PSICOLOGíA › DIFERENCIA ENTRE LAS DISTINTAS SEXUALIDADES Y LA “POSICION PERVERSA”
“Cositas” de niño y placer desconocido
A través de historias y casos clínicos que parecen tan diversos, el autor de esta nota avanza en el sentido de precisar la noción de perversión, diferenciándola de las distintas conductas sexuales asequibles a la experiencia humana.
Por Sergio Rodríguez *
Un argentino, en Nueva York, a la entrada de un ascensor, cedió su paso a una mujer. Sorprendido, recibió un gesto adusto de la dama, que le gritó: “¡Sexista!”.
Cierta vez una abogada, interesada en la temática de una revista que yo dirigía, me llamó por teléfono para concertar una entrevista informativa. Acordé en ello y le pedí la dirección de su estudio para concurrir. Me contestó que ella vendría a mi consultorio, a lo que contesté que no, faltaba más, que ella estaba hablando con un caballero que iría a donde estaba la dama. Exclamó: “¡Lo que me perdí por ser feminista!”.
Una muchacha en atención psicoanalítica conmigo, de gran estatura y fuerte complexión física, entró eufórica al consultorio a relatarme que ese día había estado descargando bolsas de 50 kilos en la empresa de su propiedad. Le pregunté por qué y para qué. Me contestó: “Para apurar una descarga que resultaba demasiado lenta para los intereses de mi fábrica, pero, además, porque así les demuestro a los peones que soy capaz de desarrollar la misma fuerza que ellos”. Le hice notar que ella tenía como ideal a los hombres, ya que competía con ellos en terrenos donde los menos preparados intelectualmente estaban condenados a sufrir las tareas más pesadas. Me miró atónita, a la vez que se le borraba una sonrisa sobradora que le había decorado el rostro.
Ella había venido a la consulta contando una vida heterosexual poco agraciada. Padecía intensas migrañas que la tumbaban a la cama a oscuras; le duraban hasta tres meses. En su análisis se fue desplegando una conflictiva principalmente depresiva, muy relacionada con que su mamá se había entregado por entero al cuidado de una hermana pocos años menor, afectada por una grave dolencia física. Esto había favorecido que la desatendiera a ella cuando todavía era demasiado pequeña. Había reaccionado transformándose en un hipermaduro brazo derecho de la madre. Salió del análisis curada de sus migrañas. Como otros, encarando relativamente feliz las dificultades de la vida. Y conviviendo con una pareja homosexual a la que amaba mucho y por quien se sentía muy amada. Tal vez el lector ya imagine que esa pareja, con la que funcionaba muy identificada a como habían funcionado su madre y ella con su hermana, era menor que ella. A pesar de que su análisis llegó sólo hasta ahí, creo que le resultó muy útil.
Cierta vez un hombre me consultó torturado por la pregunta sobre si era homosexual o no. Una particularidad de la pregunta provenía de que las únicas relaciones sexuales que había practicado desde los diecisiete años habían sido homosexuales. Tenía 34. Eso sí, orgullosamente se describía como penetrador, no se dejaba “coger”. Tampoco “mandonear” por los jefes. Otra particularidad provenía de que, a posteriori de haber padecido un amor platónico por una mujer bastante mayor que él, había “caído” bajo la seducción de la joven esposa de uno de sus mejores amigos. Con esa joven se había acostado un par de veces, a partir de lo cual había entrado en un estado de gran angustia (ahora le llamarían panic attack), inhibición y culpa. Afectuosamente, dicho matrimonio lo había llevado temporariamente a vivir con ellos para cuidarlo. A través de vicisitudes intensas, el análisis de este hombre elaboró muchas historias de su vida, lo que le facilitó reubicarse y acercar mucho más sus posiciones de goce a sus deseos. Entre otras cuestiones, en el terreno de la homosexualidad, pasó a gozarla no sólo activa sino pasivamente. Mantuvo su vida libidinal entre un deserotizado y amoroso desprecio por las mujeres y un amor tierno y erotizado por su pareja homosexual. En su oficio, dejó de quejarse de los jefes y pasó a ser reconocido como Maestro.
