Miércoles, 29 de agosto de 2012 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Noventa y dos años después de la primera transmisión radial, Ricardo Haye reflexiona sobre los cambios en la radio actual y propone que las emisoras enriquezcan sus agendas temáticas y regresen al relato.
Por Ricardo Haye *
Cuando en 1956 los ingenieros japoneses invadieron el mundo de transistores, lo más relevante no fue el cambio en la apariencia de los receptores, sino las transformaciones que se produjeron en los modos de recibir la radio. La escucha se individualizó porque cada oyente adquirió un receptor propio. Lo significativo no fue el design de los aparatitos, sino la socialidad de la escucha que la radio sacrificaba.
Ahora estamos nuevamente en un escenario proteico. Y otra vez aparece la necesidad de ser certeros en la determinación de qué es lo verdaderamente significativo para nuestros análisis.
Las tecnologías aplicadas a la información y la comunicación son más que meros soportes instrumentales de contenidos. Constituyen herramientas simbólicas que promueven nuevas construcciones culturales.
Por eso no podemos prescindir de una amplia, profunda y rigurosa consideración de las mutaciones sociales y culturales que traerá aparejado este fenómeno de actualización tecnológica.
La mejora en la calidad del sonido de la nueva radio no es tan importante como la multiplicación de señales que habrá disponibles y que configurarán un paisaje radiofónico mucho más abigarrado que el actual.
En este sentido, es probable que debamos volver sobre aquel concepto que instaló Toffler hace 40 años: la infoxicación, es decir la sobrecarga de información.
¿Cómo van a hacer los oyentes para desbrozar y organizar contenidos? ¿Y cómo harán los propios realizadores para moverse en medio de una maraña de datos cada vez más densa, con fuentes en permanente crecimiento? Todos sabemos que ya hay servicios que indexan, pero... ¿son confiables?... ¿qué riesgo de manipulación existe?
Dado que la creatividad de las personas muchas veces les ha permitido ir superando inconvenientes de modo artesanal, ¿podemos vislumbrar de qué manera harán frente a una oferta aún más congestionada?... ¿Habrá nuevas formas de filtrado o gate-keepers en los que pueda depositarse confianza? Es dable pensar que de los propios usuarios surgirán formas de difusión más o menos sistemáticas que intentarán volver cosmos el caos textual que se avecina. ¿Serán suficientes?
Y, de parte de las propias radios, ¿cuáles serán las estrategias para significarse, para hacerse visibles, en medio de tanta aglomeración sonora?
Sería conveniente que cada estación trabajara para robustecer su identidad a fin de que los oyentes reconozcan inmediatamente sus rasgos característicos y, de ese modo, se les facilite la elección. Esa tarea de fortalecimiento comprende tanto al campo semántico como al estilístico.
En el primer caso, las emisoras tendrían que ensanchar sus alforjas nutriendo sus agendas temáticas y habilitando un número mayor de unidades de sentido.
Y respecto de las formas, resultaría oportuno volver a considerar la necesidad de regresar al relato.
La hermenéutica más actual ha puesto énfasis en la recuperación del pensamiento mítico. Pensadores como Ricoeur o Gadamer han destacado la situación privilegiada del relato por su riqueza simbólica y el vigor de su metaforicidad. El discurso narrativo ofrece una forma de conocimiento y comprensión distinta a la puramente teórico-discursiva. Las historias son territorio fértil para el desarrollo de concepciones e interpretaciones acerca del mundo y de la humanidad.
A propósito, una investigación sobre relatos audiovisuales desarrollada en la Universidad de Valladolid (España) establece la distinción entre discursos narrativizantes y desnarrativizantes. Los textos que narran contribuyen favorablemente a la formación de estructuras cognitivas del pensamiento narrativo en la infancia, mientras que aquellos que no lo hacen inducen en el niño una desestructuración de su pensamiento.
El trabajo sostiene que la exposición reiterada de los pequeños a estos relatos desnarrativizantes hace que la construcción de su realidad mental y social se vea distorsionada y constituya una forma de violencia social (http://www.isdfundacion.org/publicaciones /revista/pdf/07_N4_PrismaSocial_jesusbermejo.pdf).
En realidad, nosotros podríamos casi despreocuparnos, dado que la radio de la Argentina trabaja muy poco para los chicos. Pero esa omisión no favorece la construcción de audiencia. Y cualquier día de estos la radio descubrirá bruscamente que su público ha envejecido.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
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