Miércoles, 4 de marzo de 2015 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Retomando el debate sobre la incidencia política del sistema de medios y de las redes sociales, Washington Uranga pone en tela de juicio su importancia decisiva en las decisiones políticas de los ciudadanos, pero sí admite la influencia de la comunicación entendida como fenómeno sociocultural complejo.
Por Washington Uranga
La política y la comunicación se cruzan en la escena de la vida cotidiana actual. Desde ámbitos políticos y académicos se insiste en la incidencia que tiene el sistema de medios como factor, casi determinante para algunos, en las decisiones políticas de la ciudadanía. Es una afirmación que, si bien no puede contradecirse absolutamente, tiene que ser tomada por lo menos con prudencia. Ha quedado demostrado en muchas ocasiones que la ciudadanía tiene suficiente criterio propio para actuar con autonomía respecto de las opiniones insistentemente reiteradas por los medios y sus editorialistas.
También se habla de la influencia de las redes sociales. En 2008, el entonces candidato Barack Obama utilizó las redes sociales como importante trampolín para llegar a la presidencia de Estados Unidos y desde allí el uso de las tecnologías comenzó a ser considerado de manera diferente. Sobre todo porque además de lograr apoyo político Obama obtuvo 500 millones de dólares en pequeñas donaciones que aportaron a la financiación de su campaña.
Circulan otras muestras en el mismo sentido y sobre todo a raíz de la importancia que se le atribuye a las redes en el lanzamiento de expresiones públicas y en la construcción de convocatorias. Tales ejemplos van desde la ponderación del aporte de las redes sociales en las revueltas en Medio Oriente hasta en las manifestaciones en Europa. En lo local hay algunos ejemplos que avalan esta idea de la incidencia.
Según muchas opiniones –cuando aún los estudios sobre la materia no aportan conclusiones terminantes–, las redes sociales potencian los fenómenos presentes en distintos espacios de la sociedad, pero no generan desde la nada. Lo que no existe, así sea de manera incipiente, no puede ser creado por las tecnologías de la comunicación. Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, asegura que “sería tremendamente arrogante para una empresa tecnológica reivindicar un papel en los movimientos de protesta. Quizá, Face-book ha podido contribuir y aportar herramientas pero su papel fue mucho menos relevante de lo que dijeron los medios”, sostiene.
Una pregunta posible es: ¿puede el sistema masivo de medios y las llamadas redes incidir de manera decisiva en la opinión política de los ciudadanos? La respuesta más aceptada por los especialistas señala que la mayor influencia está dada en el establecimiento de la agenda, pero no así en la determinación de las posiciones políticas. Es decir: se condiciona acerca de lo qué se habla y de qué manera se habla. Pero no de la misma manera en lo que se opina. Y eso se hace más evidente a la hora de los pronunciamientos electorales. Es verdad que no se puede votar a quien no se conoce. Sin embargo, las personas no votan por quien más aparece, o por quien es señalado por lo “formadores de opinión”, sino que lo hacen a partir de sus propias convicciones. Y tales convicciones se forjan en experiencias personales que son complejas y atravesadas por las vivencias socioculturales.
¿Por qué? Seguramente porque la comunicación –como fenómeno complejo y multidimensional– es un proceso social y cultural de producción, intercambio y negociación de formas simbólicas entre los individuos y los actores sociales. Y esta construcción está por encima, si bien no al margen, de los dispositivos tecnológicos. La comunicación es, ante todo, una relación sociocultural que no puede restringirse a los medios y a sus tecnologías, que trasciende el aspecto estrictamente técnico y del desarrollo de habilidades para ubicarse, sobre todo, en el espacio de las relaciones entre sujetos enmarcados en contextos sociales y culturales.
No se trata de negar la influencia de los medios masivos de comunicación y de las redes, pero sí de relativizar su incidencia, evitar simplificaciones y complejizar el análisis que se hace del fenómeno de la comunicación en todas sus dimensiones. Porque también –y especialmente– se comunica en el cara a cara, en el encuentro con el otro, en el sistema educativo, en el ámbito de la acción política, social, en los movimientos religiosos. Y así se podría seguir. En todos esos lugares se construyen sentidos, formas de entender y de entendernos, que también influyen en la manera de construir el pensamiento político y el posicionamiento en el marco de la sociedad y de la cultura.
En otras palabras. Los medios, las redes y sus tecnologías tienen mucha importancia en la política actual. Nadie podría negarlo. Pero, al mismo tiempo, lo comunicacional es mucho más que medios y tecnologías porque está necesariamente integrado a la cultura, a la complejidad de lo social y de lo político. Y en eso juegan también las historias personales y colectivas, las marcas de los momentos vividos, la memoria, las experiencias y las prácticas cotidianas de cada uno de los actores y los colectivos a los que pertenecen cada uno de ellos.
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