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¿Jugamos?
Los juegos de mesa se mantienen imperturbables al paso del tiempo y las edades. Hay algunos que se ponen de moda y después pasan al olvido, pero hay otros, como el Scrabble o el TEG, que ya son clásicos y convocan a centenares de fanáticos. Los expertos dicen que despiertan tanto fervor porque parece, mientras se juega, que hay mucho en riesgo. Y no.
Por Sonia Santoro
La propuesta fue escueta: ¿vienen a jugar al TEG? El juego suponía una excusa para encontrarse. Pero a las dos de la mañana, cuando el objetivo –tomar Europa y dos países de América, por caso– había estado varias veces a un pelito de ser cumplido –casi tantas como posibilidades de extinción de batallones hubo–, ya no había amigos en torno de esa mesa, había pelotones, y hasta un necio hubiera reconocido que el anfitrión absoluto era el juego. Allí estaban los expertos, que explicaban a los novatos o a quienes ya se habían olvidado de las reglas de ese juego que los desveló en la adolescencia. Los que ansiaban ganar como si en eso les fuera la vida y aquellos que se desesperaban por terminar de una vez por todas ese juego eterno. La partida terminó abruptamente a las dos, después de cuatro horas de ataques y huidas, cuando alguno excusó tener algo más importante que hacer. ¿Es que podía haber algo más importante que esto?, se preguntaban los expulsados a su pesar de ese mundo guerrero en el que lo peor que podía pasar era quedar fuera del juego. Y no, el placer de los juegos de mesa tal vez resida, justamente, en la posibilidad de trasladarnos a otras dimensiones, para hacer que nos jugamos la vida sabiendo que saldremos sin rasguño alguno; o en poder arriesgarse de maneras dignas de héroe, con lo lejos que estamos de serlo; o porque permite mentir, agredir, fanfarronear y hasta soñar a escalas faraónicas...
Los juegos de mesa son como oleadas de agua. De repente, casi sin que nos demos cuenta, nos inundan. Y lleva un tiempo lograr erradicar todo indicio de que la humedad pasó por allí. El cumpleaños de un sobrinito o una fiesta de fin de año pueden ser el ambiente disparador. Alguien saca un juego que al principio todos miran con desgano y hasta desprecio –sabés a cuántos les gané–, y en un rato la mitad de los invitados se pelea por el turno para entrar. Las vacaciones son otros momentos propicios. Jaime Poniachik, inventor, editor de revistas, conductor de secciones de pasatiempo, animador –agréguese juegos atrás de todo– y director de Ediciones de Mente, se acuerda de haber instalado la moda del Dalmuti, un juego con cartas, en el hotel en que veraneaba. Tal fue la pegada que cuando años más tarde volvió, los hijos del dueño estaban jugando a adivinen qué. Así, de tanto en tanto, se van instalando determinados juegos, tienen un período fértil y desaparecen. Hasta que algunos reflotan. Abren bares cuya excusa es que la gente se junte alrededor de una mesa de backgamon o de burako. Cierran. La actividad se traslada a Internet detrás de un juego como el Amazonas, invento argentino que tuvo poco éxito comercial, pero sí unos dos o tres mil cibernautas fanáticos. Abre otro bar temático. El rubro puede pasar peores o mejores momentos pero nunca desaparece. O qué me dice del ajedrez, del truco, del chinchón, ¡del crucigrama!, que según Poniachik, “es posible que sea tan popular como el fútbol. Los diarios de todo el mundo lo tienen”.
Y si hablamos del crucigrama, cómo olvidar al Scrabble. Hasta hay una Asociación Argentina de Scrabble que agrupa a 350 fanáticos, que se reúnen en torneos mensuales. Los lunes son días de práctica en los que los nuevosreciben consejos: “Si jugás a la escoba, nunca tirés el 7 de oro”, ejemplifica Carlos Tolosa, uno de los miembros. Y los martes y sábado se juntan para desplegar la poca o mucha sabiduría aprendida. Aunque, como en muchos juegos, no todo es sabiduría en el scrabble. En este caso, el azar está en las fichas-letras que te tocan, así como en el truco está en las cartas que se reciben en cada mano. Son juegos de azar a medias.
También los hay de puro azar, el ludo es un clásico entre ellos, o la ruleta. Entre los juegos en que la suerte pasa bien lejos, el ajedrez es el máximo exponente, explica Poniachik. Según este experto, otra manera de clasificar los juegos es según la cantidad de jugadores. Y otra, según el tema. Juegos de guerra hay muchos; el TEG, o el ajedrez que se convirtió en algo abstracto. Están los juegos económicos, como El estanciero o uno más nuevo como La deuda externa (la crisis también incentivó esta pequeña industria). Están los de conocimiento, en los que todo gira en torno de preguntar y responder, como el Carrera de mente. ¿Y dónde ponemos el Pictionary? La lista sigue.
La pasión es tal que hay una Federación Internacional de Juegos de Ingenio que organiza campeonatos mundiales en distintos países. La gente se afilia, arma equipos y busca la manera de financiar el viaje para competir. No es que los guíe, cual queso al ratón, la posibilidad de ganar una millonaria suma de dinero ni otro gran premio exótico, todo lo hacen por traerse una copa a casa. Y, sobre todo, porque les gusta jugar, claro. ¿Pero por qué alguien tendría ganas de viajar a Holanda a resolver un juego de ingenio? Poniachik, que es miembro de la federación y siente pasión por el tema desde que a los 9 años su papá le regaló el libro Ciencia recreativa –en el que había que resolver problemas matemáticos y experimentos de física y química–, tira algunas pistas: “Un juego plantea un desafío, pero lo que está en juego no es nada doloroso, están en juego mi inteligencia, mi conocimiento, mi viveza. Es como si fuera la vida, pero si yo no sé no me pasa que me muero de hambre o me castigan o me ponen una nota baja. Pierdo un partido, que es poco castigo. Es como vivir sin el riesgo de la vida (¿Se acuerdan de El juego de la vida?). Y después está la utopía social realizada porque cada vez que vas a jugar sos igual a los demás, más allá de que tengas tu cuenta bancaria gorda o flaca. Y cada partido es empezar de nuevo, eso da una sensación de liviandad espiritual. La otra cosa es que jugar es como hacer turismo porque cada juego tiene sus reglas: ahora estoy en Francia, las costumbres son así, se maneja así, tenés que dejar tanto de propina, tiene sus reglas”.
Se puede apuntar también que lo que hace placentero al juego de mesa es que esas reglas, en todo caso, son las que uno elige cumplir, momentáneamente o hasta que se le den las ganas. Algo que en muy pocos ámbitos es posible.