Miércoles, 21 de octubre de 2009 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Las expresiones de Diego Maradona al término del partido con Uruguay han dado lugar a todo tipo de comentarios. Aquí Gustavo Bulla y José Garriga Zucal advierten acerca de las vinculaciones de algunas de esas reacciones con intereses mediáticos y políticos.
Por Gustavo Bulla *
Las expresiones respecto de los periodistas del director técnico del seleccionado de fútbol argentino tras la conquista de la cuarta y última plaza sudamericana para clasificarse al Mundial de Sudáfrica 2010 han convulsionado al ambiente mediático y eclipsado en los últimos días otros tópicos trabajados hasta la saturación por los medios de comunicación opositores al Gobierno, aunque no les falta razón a aquellos que creen ver aquí también otro capítulo de la misma disputa política.
Dieguito no se ha caracterizado a lo largo de su extensa vida pública por hacer declaraciones políticamente correctas, mucho menos luego de abandonar el deporte que sin dudas no sería el mismo sin su aporte de genialidad inigualable. Es que El Diego es El Diego por lo que nos regaló a los futboleros en el verde césped. Lo de afuera (las declaraciones, las contradicciones, los despelotes de su vida) agiganta el mito, pero nada sería igual sin los caños, sin las rabonas, sin las apiladas, sin esa zurda mágica, que no me las contaron, que no las vi por TV o en viejos videos, que tuve la suerte de verlas en la cancha y con mi camiseta de toda la vida en su pecho: es, ni más ni menos, el más grande jugador de fútbol del que fuimos contemporáneos.
Ahora que disparó contra los periodistas algunos parecen haber descubierto el agua tibia: no se ubica en su nuevo rol de DT de la Selección. ¡Chocolate por la noticia! ¿O las declaraciones con las que promovió la salida confusa de Riquelme de la Selección fueron apropiadas para su rol, o la botoneada con que hizo callar a Pipo Gorosito por bancar a Román sí lo fue? Pero claro, como el 10 de Boca es un tipo antipático para la prensa, entre otras cosas porque no da notas exclusivas a los periodistas –salvo cuando decide renunciar al seleccionado nacional–, todos miraron para otro lado. Los que viven de decirle todo que sí a Diegote, por supuesto, y los que no también.
Pero ahora Maradona se metió con la corporación periodística y eso no se perdona y seguramente no se olvidará. Esos seres extraordinarios, que a diferencia de los políticos, deportistas, dirigentes sociales y las masas, logran dejar de lado sus pasiones, sus intereses materiales y ejercen la objetividad con la que reflejan la realidad tal cual es...
Lo peor de esta disputa es que todos tienen razón: el periodismo –¿deportivo?– es en promedio tan pobre como las actuaciones del equipo dirigido por Maradona. Pero eso parece ya no importar. Ahora lo importante es el papelón internacional por las declaraciones groseras. ¿Cómo queda la imagen del país en los medios de todo el mundo? ¿Qué espera la FIFA –con perdón de la palabra– para sancionar a este maleducado? Y Grondona, en lugar de hacer acuerdos con el Gobierno, ¿por qué no se ocupa de poner en caja a este villero que pese a haber ganado mucho dinero, nunca aprendió a comportarse como gente bien?
Maradona deberá aprender la lección mediática: del Papa para abajo se puede meter con cualquiera, pero con los periodistas no, ni mucho menos con los dineros de las empresas periodísticas. ¿Qué es eso de sacarse una foto con la Presidenta al estatizarse la televisación del fútbol?
Con el encumbrado columnista de La Nación Carlos Pagni pasó algo similar, pero en el sentido contrario. La difusión de una cámara sorpresa por parte de un programa emitido por Canal 7 en la que el periodista presuntamente acordaba una operación de prensa fue motivo de todo tipo de consideraciones respecto de la validez periodística de ese tipo de materiales, del lugar del medio público que debería abstenerse de realizar ese tipo de operaciones, de lo que sin dudas constituye un nuevo ataque del Gobierno contra la prensa independiente.
Nada se ha dicho, casi se ha silenciado explícitamente la noticia desde los grandes y más influyentes medios de comunicación. La utilización de la información y la opinión para provocar consecuencias económicas, empresariales y políticas, no parece ser motivo de preocupación para una prensa siempre dispuesta a sobreactuar la indignación que produce la corrupción pública.
La discusión de la cámara sorpresa es un debate interesantísimo a la luz de eso que solía llamarse ética periodística. Pero no porque esta vez el sorprendido fue un periodista destacado de un medio importante, sino por la deslealtad que supone para el ocasional e involuntario entrevistado. ¿El método es aceptable cuando se trata de un sacerdote, un intendente o un inspector municipal, pero es execrable si se trata de un periodista?
Mientras tanto, y a la espera de que la Justicia se expida sobre este caso particular, no estaría demás que se produjera una reflexión pública, desde las facultades y carreras de periodismo, desde las asociaciones gremiales y foros de periodistas y desde los propios medios de comunicación, respecto de estas cuestiones.
¿El árbol formal de la filmación anónima puede tapar el bosque de la corrupción –lamentablemente– bastante generalizada de la profesión? ¿Alguien cree honestamente que los periodistas se bañan en agua bendita? ¿El periodista/empresario no es una degeneración del primero de los términos? ¿Se puede seguir utilizando el doble estándar para fijar posición editorial sin por ello dañar la credibilidad de los medios de comunicación? ¿En aras de conservar el salario un periodista debe abandonar sus más profundas convicciones? ¿Qué cosa estamos haciendo mal en la formación de los periodistas –me hago cargo de la parte que nos toca en la universidad pública– para que éstos y otros interrogantes incómodos por ahora no encuentren respuestas?
Casi con la misma unanimidad con que la corporación mediática le cayó a Maradona, lo protegió a Pagni. Entre otras cosas, para esto debe servir la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, para escuchar toda la polifonía de voces y para que los periodistas profesionales –no sólo sus patrones– también puedan gozar de la libertad de expresión.
* Docente de Políticas de Comunicación UBA/UNLZ.
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