Miércoles, 29 de agosto de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Manuela Fingueret *
¿Qué habría dicho (en forma tibia, como acostumbran) esta institución si esa nota escrita por Marcos Aguinis en La Nación del 21 de agosto de 2012 la hubiese firmado un no judío?
Magdalena Ruiz Guiñazú, con desprecios afines, también deslizó términos similares sin tanta virulencia, pero la obsecuencia es tal, que la DAIA prefiere no meterse con algunos personajes... lo más grave sería que coincidan con ellos y por eso callan.
Con Aguinis siempre nos ha unido un vínculo fraterno, aun con divergencias políticas, de gestión y literarias, pero esa nota destila tanto odio desmesurado al comparar a un régimen democrático que le resulta maldito con el nazismo, cuando expresa que “los nazis perseguían un ideal absurdo pero ideal al fin”, mientras el Ejecutivo argentino sólo busca llenarse las arcas malversando los bienes del Estado, que impacta.
¿Confusión? No, una afrenta lisa y llana a su propia capacidad intelectual. Ha escrito desde un resentimiento visceral minimizando en principio la Shoá. Siempre fue un antiperonista declarado que ocultó o sacó a relucir según los aires que soplaban. Pero esta diatriba respira ponzoña y un indirecto ataque de género hacia una mujer que, como Presidenta, tiene agallas para llevar a cabo reformas que él abomina. Compara sin que se le caiga la cara de vergüenza a un régimen que inundó al mundo con millones de muertos con un gobierno que le genera una insoportable antipatía. O a lo mejor no es una manifestación ingenua, sino que le es indispensable para conservar a ese público que lee sus libros y llena conferencias con cauntrystas y cholulos de Punta del Este que pagan muy bien sus charlas para barnizarse con un poco de cultura al paso.
Igual que no se haga ilusiones, porque al Jockey Club no lo van a dejar ingresar.
¿Qué diría hoy Raúl Alfonsín de este militante radical que cobijó bajo sus alas y nombró secretario de Cultura? Creo que se cortaría las venas con un tenedor.
No fui ni soy peronista y extraño a aquellos socialistas como Palacios, Dickman y tantos otros que jerarquizaron desde La Vanguardia y las cámaras legislativas con proyectos, leyes y discursos en pos de un país diferente del impuesto por la oligarquía, la burguesía y la Iglesia. El mediocre socialismo actual no me representa.
Pero el núcleo de la cuestión y lo que más indigna es la falta de reacción de las instituciones judías. ¿Cómo van a hablar de Aguinis, el intelectual orgánico al que recurren como emisario de ideologías que muchos comparten sobre el país y el Estado de Israel, gobierne allí quien gobierne?
Son tiempos en los que la ortodoxia religiosa arrasa la AMIA con su verticalismo porque votan con viejos estatutos antidemocráticos a dirigentes sin representatividad real, cultura cero y expulsivos, porque para ellos la otredad no existe. Decenas de ejemplos dan cuenta de actitudes discriminatorias y abusivas. En la DAIA (una especie de ministerio de relaciones exteriores) no gobiernan los religiosos ya que sus miembros representan a todas las instituciones judías, pero no les van a la zaga en componendas y peleas intestinas porque el ombligo es en su seno un protagonista privilegiado.
¿Dónde están las palabras de repudio hacia los conceptos de Aguinis de parte del Museo del Holocausto, de la Fundación Simón Wiessenthal, de los sobrevivientes de la Shoá?
Cuando detonó la AMIA no sólo quedaron 85 muertos y sus familias bajo los escombros, lo que nadie imaginó entonces y salió a relucir fue la infección profunda que corroía a esas instituciones. Rubén Beraja es el símbolo de ese pacto perverso cuando abandonó sus ideas lúcidas como un presidente que enorgulleció a los judíos y al país para aliarse al menemismo amparados ambos por el entonces embajador-empresa Itzjak Avirán, del Estado de Israel, que les daba letra.
Sólo el ICUF, 6, 7, 8 y Página/12, hasta ahora, criticaron al escritor. Tendría mucho para decir con nombres y apellidos para conocer el aumento de patrimonios que jamás podrían justificar muchos dirigentes, periodistas, empresarios, sindicalistas y directores de fundaciones judías y no judías. No hablo de un 0800 Macri, sino de dedicarse no sólo a Clarín y La Nación sino a esos civiles que los sostienen y se rasgan las vestiduras por la corrupción estatal y forman parte de ella desde lo privado. ¿Por qué no se difunden investigaciones fundamentadas sobre estos sicarios?
Pero no sólo las instituciones o fundaciones judías son cómplices de no reaccionar frente a ese discurso blasfemo y de extrema gravedad porque les da letra a quienes minimizan el Holocausto. Me extraña que callen instituciones y periodistas locales no judíos y bienpensantes como los de Fopea; miembros del Gabinete; legisladores; el Inadi; la Secretaría de Derechos Humanos y tantas personas emblemáticas para repudiar semejante libelo aberrante. ¿O no escucharon a varios de los que militan como opositores permanentes decir que este régimen es peor que la dictadura militar? Estos personeros denotan una extrema gravedad ciudadana de quienes callan porque otorgan y dañan la educación de esta democracia adolescente.
Me considero una kirchnerista crítica, porque considero que forma parte del compromiso de todo intelectual para analizar la coyuntura y aportar ideas o críticas sin prejuicios. Apoyo lo que hizo este gobierno en muchos aspectos sin necesidad de violencia y con el Congreso funcionando a pleno, a través de argumentos que se podrán creer o no y que no pasa por esa mirada burguesa, pequeña, pequeña (parafraseando la película) de nuestra clase media. Es risible ver cómo las críticas más feroces las hacen las mujeres porque Cristina les resulta soberbia (¿envidia?) porque usa carteras Gucci o una vestimenta que no la favorece. No les importa que sea una estadista de las que no abundan en el mundo.
Del mismo modo deploro a los D’Elía y tantos otros que circulan dentro o alrededor del poder con ambiciones personales, componendas varias, prejuicios manifiestos; asesores de dudoso pelaje que la Presidenta avala al retenerlos; enjuagues con intendentes y gobernadores impresentables; o la impunidad para ciertos amigos con la ayuda de algunos jueces que cambian de camiseta según la ocasión.
Sí, ya sé, es la realpolitik como la llaman, pero no me basta como argumento.
En fin, podría extenderme con bastante información sobre los temas de nuestras decadentes instituciones judías y sus miembros, pero lo de Aguinis es un veneno peligroso como para justificar la falta de reacción de la sociedad. Cada uno es dueño de su conciencia, palabra que ha sido banalizada como tantas otras y que necesitamos recrear porque hace a un cambio cultural imprescindible para que el país abandone ese futuro brumoso que siempre está al acecho.
* Escritora.
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