ESPECTáCULOS
La historia secreta del desembarco de la televisión en la Argentina
El presidente Perón no valoró su importancia, pero Evita sí. Al menos ésa es la historia que cuenta un programa que Canal (á)presenta hoy.
Por Oscar Ranzani
Cuenta la historia que Perón le desconfiaba, pero Evita, aun muy enferma, la impulsó sin vacilar. No es que el General no apoyara el invento que revolucionó las comunicaciones del siglo XX sino que lo miraba con recelo porque no lo entendía. Tal vez pensaba que esa figura de líder carismático que había construido en el cara a cara con el pueblo se desdibujaría en la pantalla. Sin embargo, Evita –que había renunciado hacía muy poco tiempo a la candidatura a vicepresidente para el segundo gobierno de su compañero de vida– inauguró la televisión el 17 de octubre de 1951 durante la celebración del sexto aniversario del movimiento peronista en la Plaza de Mayo. Paulatinamente, la televisión se convertiría en el medio de comunicación con más llegada a la gente, un proceso cuya finalización es este momento del siglo XXI y, a la vez, en el más polémico. La génesis de su existencia está narrada con detalle en el especial “La llegada de la televisión”, que Canal (á) presentará hoy a las 14 en el marco del ciclo “Argentina, una historia”.
El debut de la televisión en el país no fue una noticia relevante para los diarios de la época y no tuvo una inauguración oficial por parte de las autoridades. Durante las primeras semanas, los únicos privilegiados no fueron los niños sino los amigos del gobierno, quienes recibieron unos aparatos envueltos en grandes cajones de madera. La fascinación por la imagen se reflejaba en las vidrieras de los comercios que ofrecían a precios suculentos el nuevo “chiche” electrónico. Como la mayoría de la gente no tenía acceso al televisor, se agolpaba en los negocios para estar al tanto de la novedad. En esa época existía solamente el Canal 7, propiedad del Estado, que operaba en la sede del Ministerio de Obras Públicas. El despegue se produjo el 4 de noviembre de 1951, cuando comenzó a ofrecer cinco horas de programación diaria con géneros disímiles como el humor, deportes y cine. Los contenidos de la radio se trasladaron a la TV, que empezó a transmitir los teleteatros. Años más tarde, los melodramas se convertirían en el fenómeno que atraparía al público femenino.
“Había como 45 minutos entre programa y programa”, recuerda Edgardo Borda, antiguo productor y director de televisión. “A las 6 de la tarde terminaba un programa y casi a las 7 en el mismo estudio se ponía al aire el segundo. Por lo tanto, el grupo de realizadores y de utileros desarmaban la escenografía del programa en 15 minutos y tenían media hora para armar el restante. Mientras lo ensamblaban iban colocando la luz y los actores repasaban su letra. En medio de eso, que era una locura, sonaba una chicharra, subías al control y salías al aire. Realmente fue una etapa lindísima porque te obligaba a usar la cabeza para poder trabajar”, comenta. “Ahora parece gracioso, pero los decorados eran bastidores o armazones de madera con tela”, explica el escenógrafo Cacho Caldentein. “Esa tela estaba pintada de acuerdo con lo que se precisaba. Teníamos distintos tipos de decorados: salas lujosas (que eran francesas o inglesas), paredes rotas, frentes de casas, barcos, trenes, ranchos, etcétera. Pero nada era de papel. Todo era pintado porque veníamos del teatro y los materiales tenían que ser muy livianos, ya que el armado y el traslado de todo eso tenía que ser muy práctico”, explica Caldentein.
Dos datos curiosos. El 18 de noviembre de 1951, una semana después del segundo triunfo electoral del peronismo, se transmitió el primer partido de fútbol por el campeonato: San Lorenzo recibía en el viejo Gasómetro a River Plate. El 1º de abril de 1954 salió al aire el primer noticiero televisivo. Cada emisión duraba quince minutos y el conductor daba las noticias escribiendo con una tiza en un pizarrón, sin utilizar material de archivo.
El documental cuente como en los ‘60, la televisión pasó de tener un carácter artesanal para industrializarse y comercializarse a partir del surgimiento de tres nuevas emisoras: Canal 9 (que fue adquirido por Alejandro Romay en el ‘65), el 13 (manejado por el cubano Goar Mestre) y el 11 (propiedad de una empresa liderada por un empresario muy ligado a la Iglesia). Desdeentonces, la batalla por el rating se fagocitó la creatividad de la mayoría de los productores.