PSICOLOGíA › PSICOANALISIS DE UN CHICO DE SIETE AÑOS QUE PADECIA ENURESIS Y ENCOPRESIS DIURNAS

“Soy el producto del gusto de mis padres por lo sucio”

Para los autores de este trabajo, la superación de los síntomas de un niño –al igual que los de un adulto– implica que el sujeto logre hacerse “responsable de su propio goce”. Así lo ejemplifica el caso del pequeño que supo reconstruir la escena en que había presenciado la verdad, terrible, de su padre.

Por Irene Greiser
y Gustavo Stiglitz *

Javier tiene 7 años y medio y fue derivado por el pediatra con diagnóstico de “Enuresis y encopresis diurnas secundarias y un episodio de prolapso anal a los tres años de edad”. Retiene las heces. En relación al prolapso de los tres años dice: “Se me salió el culo. No quiero que me vuelva a pasar”. Dice no darse cuenta de que tiene ganas de hacer caca.
La madre había sido muy exigente en el control de esfínteres. En la primera entrevista, cuando la madre es interrogada, Javier se le adelanta y dice: “Me cago de día, de noche no”. De este modo reconoce que se hace encima cuando tiene a su disposición el lugar donde el Otro espera sus excrementos, equivocando así la función biológica. Así su síntoma, en un primer momento, es situado en su decir en relación a la demanda del Otro.
Cuando la madre sale del consultorio, Javier, muy angustiado, continúa hablando: “Me da miedo que en el baño salga alguien de golpe”.
Nombra al pasar a su hermana de cuatro años. Y cuando el analista, en el intento de situar los acontecimientos que dejaron huellas de goce en su cuerpo, pregunta por el comienzo de su problema, contesta sin dudar: “Fue hace 4 años”.
Al señalarle la coincidencia dice que nunca lo había pensado y agrega: “Hace 4 años los chicos de la escuela me dieron un susto en el baño”. En el cierre de esta entrevista, dice: “Sí, sí, un susto, alguien apareció de golpe hace 4 años y fue un susto”.
Hasta aquí tenemos un sujeto que consiente a escuchar al analista en función de intérprete. La encopresis entra en la serie de “los sustos”. La angustia aparece ligada al acto de la defecación. El goce en juego todavía permanece opaco para el sujeto.
Comienza a desplegar el tema de los sustos: “Tuve 12 sustos: te cuento cinco hoy, cinco la próxima y dos que ya te conté y están todos”. ¿Cuáles son esos dos? “El de mi hermana y el de la escuela.” Al incorporar al nacimiento de la hermana en la serie de los sustos, su contabilidad sobre el goce se demuestra permeable a la intervención analítica: es una contabilidad abierta a lo no sabido.
Las escenas que lo asustan son situaciones que se producen estando en el baño: algo está por ocurrir o por aparecer.
Me pide que le haga preguntas, así él me contesta y se cura. “¿Averiguaste algo de mí? ¿Por qué me hago pis y caca?”
Asiente cuando el analista le dice que él mismo ya tiene preguntas y también cosas para decir de ellas y que él lo acompañará en eso. Pero esto lo sorprende porque su madre había dicho que los psicólogos hacen preguntas: “¿Se equivocó, ella que lo sabe todo? Yo creía que los grandes lo sabían todo”.
La madre encarna a un Otro completo, mientras que el padre es una figura frágil a quien él debe proteger: tiene miedo de que sufra un accidente y muera o de que otro hombre lo mate. De los sustos que venía contabilizando, pasa a situar la versión de goce paterna: “Mi papá da muchas preocupaciones en casa. Toma lo que un hombre tiene que tomar pero toma mucho”. Sigue: “Yo no podría vivir sin mi papá. Si mi mamá se va con otro hombre, yo me quedaría con mi papá. El estaba enfermo, iba un poquito borracho, mi mamá no lo dejaba salir, le dio un jarabe y ahora se gustan otra vez”.
Lacan dijo alguna vez que la proporción sexual no existe... que existe sólo en la familia. En la infancia, la única proporción que el sujeto puede encontrar es la proporción padre-madre. Padre y Madre entran como significantes en esa proporción. Uno como nombre, el otro como significante de un deseo. Para Javier, el padre no tiene ubicada a una mujer como causa de su deseo, sino al alcohol. El niño sitúa al alcohol como objeto de goce. Si bien se trata de lo que un hombre debe tomar, se ve en dificultades para establecer la medida de ese goce. En la versión paterna localiza un excedente de goce que lo lleva a la construcción de una ficción que dé cuenta del armado de la proporción sexual: que la madre en tanto mujer esté ubicada como objeto causa del deseo del padre. El, a su vez, queda identificado al padre.
Como primer efecto terapéutico se reduce su angustia, y ubica a los padres en el lugar de la causa. Esto dará comienzo a sus propias preguntas.
Javier destaca tres preguntas que se le ocurren al levantarse por la mañana: 1) ¿por qué me hago caca y me asusto?; 2) ¿cuánto vale un chico?; 3) ¿me molesta o me gusta hacerme caca? De ésta, dice que es la mejor.
