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Hace mucho tiempo que Lacan anunciaba la declinación de la imago paterna. En el siglo XIX notaba ya, en el desarrollo del mercantilismo capitalista y en el de las ciencias, signos en detrimento del viejo orden dominado por las figuras de Dios y del Rey. Balzac brindaba un campo de observación de ese deslizamiento de los valores, de las relaciones sociales y de las relaciones íntimas. La figura moderna del padre humillado se imponía, más allá del brazo guerrero debilitado de Don Diego de Miranda. En esa época el descrédito del patriarca, para alguno, se acompañó con la emergencia de una nueva figura: la Mujer Toda, supuestamente llamada a tomar el sitio de los padres y de los machos. Dios-madre fue un eslogan y surgió como un recurso. Las cosas se aceleraron y terminaron por producir un cambio de época radical. Una revolución técnica marcó los mediados del siglo XX, la invención de la contracepción, que concretizó la separación entre el ser mujer y el ser madre. El mismo período vio abrirse, con el primer bebé de probeta, el campo de las Procreaciones Médicamente Asistidas (PMA), cuyo desarrollo actual conduce a la disociación de hecho entre sexualidad, procreación y transmisión de la vida. Este doble cambio llevó a plantearse, en términos inéditos, la relación de cada uno con su ser sexuado, la manera de gozar su cuerpo y encarar (o no) las relaciones con un partenaire, de sexo diferente o del mismo sexo, y considerar la concepción, la parentalidad y la filiación.

De esta manera un cambio en el Otro social tiene consecuencias en lo real, en lo más íntimo del ser para el sexo, y lleva, en consecuencia, a mutaciones en las estructuras del parentesco (tener pareja, engendrar, ser padre) y en las relaciones entre los partenaires. La clínica, como un sismógrafo, atestigua estas evoluciones. Ya no resulta tan manifiesto que el padre sea una respuesta y no una pregunta. Pasada la esperanza de una liberación de las mujeres, emancipadas de golpe de la tutela de los padres y de la sumisión al marido, pareciera que las cuestiones abiertas conducen a respuestas diferentes y a reiterados callejones sin salida.

La aspiración contemporánea a la feminidad evocada por Jacques-Alain Miller puede ilustrarse con ciertos sujetos a los que el destino anatómico y lo binario de los géneros condenaba a soportar una identidad que su subjetividad rehusaba: la cirugía se ofrece para reparar el error anatómico y la ley a “reasignarles” la identidad de su anhelo. En esto podemos ver el triunfo de una lógica en la que participa el psicoanálisis, la de la sexuación más que la del factum: en definitiva es el mismo sujeto el que llega a nombrarse en función del modo de goce que asume. Pero no debemos descuidar el efecto empuje-a-la-mujer que contiene este nuevo ofrecimiento médico-legal.

De este modo se pone una obra en marcha. Nada justifica que se anuncie el Apocalipsis, pero nada incita realmente a augurar un futuro prometedor: hoy, al igual que en otros momentos cruciales de la historia de la civilización, no se trata ni más ni menos que de un cambio de paradigma.

¿Cuáles son los hechos que testimonian una perversión difusa, una fetichización del niño, una idealización de algún avatar de La-Mujer, de la nueva Eva, una feminización generalizada? ¿Quiénes son los que testimonian de manera posmoderna para plantear el enigma de la feminidad y asumir la feminidad corporal? Si la histeria a la manera de Dora deja que se le adelanten, ¿el estrago madre-hija está llamado a multiplicarse?

El escenario de la vida política también cambia: el trío padre, excepción y castración es reemplazado por el no-todo generalizado, ¿o es solo un mito? ¿No vemos pulular las formas más excéntricas o monstruosas de la excepción a todo precio y el reino global de la lucha de los hijos entre ellos bajo el signo del complejo de Caín?

* Fragmento de un trabajo incluido en El orden simbólico en el siglo XXI no es más lo que era. Qué consecuencias para la cura?, volumen del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.