Jueves, 18 de septiembre de 2008 | Hoy
PSICOLOGíA › “TRUCOS PARA CREAR UN ESPACIO FICCIONAL”
Por Silvia Fendrik
La obra de Lacan muestra en acto su coincidencia con la sentencia de Aristóteles de que el hombre, y por lo tanto también el hombre Lacan, piensa con su objeto. Quizá podríamos decir que sólo piensa –en el verdadero alcance de la palabra pensar, que no es repetir lo que otros dicen o repetirse a sí mismo–, sólo piensa con su objeto. Grafos, matemas, letras, objetos topológicos, nudos, significantes son los objetos de los que se vale Lacan para hacer del psicoanálisis un discurso que corre al modo del carretel, un discurso que no se detiene, porque no es un dis-currar siempre sobre lo mismo, un dis-curro de masas alienado a un ideal al que imitar, se trate de un líder o de una teoría con-sagrada. Ese es el sentido que podemos darle a su célebre advertencia: “No me imiten, hagan lo que yo hago”. No hurguen en mi obra como si fueran prefectos de policía acompañados por perros amaestrados. No crean que revolviendo en todos los rincones de mi obra encontrarán lo que buscan, si lo que pretenden es que coincida exactamente con lo que tienen previamente en la cabeza. Efectivamente, sus cartas están a la vista, pero dadas vuelta, y aparecen en el lugar en que no se las espera porque vuelan todo el tiempo de un lugar a otro. Lacan daba vuelta permanentemente sus cartas, sus letras, para confundir a los analistas prefectos (¿perfectos?), y lo hacía al modo del prestidigitador, del mago que nos invita a compartir un espacio de ficción valiéndose de “pases” y dispositivos en cuya construcción intervienen la lógica, las matemáticas, la tecnología.
Recordemos que, al referirse a la alienación, Lacan habla del fortda, dos fonemas que un niño (o un adulto) repetiría infinitamente como un loro si no fuera por la aparición/desaparición del carretel, el objeto que abre el camino de la simbolización. Dicho de otro modo, al ser un carretel –en su forma freudiana paradigmática–, corre por las vías significantes del fort y del da y permite la ulterior sustitución por otros objetos que al aparecer/desaparecer de la vista permiten que el Otro –representado en el objeto– aparezca y desaparezca junto a esa parte del sujeto que aparece y desaparece en/con el objeto, inaugurando el camino para subjetivizar mediante símbolos la presencia/ausencia del Otro. ¿Acaso el gesto del niño al arrojar y recuperar el carretel, pronunciando sólo dos palabras, no evoca el rasgo paradigmático de cualquier acto mágico? El primer juego simbólico: ¿un acto de magia?
Por eso la enseñanza de “La carta robada” no se reduce a la doxa de “no ver lo que tenemos delante de los ojos”. Lacan también habló de “la carta forzada” de la clínica en “Instancia de la letra”, y sin embargo nadie, citando o recitando esa cita, leyó en ella una referencia visible, explícita, a la magia. En magia, una carta forzada es la que el mago fuerza al espectador a extraer, mientras éste cree elegirla. Jugando con el equívoco vol –vuelo y robo en francés se dicen de la misma manera– podríamos decir que la carta robada también podría ser la carta “volada”, la carta que cambia de lugar, que viaja de un lugar a otro, y con eso entramos junto con Lacan en el mundo de la magia.
En efecto, desde “La carta robada” Lacan piensa el psicoanálisis con objetos comunes al universo de la magia ilusionista. Desde el juego “adivinatorio” del par/impar hasta los nudos en que los magos se especializan para mostrar la ilusión que produce un falso nudo y un nudo realmente anudado –lo que parece un nudo puede soltarse con facilidad y viceversa–, pasando por los esquemas ópticos donde el objeto, sea un ramillete de flores cortado o una cabeza separada del cuerpo, parecen “reales”, o la banda de Moebius, donde un determinado corte produce su transformación en una cuerda, o los anillos –que en magia se llaman aros chinos–, que al unirse y separarse muestran sucesivos encadenamientos y transformaciones olímpicas o borromeas. Y desde luego la palabra “pase”.
El fundamento de la magia es la manipulación de la aparición/desaparición de los objetos. Y los “objetos” del psicoanálisis lúdico/mágico que configuran la metapsicología lacaniana son los mismos que utilizan los magos en sus trucos, cuidadosamente elaborados a lo largo de años, con mucho estudio, con mucha destreza, con mucha inteligencia/pasión/dedicación, trucos en cuya construcción intervienen la física, la lógica, la matemática, la óptica, no para engañar al espectador, sino para crear un espacio ficcional de ilusiones compartidas. El mago no es un médium, un brujo, alguien que tiene poderes para traernos algo del más allá. (El célebre Harry Houdine iba a las reuniones de los espiritistas para desenmascarar los trucos sucios con los que pretendían engañar a la gente.) Ilusionar, hacer pases, no es lo mismo que engañar a la gente para someterla al amo de turno. En ese sentido, propongo pensar en la magia de Lacan como uno de los fundamentos de la teoría y del acto analítico que están a la vista en su enseñanza. Una enseñanza que, si bien no autoriza a decir sin más que el analista es un prestidigitador, no impide sostener que también opera como tal en ese espacio psíquico magnético, transicional –diría Winnicott–, al que llamamos transferencia, cambiando las cartas destinantes en letras que vuelan, o haciendo los passe-passe necesarios para que lo que imposible adquiera la (in)explicable presencia de lo real.
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