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La cultura en piloto automático
A Pacho O’Donnell le ofrecieron el puesto, y dijo que no. A Julio Bárbaro le hicieron un guiño, y también respondió que gracias, que está ocupado. Los nombres que se barajaron superan la media docena, entre postulaciones de sectores y autopostulaciones: Héctor Tizón, Jorge Schroeder Olivera, Jose Luis Castiñeira de Dios, Guillermo Jaim Etcheverry, Archibaldo Lanús, Diana Saiegh, Magdalena Faillace. En tanto, en la Casa Rosada, María Teresa del Valle González de Fernández de Solá espera y espera, como espera desde el día en que un cacerolazo mandó a los libros de historia a Adolfo Rodríguez Saá, que alguien se siente en los sillones de su despacho, el de la Secretaría de Cultura de la Nación. Teresa siente que su lugar es el de Primera Dama bonaerense al lado de Felipe Solá. No ha estado limándose las uñas, mientras espera su reemplazante: logró el veto presidencial a la Ley de Mecenazgo, cuya aprobación había festejado con platillos el gobierno anterior.
¿Por qué el gobierno de Eduardo Duhalde demora el nombramiento del secretario de Cultura? ¿Será que nadie parece tener ganas de aceptar, si hacerlo significa recibir una estructura desmantelada, un presupuesto casi ruinoso, una sensación de que no habrá mucho que hacer? Para un sector del Gobierno, la secretaría debe transformarse en subsecretaría y revistar dentro del Ministerio de Educación, saliendo de la órbita de Presidencia. Esa es la vieja óptica sobre la repartición: un instrumento burocrático que atienda sobre todo a los ámbitos formales de la cultura. Sin embargo, es la que defiende con uñas y dientes la ministra Graciela Giannettasio. Otro sector cree que un gobierno moderno debe intentar hacer de Cultura una herramienta dúctil, que más allá de sus obligaciones se plantee desafíos contemporáneos, que tengan que ver con la cultura de masas. Para unos y otros, como siempre ocurre en política, la clave es el presupuesto, no el rango administrativo.
Desde 1983, secretarías de distintas cualidades y calidades auspiciaron una política de espectáculos masivos y gratuitos al aire libre que los ciudadanos tomaron como una conquista. Esa conquista no es de un partido o una concepción, sino de la gente, que será siempre la que haga andar las ruedas de la historia. En este enero crítico brillan por su ausencia espectáculos a los que la gente, en medio de la malaria, tiene derecho, mientras siguen acéfalos, en piloto automático, el Instituto de Cine, el Teatro Cervantes, el Fondo Nacional de las Artes, los museos que dependen de la Nación, más de mil bibliotecas populares, la Sinfónica Nacional. Los países en serio tienen Ministerio de Cultura. En la Argentina de hoy, ¿el Gobierno está insinuando a la sociedad que la cultura es un lujo?