Jueves, 13 de diciembre de 2012 | Hoy
PSICOLOGíA › UN ENFOQUE SOBRE LA DEPRESION
En la depresión –sostienen los autores– podría intervenir un factor, descubierto por la psicología experimental, llamado “desesperanza aprendida”, por el cual “una serie de eventos aversivos incontrolables”, que son “la semilla de una depresión”, llevan a sentir que los resultados de la propia vida son independientes de los propios actos.
Por Ariel Minici,
Carmela Rivadeneira y
José Dahab *
La desesperanza aprendida es uno de los descubrimientos de la psicología experimental que más difusión han alcanzado, expandiéndose a campos conexos como el de la psicología social o la sociología. Por supuesto, su aplicabilidad inicial y más específica se circunscribe a la psicología clínica, y particularmente se ha perfilado como un modelo experimental de depresión. El fenómeno de desesperanza aprendida –también llamado impotencia o indefensión– fue inicialmente descripto por Bruce Overmier y Martin Seligman a mediados de la década de 1960. En pocas palabras, ellos descubrieron que si un animal era expuesto a una serie de estímulos aversivos inescapables e incontrolables, luego desarrollaría un síndrome caracterizado por un marcado déficit para iniciar otras conductas o para aprender conductas nuevas. Un amplio programa de investigación dejó en claro que el factor determinante de tal síndrome era la incontrolabilidad percibida por los animales, y no el estrés de los eventos aversivos. Esto significa que si el animal recibe los estímulos aversivos, por ejemplo, choques eléctricos, pero puede ponerles fin bajando una palanca, girando una rueda o saltando de la jaula hacia otro sitio –si el animal puede realizar cualquier conducta de escape que le otorgue sentido de control sobre la situación desagradable– entonces no desarrollará desesperanza. Pero si el animal no puede escapar, si queda simplemente expuesto al estresor, sin que nada de lo que haga pueda poner fin a los estímulos desagradables, entonces presentará indefensión.
En este estado, ya no intentará escapar de otros eventos aversivos, sino que se quedará pasivamente, aguantando el malestar, aunque ahora con un simple movimiento podría irse. También mostrará poco interés en una compañera sexual en celo e incluso en alimentarse. Su tasa de comportamiento habrá disminuido, se lo verá quieto, aletargado, sin motivación para iniciar casi ninguna conducta. Y, muy pertinente para nuestros fines, presentará signos de ansiedad y tristeza: he aquí un modelo animal experimental para la depresión humana.
El fenómeno de indefensión se encuadra dentro del condicionamiento instrumental u operante descripto por Skinner. Este constituye un proceso básico de aprendizaje por el cual los organismos adquieren o eliminan conductas según las consecuencias que siguen a las mismas. Al decir que es un proceso básico, se remarca que se trata de una forma de aprendizaje que comparten todos los seres vivos con sistema nervioso. Por supuesto que, en las diversas especies, este proceso básico adquiere formas muy disímiles. Particularmente, en los seres humanos, el condicionamiento instrumental no sólo se aplica a conductas motoras, sino también a las conductas cognitivas y emocionales, con un agregado de suma importancia: podemos pensar en tales relaciones. Un perro o una serpiente se encuentran sometidos a leyes de contingencias entre sus conductas y las consecuencias que les siguen; los humanos también, pero podemos darnos cuenta de ellas, somos capaces de generar conciencia. Lo cual, sabemos, no es poca cosa.
El condicionamiento operante posee un sentido evolutivo adaptativo muy obvio. Dicho en términos muy simples, ayuda a eliminar del repertorio del individuo aquellas conductas que han conducido a una consecuencia insatisfactoria mientras que aumenta aquellas que conducen a la satisfacción, un proceso elemental pero de importancia clave para la supervivencia. Este proceso básico tan vital es que el que “se enferma”, por así decirlo, lo hace en la indefensión. Dilucidemos mejor este punto.
Los animales reciben una seguidilla de eventos aversivos incontrolables; en otras palabras, hagan lo que hagan, no pueden evitarlos. Dado que sus conductas y los eventos desagradables simplemente no tienen nada que ver, ¿qué aprenden, desde un punto de vista del condicionamiento instrumental? Pues justamente eso: que su conducta y tales eventos motivacionalmente significativos son independientes. Si los animales hablaran, nos dirían: “Ya que de esto no podemos escapar, entonces ¿para qué esforzarse?”. Y de hecho, aunque sus perros no hablaran, desde el mismo inicio Seligman y Overmier conceptualizaron a la desesperanza aprendida como un proceso cognoscitivo en el cual la formación de expectativas se veía afectada. Vamos a ello.
