PSICOLOGíA › LA OBSCENIDAD AL SERVICIO DEL DESENCUENTRO

“Así no me vas a coger, pelotudo”

Hay varones que, en las redes sociales o en intercambios personales, cuando está por hacerse factible un encuentro físico con una mujer, se descuelgan con una obscenidad, una salida de tono que impide definitivamente el encuentro. El autor de esta nota indaga por qué.

 Por Santiago Thompson *

El título de este artículo está tomado de una página de Facebook, devenida luego sitio web (https://www.facebook.com/AsiNoMeVasACogerPelotudo). Inaugurada en febrero de 2013, supera los 160.000 seguidores. Consiste, sobre todo, en capturas de pantalla de chats en los que se producen acercamientos al menos torpes al sexo opuesto. Si bien el material redunda en diálogos graciosos y cursilerías varias, la estrella de la página son aquellos diálogos en los que el varón malogra la situación con algún tipo de obscenidad. Tomo un ejemplo: la charla es prometedora: ella le cuenta al varón en cuestión que su mejor amigo la dejó sola..., y él le contesta: “Che, si un día estoy recontrapodrido de mi soledad, pero posta, recontra reharto, ¿cogemos?”. Fin de la conversación. Como pequeña venganza por la afrenta, la chica hace la captura de pantalla (cabe aclarar que se ocultan las identidades de ambos participantes) y la envía a la página.

Este tipo de anécdota entra en consonancia con una observación que emerge de mi práctica: el modo en que las formas de lazo imperantes ponen en evidencia, en los varones, toda una serie de maniobras evitativas. Maniobras que siempre existieron, pero que quedaban veladas por una mascarada femenina que se sostenía como “objeto de conquista”, poniendo entonces una serie de obstáculos a superar. El retroceso del varón quedaba entonces justificado por tales obstáculos (que se presentaban tanto del lado de la mujer como del padre, como lo evidencia el caso del “Hombre de las Ratas”, presentado por Freud).

Hoy, aquello que de impostor tiene quien sostiene la impostura suele quedar al desnudo. Si no hay obstáculos, entonces habrá que producirlos. Me ocuparé en lo que sigue de una modalidad que no es novedosa, pero que hoy adquiere modos sumamente exacerbados en los jóvenes obsesivos del nuevo siglo: el insulto a la presencia del deseo del partenaire.

En nuestra polis, las mujeres han borrado del mapa la palabra “amante”, cuyas connotaciones amorosas y hasta sacrificiales son evidentes. En su lugar está ahora el “chongo”, significante que pone el acento en el carácter de objeto del varón. Y esto no puede sino desencadenar la angustia del varón. El pasaje del “amante” al “chongo” da cuenta, a nivel de la palabra, de una pérdida respecto del amor, que, en su función de velo, hace soportable el encuentro. Como afirma Lacan en su Seminario 10, es “por eso que el amor-sublimación permite al goce condescender al deseo”.

El viejo “verso” –término que también ha perdido algo de poesía, al ser degradado al “chamuyo”– implicaba la trama de un engaño. Se salvaba el obstáculo con palabras de tinte amoroso que ocultaban un fin erótico. Es la lógica del antiguo Don Juan. Hoy el chamuyo es, muchas veces, simplemente un código, con el cual se hace humor. Otra página de Facebook, llamada “Te quiere garchar” (https://www.facebook.com/tequieregarchar.oficial), procede a una divertida enumeración de las ruinas del chamuyo, bajo el formato “si (hace/dice x), te quiere garchar”.

Ahora bien, al joven obsesivo moderno la ausencia del obstáculo le implica un problema. El avanzaba tranquilo cuando esperaba encontrarse con una resistencia a vencer. A falta de tales obstáculos, padece cierta desorientación. La cual va acompañada de la emergencia, en el horizonte, del deseo de la partenaire. Y lo que escuchamos, así en la clínica como en la vida cotidiana, es la proliferación de lo que Lacan llamó tempranamente “el insulto a la presencia real del deseo del otro”. Ataque, ruptura de la escena, fuga hacia adelante, que sirve a los fines de restituir el obstáculo ausente.

Mientras escribo esto, se viraliza en las redes sociales la reversión de un dicho popular: “De la muerte, de los cuernos y de la foto de la pija por whatsapp sin que la pidas no se salva nadie”. Hace alusión a un exhibicionismo virtual que irrumpe por parte de los varones en el transcurso de un chat bien encaminado y que suele poner fin a toda posibilidad de encuentro. Allí apunta mi observación: la introducción, en un intercambio que daría lugar al encuentro de los cuerpos, de un elemento obsceno (dicho o mostración), que fractura la escena. Cabe puntualizar que no se trata de una mostración perversa, sino de un modo típico de fuga obsesiva. El perverso, en cambio, busca los datos subjetivos de la división del partenaire –no un cortocircuito autoerótico– y por lo tanto propicia el encuentro, para lo cual promueve y construye la escena.