Estas preguntas no son respondidas pero sí sostenidas como tales. La enunciación ha cambiado. Ya no se trata de lo que el analista averigua, sino de una cuestión a su cargo. Es la forma que toma la pregunta más general: ¿qué puedo saber en un psicoanálisis? Es la interrogación por su propio goce, que lo divide.
En la primera pregunta se trata de la demanda del Otro: ¿qué quiere de mí? El acontecimiento del prolapso, el sujeto lo interpreta como: “¿Qué me quiere?: quiere mi castración”. El goce del Otro exige su castración. Es por aquí donde surge la angustia ante el acto de la defecación, vinculada a colmar el deseo y el goce del Otro.
La segunda pregunta se refiere a qué valor tiene un niño como objeto de goce. El niño oscila entre consentir o rechazar a ofrecer una parte de su cuerpo al supuesto goce del Otro. La tercera atañe a cuestionar su posición de rechazo o consentimiento del goce que encierra el síntoma. De ésta dice que es la mejor y apunta a un ¿qué debo hacer? ¿Consentir o rechazar el goce propio que envuelve la encopresis?
Esto se resolverá cuando pueda localizar lo que del goce del Otro da consistencia a su síntoma.
El temor a la muerte del padre es un tema recurrente, hasta que decide contar algo que le da vergüenza, indicador de la implicación del sujeto. Es una escena ocurrida hace unos tres años. Su mamá salió a hacer las compras. Salió –esto lo va descubriendo mientras lo cuenta– sabiendo que no había nada que comprar, presionada por el padre y sabiendo por qué éste se lo pedía. Javier se quedó en casa con su hermana y el padre. Había mucho silencio. Fue al baño y encontró a su padre dormido, sentado en el inodoro, con una aguja clavada en el brazo.
“Fue un susto”, dice, y agrega: “Me parece que ya adivinaste por qué se me escapa la caca”. Se ríe cuando el analista le dice: “Vos también”.
Esta escena que construye en el análisis sitúa el acontecimiento por el cual irrumpe el goce. Marca el encuentro con lo real del trauma y al sujeto como respuesta de lo real.
Más adelante dirá, a partir de un dibujo, que ya no le tiene miedo al baño.
Su deseo por las cosas sucias emerge en una serie constituida por un sueño en el que un compañero tiene el pañal sucio, un dibujo en el que un niño tiene los pantalones sucios y las manchas que él mismo se hace sin querer con los colores en la sesión. Estas producciones iluminan, a posteriori, su mejor pregunta: ¿me gusta o me molesta hacerme caca?, en el sentido de que articula la relación deseo-goce, que siempre van mezclados, con el deseo del Otro. Es su interpretación de ese deseo.
El síntoma encoprético es una interpretación del sujeto a la pregunta: ¿de qué causa soy el producto? Una interpretación que dice: “Soy el producto del gusto de mis padres por las cosas sucias”. Mierda y heroína, en la jerga toxicómana de su ciudad, eran, además, significantes de uso equivalente.
La función del fantasma vela y revela que, frente a la inconsistencia del Otro, el objeto “a” (en este caso, el objeto anal) responde como tapón: “En cualquier lado donde el sujeto encuentre su verdad –lo real del sexo, la marca de la no relación sexual–, lo que encuentra lo cambia en objeto “a” (J. Lacan, Seminario inédito, clase del 10 de junio de 1956). A través de los objetos “a” el sujeto interroga al goce del Otro, que es eso lo que le interesa. El niño no sólo está en relación a la falta fálica en la madre sino como “producto resto” de aquello que no es absorbido en el acto sexual. El niño mismo aparece como metáfora de la relación sexual. Es lo que pone en juego la pregunta de Javier.
A través de la encopresis y el objeto anal, da cuenta del goce del padre. Recién cuando localiza su propia condición de goce —el gusto por lo sucio— podemos hablar de la respuesta del sujeto que separa su goce del goce del Otro. Hay una nueva posición en el análisis. Un sujeto responsable de su goce.
Si se trata de una posición ante el goce, ¿cuál es el operador que le permite al sujeto el lazo con el goce ignorado, sino el padre en tanto función? “El Nombre-del-Padre hay que tenerlo, pero también hay que saber servirse de él. De esto pueden depender mucho el destino y el resultado de todo este asunto” (J. Lacan, Seminario 5 “Las formaciones del inconsciente”, ed. Paidós).
Sujeto, saber y goce se articulan por el padre como versión sobre la causa del deseo y la ‘distribución’ del goce. Podemos decir que el síntoma incluye ahora la versión fantasmática del goce del padre que permite cernir el propio. Ya no se trata del sacrificio al Dios oscuro, sino que emerge la dimensión de sinthome de su gusto por lo sucio.

* Fragmento del trabajo “Del niño generalizado al sujeto responsable”, resultado a su vez de una investigación del grupo integrado también por Abelardo Anghileri, Gabriela Camaly, Walter Capelli, Aída Carrino, Claudia Lázaro, Marita Salgado y Mónica Wons.

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