Jueves, 13 de febrero de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › INAUDITO IDEAL CONTEMPORáNEO
El autor, luego de desarrollar la importancia de la noción de límite en la constitución del psiquismo, postula que, en la sociedad contemporánea, “predomina el ideal de no tener límites” y sostiene que esto puede advertirse “en la fragmentación del mundo social y de los lazos entre los sujetos” y en el psiquismo de cada uno.
Por Yago Franco *
¿Qué es un límite? ¿Qué es un límite para la psique, qué es un límite para el sujeto? ¿Cómo se produce, qué función cumple? En el encuentro fundante del bebé con el Otro, éste tiene como primera tarea promover en el cachorro la creación de su mundo pulsional. Sus impulsos originarios, de descarga inmediata, ligados a sus necesidades corporales (alimento, abrigo, higiene) se van apartando de lo estrictamente funcional para dar lugar a ese plus que aparece en cada satisfacción. Cada zona corporal se transformará en zona erógena. Las caricias, el canto, el acunamiento, aquello que excede lo estrictamente funcional, producen una transformación. Esta es una creación humana, en esa zona de encuentro del cuerpo y la psiquis infantil con el deseo materno.
Al mismo tiempo –segunda tarea del Otro– se irán creando vías colaterales para la pulsión: un circuito cada vez más amplio, más rico, más complejo, con desvíos, postergaciones y transmutaciones, que se van creando en las experiencias de satisfacción y dolor. Para esto el Otro se vale de su discurso, incluyendo en éste actos que van de la mano de palabras, y fundamentalmente de la función que cumple la ternura como dispositivo de socialización (como lo planteaba Fernando Ulloa).
Hay también segundos límites: éstos separan paulatinamente al infans de sus satisfacciones y objetos originarios; es la función que conocemos como las prohibiciones edípicas. Esos límites, que dependen en un origen del accionar del Otro, que a su vez transmite el mundo simbólico creado colectivamente, esos límites cumplen una función estructurante decisiva. Como todo límite, dan forma, contornean, definen un espacio. Son límites al servicio de Eros. Estructuran la psique, pero también están al servicio de la estructuración de la vida social. Los objetos originarios son delegados del Otro ante el infans: siguen sus instrucciones (que habitan en su inconsciente). La forma de modelar la vida pulsional es siempre social: los destinos de la pulsión muestran la presencia de la cultura.
Ciertamente, hay otros límites: los que se hacen presentes en las neurosis, que muestran al sujeto condenado a repetir un circuito pulsional/deseante. Pero –y es lo que aquí queremos resaltar– están los límites impuestos por el poder, que consigue, apelando a la capacidad identificatoria y sublimatoria de la psique, que el sujeto sea sometido a la reproducción del tipo de subjetividad socialmente instituida. Eso se observa en una medida extrema en los totalitarismos o en los regímenes confesionales. Pero, en mayor o menor medida, toda sociedad, todo poder instituido en una sociedad, intenta –para sobrevivir– que los sujetos piensen, sientan y actúen de acuerdo con lo que a dicho poder le resulta conveniente.
La plasticidad de la psique, las pasiones edípicas, la creación de instancias como el superyó y los ideales del yo son las brechas a través de las cuales el poder instituido intentará modelar el psiquismo de los sujetos, cuyo mundo sublimatorio y pulsional a su vez necesita modelos identificatorios y destinos. Y si éstos en un primer momento son transmitidos por los objetos originarios, sabemos que la sociedad irrumpe cada vez más tempranamente en la crianza, en buena medida mediante los medios masivos de comunicación y el universo tecnocomunicacional tal como se ha desarrollado en las últimas décadas. El formateo de la psique, los límites y caminos impuestos a ésta en sus registros pulsionales e identificatorios han quedado cada vez más en manos de los medios. Y esto en un proceso sin fin, ya que son registros abiertos a lo largo de la vida de los sujetos, aunque obviamente las adquisiciones tempranas y estructurantes son las de mayor peso, por la dificultad que presentarán para su modificación, ya que están en el basamento de la psique. La subjetividad es en buena medida un producto de lo históricosocial. Estos límites instituyentes, socializantes, cambian a lo largo del tiempo y de una sociedad a otra.
“¡Sé ilimitado!”
Pero asistimos, por primera vez en la historia de la humanidad, a la existencia de una sociedad que exalta y demanda la falta de límites. Lo que predomina en la sociedad es el ideal de no tener límites. Una suerte de promesa de eludir la castración. Castración es el nombre del límite impuesto a la psique, que la obliga a abandonar toda ilusión de completud (ilusión que permanecerá por otro lado viva en el inconsciente), un límite que el sujeto deberá sobrellevar toda su vida, que le avisa que lo ilimitado es una ilusión, con la que el neurótico sueña y que el psicótico padece. Y que, en el mejor de los casos, mediante diversos artilugios creadores, algunos sujetos jugarán a eludir, pero sin creérselo.