Tal como se mencionó arriba, una de las cualidades distintivas del condicionamiento instrumental en humanos radica en que nosotros podemos concientizar las relaciones que establecemos entre nuestras conductas y sus consecuencias. Más aún, podemos verbalizarlas, planificarlas y hasta jugar imaginariamente con relaciones de conducta-consecuencia imposibles en la realidad (así es que muchas personas “vuelan” extendiendo sus brazos). Esta capacidad de pensar conscientemente las relaciones conducta-consecuencia se inscribe en el terreno de la formación de expectativas. Esperamos que ciertos actos lleven a determinados resultados; por ello, por ejemplo, nos esforzamos en estudiar ante un examen o madrugamos cuando buscamos un trabajo. Aguardamos que tales comportamientos nos conduzcan a un resultado deseado. Ahora bien, ¿qué pasa con este proceso de formación de expectativas cuando una persona sufre de desesperanza aprendida? Ilustremos esto con casos reales.
¿Qué sucederá con los niños que reciben castigos arbitrarios en forma sistemática por parte de sus padres? Imaginemos por ejemplo un niño cuyo padre o madre padece un desorden bipolar no tratado adecuadamente y que, por consecuencia, se comporta de manera errática respecto de los límites que le impone. Así, independientemente de la conducta del chico, el padre se mostrará amable y comprensivo cuando se encuentre en un período de estabilidad, avalando incluso comportamientos inadecuados como juguetear con algún aparato eléctrico. Pero en un momento distinto puede actuar excesivamente rígido y castigador, llegando hasta la aplicación de punitivos físicos sin que el niño haya realizado ninguna conducta inadecuada. En este caso, claro está, los “premios y castigos” que el pequeño reciba serán independientes de sus actos. A lo largo de varios años de tal modus operandi, ¿qué podrá aprender esta persona acerca de la relación entre sus conductas y sus consecuencias? Obviamente, que no se relacionan. He aquí la semilla de una depresión. Con los años, ello conducirá a un estilo explicativo pesimista, lo cual significa que se tenderá a interpretar y explicar los eventos importantes como fenómenos independientes de la propia conducta.
El programa de tratamiento cognitivo conductual para la depresión incluye el abordaje del fenómeno de desesperanza desde distintos ángulos. Por una parte, se vale del cuantioso conjunto de técnicas conductuales específicamente diseñadas para el tratamiento de la depresión. Una de ellas es la programación gradual de tareas: consiste en la planificación y ejecución de conductas progresivamente más complejas. La clave de la técnica radica en la gradualidad. Dado que inicialmente el paciente se propondrá los comportamientos más sencillos, se maximiza tanto la probabilidad de que efectivamente los haga como de que ellos reciban sus reforzadores naturales. Obtener reforzamiento por conductas simples empieza a operar una reversión del fenómeno de indefensión en el plano conductual porque se generan los incentivos naturales que motivan la iniciación de nuevas acciones. Sobre esta primera base, se programan entonces tareas más complejas que actuarán en el mismo sentido, vale decir, volviendo a vincular el comportamiento con sus consecuencias importantes.
Otra técnica conductual para el tratamiento de la depresión es el entrenamiento a la familia en reforzamiento diferencial de conductas incompatibles: propicia que las personas significativas del entorno del paciente aprendan a otorgar reforzamiento social a las conductas opuestas a la depresión y viceversa, que no refuercen el comportamiento propiamente depresivo. Pero también se opera cognoscitivamente, apelando a la cualidad distintivamente humana de concientizar las relaciones de contingencia entre el comportamiento y sus consecuencias. Siguiendo el mismo ejemplo, el programa de activación conductual mencionado recurre a los ejercicios de dominio y agrado, lo cual ayuda al paciente depresivo a valorar cuánto pudo efectivamente realizar y cuánto le gustó. En síntesis, nuestro objetivo es “curar” la desesperanza en el plano conductual y cognitivo. Conductual, porque favorecemos acciones concretas que por su naturaleza se conectan con sus resultados. Cognitivo, porque procuramos que los pacientes se den cuenta de estas relaciones entre sus acciones y los resultados que obtienen. Por supuesto, el tratamiento cognitivo conductual de la depresión engloba otro conjunto de procedimientos, variadamente relacionados con el fenómeno de indefensión aprendida.
* Psicólogos. Extractado del trabajo “Un modelo experimental de la depresión”, publicado en Revista de Terapia Cognitivo Conductual, Nº 19.
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