PSICOLOGíA › EL DUELO Y LA ENFERMEDAD PSICOSOMATICA EN UN CASO CLINICO
La muerte del hermanito como una asfixia
Un joven se presentó a la consulta psicológica diciendo que tenía problemas con sus estudios en la “Facu” y relatando que su hermano “Facu” había muerto al nacer. Desde ese punto de partida se organiza una historia donde el duelo detenido se enlaza con una psoriasis, con unas sensaciones de ahogo y con el deseo de una madre.
Por Oscar Lamorgia *
Simón, de 18 años, consulta debido a ciertos ahogos nocturnos que se producen apenas va conciliando el sueño, en cuanto pierde el control sobre los vaivenes del par ordenado inhalación/exhalación. Padece además una psoriasis que comenzó a instalarse en derredor de su cuello, cuando su madre perdió un embarazo muy avanzado alrededor de ocho años atrás. Por otra parte, se encuentra atravesando por una crisis de fe en relación con el credo de su familia, practicado por él desde la más tierna infancia y que corresponde a la Iglesia Evangélica Bautista. Práctica que le había permitido, dice, “procesar” la pérdida de su hermano a la vez que dar ánimo a su madre deprimida, quien contaba con la vehemencia religiosa de Simón para creer en la posibilidad de reencuentro con el hijo muerto (obviamente, en otra vida mejor).
Otro de sus problemas actuales parece ser la falta de concentración que experimenta en sus estudios del CBC de la carrera de Veterinaria. Problemas que, en un principio, atribuye a su deficiente descanso nocturno. Lo dice en el siguiente modo coloquial:
–Tengo problemas con la “Facu”.
Al tiempo, comenta que la muerte de “Facu” (Facundo era el nombre que su hermanito muerto tenía asignado) sumió a su madre en la honda depresión de la que aún no se repone y que ha recrudecido fuertemente ante el alejamiento de Simón de aquella praxis religiosa que le permitía a la constelación familiar alimentar alguna esperanza de reencuentro posible.
El motivo de la muerte del hermanito habría sido la asfixia producida por dos vueltas de cordón umbilical. Accidente que, dicho sea de paso, también le ocurrió a Simón, sin que por ello sufriera un desenlace homólogo (¿o tal vez sí?).
El consulta en el momento en que su crisis de fe lo deja desguarnecido ante la vida. Al mismo tiempo, la madre le reprocha el hecho de que durante mucho tiempo intentó convencerla de algo en lo que, hoy por hoy, ni él mismo cree.
Podemos a esta altura extraer algunas hipótesis:
- Que la depresión que aquejó a la madre cuando su hijo tan anhelado nació muerto propició el abandono de Simón en tanto que hijo. Sí mantenía el lugar de ser su sostén espiritual (por lo menos hasta la aparición de la crisis de fe en él).
- Que los ahogos nocturnos establecen puntos de identificación, a la manera de la histeria, con relación al hermano muerto.
- Que, en este caso, la psoriasis se sobreimprime a la sensación de ahogo, es decir que un síntoma conversivo –la sensación de ahogo– puede coexistir con un fenómeno psicosomático –la psoriasis–. Lo cual nos permite impugnar de plano la teoría de que la psicosomática connotaría una cuarta estructura.
- Que los problemas con la “Facu” son el testimonio vivo de que el duelo por la muerte del hermano no había comenzado aún.
- Que para Simón no había lugar en el deseo de su madre mientras no ocupase cualquiera de los dos lugares que parecía tener asignados: el de hijo muerto (por los ahogos nocturnos); el de sostén espiritual (mientras duró su práctica religiosa).
Por todo ello, el duelo detenido ha sido productor de la mimesis entre Simón y su hermano muerto, donde el collar psoriásico y los ahogos testimoniaban, en su cuerpo (y en el órgano piel en forma respectiva) sobre la existencia de tal ligamen.
La prueba de realidad había sido torpedeada por la ideología religiosa de la vida eterna y por la idea del reencuentro posible con el hijo muerto.
