Lunes, 16 de febrero de 2009 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Y otra sobre la polémica entre artesanos y comerciantes en Palermo Soho. ¿Qué molesta más? ¿Un artesano callejero o las marcas de los shoppings que invadieron el barrio?
Por Sandra Russo
En la polémica sobre los artesanos en Palermo Soho, que viene a ser el que rodea a la Plaza Cortázar, hay un par de cosas interesantes para analizar. “No queremos que esto se convierta en un Once”, le escuché decir a un comerciante que paga los altísimos impuestos y alquileres. Esa zona que hoy está tapada de extranjeros se puso en valor en los últimos años, y al mismo tiempo se cambió no sólo la cara, por lo visto, sino también el ánimo que la sostiene.
Lo que era el barrio del diseño se reconvirtió en un shopping al aire libre, donde las grandes marcas seriadas no quieren perder la carrera contra el diseño. Por una tienda de diseño hay muchas más que ofrecen lo mismo que el Patio Bullrich. Pero incluso los comercios originales, los que venden la ropa o los muebles o los accesorios que responden a otra estética que la standard, venden ese diseño a un precio que es ridículo para cualquier argentino. Palermo Soho implica desde su mismo nombre una actitud y una disposición de réplica que cualquier verdadero creador se avergonzaría de usar.
Palermo Soho, you know, y está todo dicho. Ni siquiera hay que hacer entrar en código a los extranjeros. Es como Nueva York, pero acá, así que es como el Soho pero con un poco de tango. No está mal que un barrio viva del turismo, pero lo que habría que poner en cuestión, y en todo caso interpelar en el corazón del barrio, es si el diseño es una actividad que pertenece per se a la lógica del capital, o si late en él alguna vía para ser democratizado, no sólo estetizado sino moralizado por otra ética. Si el diseño va a quedarse callado ante este pensamiento único sobre el diseño que encarna el así llamado Palermo Soho.
En 2002, cuando se pusieron en marcha las recuperaciones de las fábricas, hubo movimientos de diseñadores y artistas plásticos que se acercaron a Brukman o a Grissinópolis para ponerle el cuerpo a una manera politizada de entender el arte. Porque la versión lavada de política de las artes plásticas y sus sucedáneos, como el diseño, es también una versión de las artes plásticas cuyo sentido llegó acompañado de millonarios que bendicen museos y personalidades hipernarcisistas. El casamiento entre diseño y marketing que tiene lugar en Palermo Soho no es inevitable ni natural: se puede analizar, se puede cuestionar y se puede rechazar.
Y de hecho, ese barrio encubre un debate que no ha sido dado. ¿Por qué uno debe privarse de comprar un objeto de buen diseño argentino porque su precio es tan alto que hace que el objeto pierda interés? Una vincha para el pelo preciosa, artesanal, cuesta 120 pesos. En la calle, en los puestos, hay vinchas para el pelo que no son de la misma calidad. Pero cuestan 12 pesos. Y a la comparación hay que sumarle el punto de vista del cliente: en sus orígenes, ese barrio fue el alma de un sector de gente que se sentiría imbécil si se gastara 120 pesos en una vincha para el pelo. La valoración del diseño fue protagonizada aquí por un sector de la ciudad que entre otras cosas no adhería a la lógica del consumo. No fue para convertir el barrio en un shopping al aire libre que esas calles que rodean a Honduras se llenaron de encanto. El barrio fue tomado, pero no por cirujas, sino por los operadores del consumo masivo.
Ahora, el debate sobre si artesanos sí o artesanos no debe incluir estos otros debates. Y deberían intervenir en él las voces de los primeros diseñadores que se establecieron allí. Porque a algunos de ellos puede parecerles no mala, sino una excelente idea que el barrio tome revancha, y que se convierta, sí, en un Once del diseño.
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