Miércoles, 28 de enero de 2009 | Hoy
Los niños y los jóvenes son a la vez protagonistas y víctimas de la era digital. Son consumidores en la red de Internet, pero también objeto de manipulación y de exhibición por parte del sistema masivo de medios. Aquí dos miradas complementarias sobre la misma realidad.
Por Carlos Eduardo Cortés S. *
Desde San José de Costa Rica
¿Vio usted televisión en blanco y negro? ¿Escuchó casetes de audio? ¿Usó máquina de escribir? ¿Tuvo discos de vinilo de 33 y 45 revoluciones por minuto? Si respondió sí a más de dos preguntas, usted nació en el mundo analógico. Pero, hoy estamos rodeados de niñas, niños y jóvenes que sólo conocen la televisión en color; ven con extrañeza los discos compactos (porque escuchan música en un iPod o similar), y jamás han mecanografiado un texto pues desde muy temprano se familiarizaron con los teclados de las computadoras, para conectarse a Internet. Ellas y ellos son “nativos digitales”, como los llamó el estudioso Alejandro Piscitelli. Nosotros somos, si acaso, ansiosos migrantes que intentamos ingresar al nuevo mundo digital antes de que nos cierren las puertas.
En 2005, Rupert Murdoch, magnate estadounidense dueño de News Corporation, reconoció haber subestimado la Internet en el negocio de la información: “[Hoy, los jóvenes] no quieren depender de una figura parecida a Dios, que les dice desde lo alto qué es lo importante. Y ciertamente no quieren noticias presentadas como si fueran el Evangelio”, afirmó. La mayoría de los nativos digitales mayores, entre 18 y 34 años, ni siquiera suele leer prensa en un soporte de papel, como el ejemplar de Página/12 que usted tiene ahora en sus manos. Los portales de Internet se han convertido en el destino favorito de los consumidores jóvenes para obtener noticias.
Tanto es así que se los ha llamado la “Generación GYMA (Google/Yahoo/MSN/AOL)”, para reflejar los hallazgos de un estudio de Carnegie Corporation, en el que se basó Murdoch para difundir su advertencia sobre lo que quieren los jóvenes:
- noticias a la carta, actualizadas constantemente, con puntos de vista explícitos y causas de los hechos, que les hablen personalmente y que afecten sus vidas;
- opciones para obtener más información o un punto de vista contrario, y ser capaces de usar dicha información en una comunidad virtual más amplia, para hablar al respecto, debatir, preguntar e incluso conocer la gente que piensa en forma similar o diferente.
Y aunque se trate de indicadores de la sociedad estadounidense, no dejan de tener un profundo significado debido a las similitudes. De hecho, en Latinoamérica ya estamos familiarizados con algunas tendencias medidas por el Proyecto Pew Internet & American Life (2007), entre personas adolescentes de EE.UU.:
- 93 por ciento de las y los adolescentes entre 12 y 17 años de edad usan Internet, y 55 por ciento de quienes están en línea usan redes sociales (Facebook, Myspace, etc.).
- 57 por ciento de adolescentes entre 13 y 17 años de edad tienen teléfono celular.
- 57 por ciento de los adolescentes colocan en la Web su propio “contenido generado por el usuario”, incluyendo fotografías, historias, trabajos escolares, audio y video.
- E incluso, 70 por ciento de las niñas y niños de ocho a 11 años se conectan a Internet desde sus casas. De ellos, 37 por ciento usa mensajería instantánea y 35 por ciento, videojuegos.
Sin embargo, aparte de Murdoch no se han escuchado muchas lamentaciones respecto de haber descuidado a los nativos digitales como consumidores. Por el contrario, las empresas transnacionales de alimentos y refrescos, caracterizadas por su habilidad permanente para percibir los cambios en sus usuarios y responder en consecuencia, nunca han perdido el tiempo a la hora de publicitar sus productos entre nuestras niñas, niños y adolescentes. Puede que ellas y ellos sean muy hábiles y conocedores a la hora de navegar en Internet y usar las redes sociales. Pero eso no los hace inmunes ni menos vulnerables a las sutiles y no tan sutiles estrategias comerciales que se han desarrollado desde que Internet ingresó en nuestros hogares. Por eso, nos guste o no, entender el mundo digital es también parte de las responsabilidades de padres y madres en el siglo XXI.
El informe “Comerciales interactivos de alimentos y refrescos: niñas, niños y adolescentes como grupo objetivo en la era digital” (Berkeley Media Studies Group & Center for Digital Democracy, 2007), es una excelente fuente de información respecto de cómo dichas empresas usan avanzadas tecnologías digitales para promover sus productos entre niñas, niños y adolescentes. El documento (disponible en inglés en: http://www.digitalads.org/), muestra que las principales marcas de alimentos, bebidas gaseosas y comida rápida usan nuevas tácticas –incluyendo teléfonos celulares, mensajería instantánea (IM), juegos de video, videos autogenerados, y espacios virtuales tridimensionales en Internet–, la mayoría de las veces en formas que pasan inadvertidas para las personas adultas.