El trabajo de duelo nunca había comenzado por no haberse terminado de aceptar la pérdida en tanto tal. El intento vano de sustitución del objeto ha sido el advenimiento de otro hijo (Tomás) un año y medio después de la muerte de Facundo, cuyo nacimiento en modo alguno resolvió la depresión de la madre.
La apuesta radica, en este momento del tratamiento, en recolocar emocionalmente al fallecido. No a Facundo, precisamente, sino a lo que Simón perdió en dicho acontecimiento. De ello, sólo su transcripción escripturaria podrá, en el escenario de un análisis, dar debido testimonio.
Distintas teorías sobre la psicosomática suelen coincidir en dos cuestiones: que en el paciente que carga con una lesión orgánica existe una sobreadaptación a las demandas del Otro, y que es posible encontrar en su historia un duelo detenido. Nos ocupamos en esta oportunidad del segundo punto.
Siguiendo los planteos de Jean Allouch, desbrozaremos los tramos más pregnantes del artículo de Freud, “Duelo y melancolía”.
Las ideas-fuerza que el maestro vienés despliega en dicho trabajo han influido fuertemente sobre casi todo lo que, en torno al duelo, se escribió después. De hecho, casi todos los autores (analistas o no) que se ocupan de esta temática lo citan de un modo casi obligado.
El cuestionamiento más fuerte que habrá de recaer sobre el texto citado involucra principalmente a tres de sus postulados: “prueba de realidad”, “trabajo de duelo” y “objeto sustitutivo”.
En cuanto a la “prueba de realidad” de que el objeto se ha perdido, sucede que nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo perdido por aquel que sufre una pérdida. En una muerte se pierde una parte de sí. No una parte de mí (el deudo), ni una parte de él (el muerto), sino una parte de un sí impersonal, que, a la vez que no es de ninguno, les concierne a los dos (al deudo y al muerto). Por esa razón el intento de llevar a cabo la famosa prueba de realidad implica confrontar (de un modo estructuralmente fallido) al paciente con la pérdida que suponemos que padeció.
Por otra parte, y rizando el rizo, podemos decir que en el duelo pierdo la dimensión de objeto que –hasta el momento de la pérdida– ocupé para el otro (amado y perdido).
En cuanto al así llamado trabajo de duelo, el intento de propiciarlo dio lugar a la creación de técnicas que apoyan la neocatarsis o, para decirlo de un modo más general, la descarga en cualquiera de sus formas con tal de que tal trabajo alcance su normal exutorio (algo del orden del: “¡Si querés llorar, llorá!”, que se hizo tan vedettianamente famoso hace un tiempo).
Forzar asociaciones en el paciente; golpear almohadones; llevar a cabo representaciones teatralizadas, etc., constituyen modos disparatadamente creativos de no haber entendido la metapsicología procesal del duelo en cuestión.
En cuanto al “objeto sustitutivo”, en “Duelo y melancolía”, Freud sostiene la idea de la elaboración del duelo pensada en términos de reemplazo del objeto (amado y perdido). Y, en “Lo perecedero”, plantea que “si los objetos son destruidos o si los perdemos, nuestra capacidad de amor (libido) queda de nuevo libre. Puede tomar otros objetos como sustitutos o volver temporariamente al yo”.
La tesis de Allouch radica en muy otra cosa: “...el objeto del duelo es insustituible. El duelo no es cambiar de objeto sino modificar la relación con el objeto” (Allouch, Jean, Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Edelp). Y, tratándose de prueba de realidad, si nos acercáramos a un enamorado cuyo amante acaba de morir para decirle que se trata de alguien sustituible, recibiríamos, y no sería injusto, una respuesta violenta.
* Supervisor en el equipo de psicosomática del Hospital Pirovano. Texto extractado del libro Herejías del cuerpo. Actualizaciones en psicosomática, que obtuvo el primer premio en el concurso de editorial Letra Viva 2001.