“¿Qué importa mi nombre?”

El falo, por un lado, inscribe la diferencia entre los sexos. Alteridad del Otro que trata de recubrir, tanto mediante los juegos de prestancia con el rival, como mediante la degradación del partenaire a un objeto serial. Implica además la lógica de la tumescencia-detumescencia. En tal sentido, Lacan introduce su carácter de presencia, ingobernable, del deseo. Y agrega que lo que tiene de insoportable es que no es tan sólo signo y significante, sino también presencia real del deseo. Los lugares masculino y femenino hacen semblante, respectivamente, de ser y tener el falo. El sujeto masculino tiene el falo; o más bien parece tenerlo, ya que éste denuncia la presencia real del deseo más allá de su voluntad. La mujer hace semblante de serlo, ofreciéndose como causa de deseo. En ese punto –cuando el varón percibe los signos del deseo–, el insulto, la injuria, aparece como defensa. Cito aquí a Lacan: “En el fondo de los fantasmas, de los síntomas, (...) volvemos a encontrarnos con algo que llamaré el insulto a la presencia real. Y el obsesivo, él también, se enfrenta al misterio del significante fálico y trata de convertirlo en manejable”.

Subrayo ese “convertirlo en manejable”, que se perfila como el drama masculino; es una de las demandas privilegiadas del obsesivo moderno. ¿Cómo sale de allí el obsesivo? En principio, afirma Lacan, se trata de anular el deseo del Otro: “Su primera salida, la salida inicial, la que condicionará todas sus dificultades ulteriores, será anular el deseo del Otro”. Si el deseo de la mujer se hace presente, el insulto, la injuria, lo obsceno, cumplen esta función. Toman el carácter de un pasaje al acto, en cuanto supone una fuga de la escena. Rompen el velo que sostiene la tensión del deseo, produciendo una emergencia de la pulsión por fuera de las coordenadas imaginarias. Implican un cortocircuito pulsional: la palabra deja de funcionar como medio para propiciar el encuentro y se convierte en una meta pulsional en sí misma. En términos freudianos, podríamos hablar de una desmezcla pulsional: aquel quantum de pulsión de muerte que se juega en el encuentro sexual se descarga de modo independiente, en la precipitación por fuera de la escena.

El obsesivo, ante el “hacerse desear” de la mascarada femenina, responde denunciando, degradando y aniquilando lo que de engañoso tiene toda la ficción del deseo. La página “Así no me vas a coger, pelotudo” es en tal sentido ejemplar: los varones, por la vía de la injuria o de la obscenidad, arruinan la posibilidad de un encuentro. Se procede a una acción que, si hasta el momento ella se mostraba deseante, o al menos expectante, la deja sin ganas de nada.

De este modo, el varón procura restituir su primacía en el campo del deseo a costa de una degradación del Otro. Si ella semblantea el ser el objeto causa de deseo –castrándolo, en cuanto lo arrastra a un terreno donde pierde el control sobre su deseo–, el obsesivo golpea. En el Seminario 8, Lacan advierte que la relación del obsesivo con el objeto está esencialmente gobernada por la depreciación, rechazo, negación de los signos del deseo del Otro.

Esta modalidad de evasión se presenta, en nuestro tiempo, como una forma defensiva típica exacerbada. Y ello porque sirve a dos fines: por un lado evitar el encuentro con el otro sexo, por el otro sostener y preservar el semblante masculino. Incluso el carácter violento que adquiere el piropo en nuestros días no hace más que asegurarse de no tener la más mínima posibilidad de ser correspondido. Finalmente, lo que se produce es una forma de satisfacción autoerótica disfrazada de un intento de conquista. Es que los jóvenes varones ya no cuentan con la complicidad femenina para sostener una posición de evitación: todo acercamiento que sostenga medianamente una escena corre el riesgo de concretarse. Predominan entonces nuevas modalidades obsesivas para ir al encuentro de la imposibilidad, que consisten en pulverizar la escena.

Transcribo, para concluir, el breve diálogo, sostenido en un boliche, que me relató una adolescente. Me parece ilustrativo de la forma de “insulto a la presencia real del deseo” que quise delimitar en este escrito:

–Hola, ¿querés coger?

–Puede ser, pero... ¿me decís tu nombre, primero?

–¡Qué te importa mi nombre! ¿Querés coger?

* Psicoanalista. Texto extractado de un artículo que se publicará en el próximo número de la revista Imago Agenda.

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