Pero cuando lo ilimitado funciona como modelo, la sociedad reclama a los sujetos que vivan como si la castración no existiera. “¡Sé ilimitado!” es un mandato imposible. No ha surgido en cualquier momento de la historia, ya que es una creación del imaginario social de esta etapa del capitalismo. Forma parte de su núcleo, del núcleo de su magma de significaciones imaginarias sociales. Y podemos ver sus efectos en la depredación de la economía, del medio ambiente, en guerras y genocidios, en la fragmentación del mundo social y de los lazos entre los sujetos. Y también puede apreciarse en el psiquismo.
El ideal de lo ilimitado está claramente relacionado con el imaginario capitalista del desarrollo, entendido como desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas. Para que esto se produzca, el consumo debe incrementarse permanentemente, debiendo crearse nuevas mercancías de modo constante, y también volverse obsoletas para permitir una renovación permanente. El terreno de la informática es paradigmático: apenas duran meses las innovaciones, el sujeto comienza a disfrutar de su nueva adquisición y prontamente aparece otro objeto que ofrece mejores prestaciones.
En lo profundo de la psique se ha producido una compleja operación que impone una ecuación que dice que consumir de ese modo es bueno y conduce a la felicidad, felicidad que en esta época queda ligada a ser completo, completud que, a su vez, se significa como ligada a lo ilimitado. Si el sujeto consume ilimitadamente, puede llegar a la completud. Claro que hay una trampa: porque, si algo es ilimitado, por consecuencia lógica la completud no es posible. Sólo en el campo de algo que sea mensurable puede haber completud. Y, en la práctica, se termina produciendo un estado de insatisfacción y frustración casi constante, ya que lo que el Otro le señala permanentemente al sujeto el estar en falta: siempre falta algo para estar completo, pero puede adquirirse..., aunque, producida la adquisición, volverá a abrirse el circuito.
Por supuesto que esto es algo propio del sujeto humano: la felicidad es algo efímero, se produce en esos momentos en los cuales parece haberse arribado a la completud. La diferencia, la pequeña gran diferencia, es que esto ha pasado a ser una significación que domina la época. Ya no es parte del territorio de las aventuras y desventuras de la historia individual del sujeto, sino que ha pasado a formar parte de una forma de vida socialmente impuesta.
Si los límites al interior de la psique son necesarios, para ésta como para la vida social, ¿cuáles son las consecuencias de exaltar la falta de límites? ¿Puede realmente producirse una falta de límites? ¿Hay un estado ilimitado en el sujeto? Como veíamos, la pretensión de ser ilimitado es una trampa que en realidad consigue un estado de insatisfacción constante, cuyos efectos se observan en la clínica como hiperactividad, insomnio, patologías psicosomáticas, estados de angustia sin objeto (a veces ligado a los llamados ataques de pánico), anorexias y bulimias, adicciones. Un estado de insatisfacción que hace que el sujeto se sienta permanentemente en falta y así reinicie el circuito adquiriendo aquello que lo completaría: sea un objeto, una actividad, viajes, estudios de posgrado, especializaciones, operaciones estéticas, diversiones, información.
Esto afecta además los lazos sociales. Hay un evidente estado de fragmentación, efecto de la exaltación del narcisismo: lo ilimitado está ligado al narcisismo, es un llamado al narcisismo, una suerte de renegación de aquello que lo desplaza: la castración. Pero también los lazos pueden entrar dentro de la lógica de lo ilimitado: se busca a quien complete, hay vertiginosidad en los lazos amorosos, que suelen sucumbir ante problemáticas poco importantes, imponiéndose además un ideal de rendimiento y goce sexual que hasta toma la forma de compulsiones, muchas veces acompañado de diversas sustancias, como el sildenafil, puesto al servicio de un goce ilimitado. El trabajo, la actividad política, el arte, el deporte, el estudio –por solamente nombrar algunos lugares de presencia y actividad de los sujetos– también se ven afectados, interferidos por el llamado a lo ilimitado.
Un llamado que, por un lado, fracasa –no es cumplible–, pero, por el otro, triunfa al someter a los sujetos a su “racionalidad”. Mientras no haya una interrogación y destitución de un mito como el del desarrollo (que está en el núcleo del ideal de ilimitado), es decir, una desalienación, una resubjetivación en el sentido de un regreso del poder de los sujetos sobre el poder instituido –lo cual es tarea de la política, la filosofía, el arte, también del psicoanálisis– continuaremos presenciando los efectos de un orden que clama por lo ilimitado y produce exactamente lo contrario: una limitación del accionar de los sujetos, de su libertad, de su vida.
* Texto extractado del trabajo “Sobre los límites”, que puede leerse completo en www.elpsicoanalitico.com.ar
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