ESPECTáCULOS
Los que siguieron el paso de Narciso Ibáñez Menta
Sangre fría y Epitafios le dan cuerpo al capítulo 2004 del terror en la TV. Una variante poco transitada, pero no exenta de perlas para el recuerdo.
Por J. G.
Más allá de Narciso Ibáñez Menta, no pasó demasiada agua bajo el puente: el terror le fue esquivo a la televisión, desacostumbrada al género o, tal vez, con pocos recursos para financiar sus efectos especiales. Todo empieza y termina (a simple vista) en El Pulpo Negro, a principios de los ’80, más una marca generacional que una serie consumada. Allí reinaban un villano malísimo, diálogos declamados y el gesto deforme de Narciso acompañando a una camada educada en el kitsch. Si hubo un asomo de terror en la tele, su padre fue Narciso, que brilló en perlas como Historias para no dormir, Obras maestras del terror, escritos por Luis Peñafiel, y con la increíble versión de El hombre que volvió de la muerte, firmada por Abel Santa Cruz. En todas sus obras, con la estética de los estudios desmontables, paredes tambaleantes y portazos que hacían temblar livings y pasillos, hubo marcas infaltables: la palidez extrema, los tonos graves, demorados, y el asesino a cargo de Narciso, como un privilegio autoconferido. Pero la censura de la dictadura y los bajos presupuestos borraron al terror de la pantalla chica, abriendo un vacío que entregó la hegemonía a la comedia de enredos y la telenovela.
Sólo un cierto aire de suspenso se mantuvo en el policial argento para consumo interno, con Rodolfo Ranni puteando, en dupla con Federico Luppi o Julio De Grazia. Hubo que esperar a los años ’90 para reinventar el género en la tele, de la mano de los hermanos Borensztein, con la notable El garante (Leonardo Sbaraglia debiendo resistir el cobro de una vieja deuda, a cargo del Diablo encarnado por Lito Cruz) o algunos episodios de Tiempo Final, como el excelente Túnel satánico, que hizo de Norman Briski un peregrino al Infierno. Bajamar, poco después, refundó un pueblo del tipo Twin Peaks en el corazón de Villa Gesell, a las órdenes del director Fernando Spiner. Sin embargo, algo no terminaba de cuajar: ni experiencia rentable, ni aceptado por el gran público.
El terror desanimó a los productores tal vez, como dice el crítico Santiago Calori, porque nunca existió una tradición local para consumir el género. “Yo vi la locura ante el estreno de Scream en Nueva York –dice–, era más que una película. Parecía una experiencia religiosa.” Por aquí, nada parecido. Apenas, no hace tanto tiempo, las pinceladas de misterio en algunos capítulos de Los Simuladores (como un enigma de vampiros, perdido en un corpus volcado al policial) o –por qué no nombrarla– la extraña experiencia de terror para niños con la llegada del Fantasma de la Opera (Iván Espeche) a la trama de Chiquititas, un producto de la usina Cris Morena. Claro que el terror –lo que se dice terror– siguió brillando por ausencia, relegado a las superproducciones, descartado por costoso y difícil.
Hasta que Resistiré, en 2003, vio el filón y reinstaló una mirada gore sobre el mundo y llenó una mansión de secretos asociados a la sangre y el canibalismo, hasta terminar con una cita al film Scanners, con estallido de cabeza incluido (del propio Mauricio Dobal, interpretado por Fabián Vena). Sólo en 2004, tal vez como primer indicio de un recambio generacional entre los productores, o como anuncio de un giro en el gusto argentino, irrumpe en la tele el terror en bruto, expresado por el producto de género. Llegan una estudiantina perseguida (bajo el modelo Scream) en Sangre fría, que se verá por Telefé en fecha a confirmar, y el clásico de todos los tiempos, Drácula, con Gerardo Romano en el protagónico, en el ciclo Historias de terror, que se verá desde septiembre en Canal 7. Se suman, también, el Epitafios estrenado en HBO, con una ciudad asediada por un serial killer, y hasta el canal Infinito convoca a un concurso de guiones de terror, con la promesa de que serán televisados. El terror reemplaza el boom del costumbrismo y la comedia barrial, con mucho del modo estadounidense (chicos lindos asediados) y más interés en la trama que en los personajes. Fórmula renovada para inaugurar una tradición que no existía: con préstamos del cine, actores de la pantalla grande y el teatro (Cecilia Roth y Julio Chávez en Epitafios, Analía Couceyro y Dolores Fonzi en Sangre fría, entre otros), amparados por la inversión internacional y embellecidos por el paisaje autóctono.