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Hablemos de ñoquis

A partir de la utilización del término ñoqui como descalificación de los trabajadores, Eliana Verón reflexiona sobre la naturalización de estas y otras palabras, hechos o razonamientos establecidos como verdad universal y convertidos en manipulación del sentido común.

 Por Eliana Verón *

La cultura popular se caracteriza por la transmisión de costumbres y saberes que les dan forma a nuestras visiones particulares del mundo. Ciertas prácticas sociales y argumentaciones se realizan de manera esquemática y constituyen el basamento perfecto para el discurso del sentido común. Veamos uno de los ejemplos más en boga por estos días.

El hábito de comer ñoquis los días 29 colocando un billete debajo del plato –tradición italiana que fue incorporada al acervo en tiempos remotos– vuelve a retomarse con un sentido político, a partir de un desplazamiento semántico. Términos propios del ámbito gastronómico argentino –panqueque, choripán, esos dichosos ñoquis– se emplean dentro de otros discursos sociales con fuertes implicancias políticas. Son procedimientos de transformación del sentido literal de las palabras a su sentido figurado. Se las dota de nuevos matices, relacionándolas con ideas o imágenes diferentes a las que les corresponden por su significado inmediato. Para el caso, el vocablo ñoqui, como figura retórica, pasó a ser un argumento recurrente en la década del 90 a fin de calificar a trabajadores con padrinazgo político. Arraigaba así en el sentido común de ese tiempo. En la dictadura “achicar el Estado” era “agrandar la Nación”. Lo cierto es que el contexto político y económico fue la retirada de ese Estado como “interventor” para regular los desequilibrios sociales. Y fue además una estrategia paliativa de la clase política, que produjo entramados profundos de redes clientelares. Pero eso es harina de otro costal.

Estas mutaciones, y su perspicacia cultural, también llegaron al ámbito académico y pueden hallarse en el Diccionario de Economía de la Editorial Valletta (edición 2006), que utilizan muchos estudiantes de la especialidad. Definición de ñoqui: “Término para designar al empleado público que (en Argentina) percibe remuneración o salario, asistiendo solamente al cobro de la misma. No existe contraprestación laboral, no genera riqueza. Desempleo encubierto. Desocupación disfrazada”. Este uso integrado a una lista extensa de conceptos, con simple aspiración enumerativa y de glosario a aprehender para los futuros economistas, tiene su costado político en el proyecto neoliberal del Estado chico y sin capacidad de control eficiente a sus empleados.

La naturalización de estos conceptos, palabras, hechos o razonamientos se establece como verdad universal. Su repetición automática logra legitimarse y se convierte en costumbres impuestas como preceptos. Lo que se manifiesta no es nuevo. Ocurre que su transformación profunda y su sentido figurado –esto es: acentuar la figura de “ñoqui” para identificar tanto a científicos, trabajadores de la cultura, médicos, abogados, ingenieros, historiadores y demás con aquellos que cobran pero no trabajan– es lo que se oculta en el análisis ausente o nulo de muchos comunicadores ahora devenidos oficialistas. Sus textos de toda índole figuran a los trabajadores estatales bajo el mismo sentido histórico de lo que implica esa palabra: ñoqui. Entonces, ¿por qué y cómo se construyen esos discursos arraigados en el sentido común, tan presente en lo político-mediático? Porque lo que importa son los procesos de figuración. Lo que se representan, generan, permiten y sostienen esos mensajes, más allá de su contenido primario y en pos de su fin último. Que ciertos vocablos del lunfardo cotidiano y la jerga política circulen ahora ad infinitum a través de medios, periodistas, opinólogos, foristas y ciudadanos de a pie, podría leerse en clave de una sociedad politizada. Pero cuando eso trasciende los límites hasta la descalificación humana, cuando se trata de humillar a la clase trabajadora para doblegarla, cuando el objetivo es ocultar auténticas intenciones, la verdadera acción transformadora –como el desmantelamiento de áreas significativas del Estado– consiste en manipulaciones concretas del sentido común.

Las luchas simbólicas libradas en el terreno de lo público, como las plazas del pueblo, de artistas, de intelectuales; la marcha “de los ñoquis”, justamente; la campaña “Mi trabajo es tu derecho”, deben continuar ahí, en las calles. Disputarles el sentido propio de lo popular, que nos pertenece a partir de esas prácticas –aun artesanales– de reivindicación de los derechos conquistados, es la batalla cultural. O una parte sustantiva de ella. De lo contrario podría asentarse el triunfo provisorio del macrismo, con sus citas de grasa militante, de choriplaneros, de “kukas”. Y de ñoquis.

* Estudiante de Comunicación Social UBA.

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