Lamentablemente, la abrumadora presencia patrocinadora de dichas empresas en los medios comerciales contrasta con la debilidad del activismo ciudadano ligado al consumo en Latinoamérica, y con la escasez del tema de protección de la infancia y la adolescencia en los pocos medios públicos e independientes que lo abordan. Madres y padres de familia vivimos desinformados y despreocupados de estas nuevas realidades, y las asumimos con una naturalidad injustificable. La era digital, como cualquier nueva época en la historia humana, tiene aspectos positivos, negativos y reprochables. Y proteger a la niñez y la adolescencia es y será una prioridad presente y futura.
* Gerente de Radio Nederland Training Centre - América latina.
Por Graciela Pini *
C5N trasmite la imagen de un pibe y una piba esposados dentro de un coche policial dándose un beso. Cumbia villera de fondo. Con tono irónico y “reprobador” Eduardo Feinmann los compara sarcásticamente con “Bonnie and Clyde”. Escena-gancho dirigida a una población motivada para ver “al distinto” y (¿por qué no?) a despellejarlo casi con la misma morbosidad con la que “imagina” actuó el victimario/delincuente atacando a su víctima. Delincuente que, antes que la Justicia lo juzgue, ya es nombrado como tal por los medios, sin importar que se trate de un menor de edad a quien, con más razón, cabe proteger. ¿A quién se le ocurrirá pensar que quizá también ellos sientan miedo? ¿Por qué interpretar el beso como una “mostración de triunfo” en lugar de pensarlo como un signo de vulnerabilidad, como esa búsqueda de roce humano que tienen a disposición y que en buena hora lograron frente a este inmenso panóptico?
Frívola maquinaria-espectáculo empecinada en mostrar lo que se supone el imaginario popular pide promoviendo al lugar de actores a estos “ángeles negros”. Objetos sucios, feos y malos, vendibles al mercado (negro) de la fantasía voyeurista, objeto rechazado y “no reconocido” de lo peor de cada uno, ubicado en el afuera “a modo de expiación”, constituyendo en ajeno lo propio. ¿Y por qué la inseguridad es pensada desde un solo lado y sólo para un sector? ¿Cómo llamar a esta exposición de dos pibes en pantalla para que “todo el país los vea”, esposados, musiquita de fondo (no cualquiera, sino la villera, esta vez no elegida por ellos) insinuando un contexto de violencia? ¿O es la demonización permanente al punto que estos jóvenes terminan constituyéndose en “la causa” de todos nuestros males?
Hace unas semanas el tema nacional era la delincuencia juvenil, estableciendo nuevamente “falsas antinomias”: o se está con ellos o se está con la “sociedad”. Una clara exclusión encerrada en el propio planteo, como si los jóvenes no fueran parte de la “raza humana”. ¡Si no fuera por los pibes chorros el mundo sería un paraíso! De allí que al pedir la baja de edad de imputabilidad, en verdad se esté jugando el deseo de matarlos. Y si no fuera por estos gentiles hombres que nos abren los ojos día a día ¡qué sería de este mundo “estropeado” por la bala juvenil! (¿qué fue de ellos durante la dictadura, que no recuerdo dónde estaban para “avisarnos del peligro” y protegernos de esa inseguridad?) ¿Qué atravesamiento por la ley tienen nuestros medios? ¿Qué códigos manejan que pueden utilizar a los menores como objetos de consumo, estigmatizándolos como en el caso del ya “famoso” Kiti (supuesto autor del crimen del ingeniero sanisidrense) comparándolo con el psicópata Robledo Puch?
A los jóvenes que delinquen cabe responsabilizarlos por sus actos. No se trata de ubicarlos como inocentes por ser vulnerables socialmente. Es necesario, en la tarea del psicoanalista, vincular sus actos a su palabra, escuchar qué demanda o imperativo hay en juego. Por su parte, la Justicia Penal Juvenil (cuyos aciertos y errores es cuestión de otro análisis) deberá evaluar la medida a adoptar. En el proceso de subjetivación se hace imprescindible su relación a la ley. En una sociedad donde sus medios de difusión poseen “libre albedrío” para hacer con los menores lo que quieran, además de la ausencia estatal para normativizar su rol, o la actitud de un gobernador que sale a la palestra mediática con el librito de la derecha para “mejorar la imagen” pidiendo la baja de edad de imputabilidad en lugar de proponer la “baja de deserción escolar o hambre 0”: ¿desde dónde responsabilizar a los menores? La exclusión social, con el consecuente desamparo y corrimiento del Estado deja a los jóvenes a merced de la ideología del consumo que llega seduciendo con sus propagandas-signos que invitan a “pertenecer”. Los adolescentes consumen imágenes y “toman” los lugares que les asigna el mercado de modo obediente, muy a pesar de la trasgresión que suponen sus actos. De este modo se establece una especie de pacto inconsciente entre las partes, siendo los medios sus “agentes”, cada día más eficaces. Así las cosas, entonces, no va con el arte marketinero de la “comunicación” que estos pibes se besen por miedo o por inseguridad (también, como nosotros). No “venderían” ni coincidiría con lo que la gente “espera” de ellos: que, “por suerte”, sean “¡tan distintos a los nuestros!”.
* Psicoanalista - Fuero Penal Juvenil.
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