus personajes, dotándolos demovimientos ultradelineados, muchas veces poses ortogonales que van hilvanando, cual fotogramas, el mito en el que se basa su coreografía. Dicho mito es el que explica la sucesión de las estaciones, a partir de la que se alternan la esterilidad del invierno y la fertilidad de la primavera.
En el principio, el padre de la protagonista, nada menos que Zeus, interpretado por el gran-pequeño Miguel Angel Elías, entra acotado por muletas y unas especies de coturnos de metal cromado. Se le opone Hades, quien gobierna las profundidades y eventualmente raptará a la joven, interpretado por el solvente bailarín negro Leonardo Haedo. Desde ese momento se desarrollará la historia: la madre de Perséfone, Deméter, la buscará durante nueve años y nueve días. Marina Giancaspro transmite la desesperación y tenacidad de su búsqueda, no sólo mediante la intensidad de su movimiento, sino a través de una máscara facial de gran fuerza. Paula Rodríguez, quien interpreta a la protagonista, es quien más permiso obtiene en esta coreografía para utilizar un lenguaje flexible y casi romántico, que se opone a la simetría prusiana de los otros personajes. Simetría que logra aclarar la lectura de la narración y permite dejarse llevar energéticamente por el vendaval de sonido que acorrala al público desde todas las esquinas y paredes (un verdadero efecto surround en vivo). Apoyado en polarizados dúos y sostenedores cuartetos (básicamente el de los cuatro muertos), Cervera irá montando en forma de crescendo su rito, en el que el padre perecerá fatalmente a manos de su oponente no bien logre liberarse de sus muletas, la madre oficiará de enlace y la hija logrará dejarse desposar por el bien dotado Hades, mudándose al infierno y visitando a su madre (y a los humanos) una vez al año, en la primavera.