Miércoles, 14 de agosto de 2013 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Refiriéndose a las campañas políticas a través de los medios, Marta Riskin asegura que en el afán por proveer de cualidades inexistentes a los postulantes podría suceder que acaben por exponer que un candidato es una gaseosa. Y sostiene que es allí cuando el rescate de la memoria colectiva ofrece oportunidades al pensamiento crítico.
Por Marta Riskin *
La Ilustración, época histórica y movida cultural, se propuso iluminar las tinieblas de la ignorancia para que la razón alumbrara la humanidad o, al menos, a Europa.
Desde entonces, educación y riqueza se convirtieron en pares complementarios y se creyó, sobre bien fundadas razones, que una mejor educación traería mejor distribución de la riqueza y la mejor distribución de la riqueza permitiría educar ciudadanos cultos, solidarios y responsables.
A pesar de avances trascendentes, los resultados distaron de construir el mundo de justicia que soñaron aquellos maestros y sea porque el pasaje de la teoría a la práctica exige incansables ajustes o porque los grandes cambios confrontan principios y experiencias en el poder; sea por costumbres de sumisión a normas injustas y sacrosantas academias o por simples cuestiones de interés personal o de grupo, demasiados “señores de traje y sombrero”, como diría María Elena Walsh, o en camperas sólo simbólicamente transgresoras se apoderaron del control del conocimiento con pretensión de reinstalar aristocracias o de instaurar otras nuevas.
Apandillados en corporaciones y asociados en el Gran Hermano Mediático, continúan procurando la domesticación de conciencias y despliegan, especialmente en tiempos de urgencias, electorales por caso, un gran abanico de recursos y estéticas de alienación para captura de subjetividades.
Máxime en la actualidad, cuando no sólo se ven obligados a lidiar con solitarios luchadores por la recuperación de derechos y sensibilidades culturales sino, y cada vez más, contra Estados nacionales.
Las campañas políticas suelen ocultar las intenciones de los candidatos, pero los objetivos resultan muy evidentes si se contrata en patota a los mismos profesionales y se aplican idénticas fórmulas de propaganda a las que otorgan valor y adhesión activa a cualquier marca que zumbe y retumbe, semiótica mediante, sobre los hábitos audiovisuales de los consumidores devenidos en ciudadanos.
Reconocibles usinas expertas en producción y distribución de significantes vacíos de significados reúnen a los mejores cientistas en mercadeo con clientes de ideologías afines y usan herramientas de comercialización como armas de seducción, válidas para cualquier producto, sea golosina o representante del pueblo.
Tampoco pueden hacer milagros.
Se trata de atender a muchos clientes juntos con idénticos plazos de entrega y el mismo propósito de reinstalar pasados injustos.
En el afán por proveer de cualidades inexistentes a los postulantes y disimular sus proyectos opuestos a los intereses populares u omitir prontuarios, podría suceder que la insistencia en suministrarle cualidades efervescentes y espumosas acabe por exponer que un candidato es una gaseosa. Más aún: las consignas desencantadas destinadas a promover personajes dispuestos a ejercer como gerentes, también exteriorizan el principal objetivo de los intereses que los promocionan. En palabras de Jürgen Habermas, siempre se trata de apartarnos de la función liberadora de la memoria y hoy más que nunca, el presente convoca a la historia.
En esta precisa coyuntura, la sustitución de proyectos por gráficas y emoticones es posible, gracias a los privilegios que ha otorgado la “injusticia” al control tecnológico propietario de los grupos concentrados.
Desde cada pantalla y cada hogar, ellos se asumen como árbitros del voto popular, con derecho a sentenciar criterios y juicios e implantar ilusiones y protagonistas para apropiarse de la “Razón Objetiva Histórica”, mérito que ni siquiera Kant o Hegel se hubieran atrevido a reclamar, por cordura o simple honestidad intelectual.
Los dirigentes “+ o -” ya no golpean la puerta de los cuarteles, pero registran, en palabras del general San Martín, cuando “la biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestros ejércitos” y que el control que ejercen sobre el imaginario social va cediendo al ritmo que se profundiza la redistribución de la riqueza y la educación.
El rescate de la memoria colectiva ofrece, una y otra vez, oportunidades al pensamiento crítico. Y lecciones, como las que aporta la significativa similitud entre los acontecimientos padecidos en Europa por un presidente democrático de América latina hace tan sólo unas semanas, y la detención y requisa que sufriera don José de San Martín en el puerto del Havre, desde el 23 al 29 de abril de 1824, por motivos casi idénticos.
Apenas dos hechos separados por 200 años, cuya comparación ilumina el presente y manifiesta que aún se sigue eligiendo entre los herederos ideológicos de Rivadavia y los protagonistas de la Asamblea de 1813.
* Antropóloga UNR.
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