Vayamos a la Viena imperial de los comienzos del siglo XX. Entre los que ocupaban posiciones importantes en bancos, industrias y en la corte del emperador, los matrimonios eran concertados mayoritariamente por lospadres de los novios en función de intereses económicos. Recordemos la batalla que hubo de librar Freud por su Marta y para que no lo casen con una prima y el peso que tuvo en la neurosis del “Hombre de las Ratas” el matrimonio por conveniencia entre sus padres. Todo eso al compás de los valses románticos de la familia Strauss, que semblanteaban atmósferas de amor cortés. Mientras, los varones con algún poder dinerario sostenían una “segunda casa” con su amante y sus hijos entenados. En cuanto a las esposas: amantes furtivos. La homosexualidad, particularmente la masculina, que había sido el ideal de los griegos que fundaron la cultura occidental, era repudiada por la sociedad. Que, cuando no podía lanzarse sobre el transgresor, como lo hicieron los british con Oscar Wilde, renegaba (desmentía) lo que sabía.
En ese contexto, el serio y científico Herr Docktor Sigmund Freud, cocinado entre las observaciones de Charcot, los resultados de Breuer con Anna O y las observaciones sobre la sexualidad infantil y adulta de Havellock Ellis, se anima y descubre la función central del inconsciente y al deseo sexual como su motor. Pero no sólo eso sino que se hace cargo de que los niños no son ángeles, como quiere creer el mito monoteísta paternocéntrico, sino que viven su sexualidad como la gran ordenadora de su vida. A don Sigmund no lo dejaba dormir la pregunta sobre de dónde les viene a los niños la curiosidad por lo sexual. Primero supone que de otra curiosidad: “¿De dónde vienen los niños?”. Hasta que el encuentro con el pequeño Hans le hace advertir que ésta, resulta lógicamente segunda a una observación fundante: no todos tienen “la cosita”. Fue decisiva para Juanito. Debido a que su propia “cosita” se le había hecho real al hacerle sentir un placer hasta entonces desconocido. Freud capta que el complejo de castración ocupa la escena central del viejo “complejo de Edipo”. El temor a perder el pene en los nenes, la envidia por no tenerlo en las nenas, forman parte de los organizadores inconscientes de su economía psíquica. Queda planteada una lógica: entre el pene, “lo ausente”, y su presencia. En el tiempo de la pubertad se establece una relación que va a terminar de resolver la pregunta cronológicamente primera, pero lógicamente segunda: “¿De dónde vienen los niños?”.
Promedia el siglo XX. Lacan lee a Ferdinand de Saussure, que, mientras Freud publicaba La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana, había dictado su Curso de Lingüística General, transmitiendo importantes discernimientos, como el de que un significante es la presencia de una ausencia, es lo que tiene efecto de significación. Lacan, entonces, reconoce que lo que Freud había observado en Juanito y en muchos otros pacientes, femeninos y masculinos, era nada más ni nada menos que el funcionamiento general del lenguaje como sostén de la economía psíquica inconsciente (la fundamental). Que lo castrado es el lenguaje. Que por más que se hable, siempre queda un agujero sin significar, en razón de lo cual se torna necesario volver a hablar.
Perverso es quien trata de desmentir esta verdad de la subjetividad parlante y obligar a los demás a soportar su renegación. A imponerles que él puede llenar todos los agujeros y producir enunciados que resuelvan totalmente los problemas. Los jefes de totalitarismos y fundamentalismos se colocan en posiciones perversas. Y para ello no importa su sexo, color político ni religioso, tampoco su formación cultural. Pueden ser fascistas, rojos, feligreses, universitarios neoliberales o simples mafiosos. O pueden ser también quienes, de una práctica íntima como la heterosexual u homosexual, intenten hacer una militancia. Organizadores de los espectáculos del “orgullo gay” o inquisidores (curas, médicos, psicólogos y hasta seudopsicoanalistas) que anatematicen las modalidades de goce erótico de cada uno. Se pueden llamar George como Bush Jr, Margaret como Thatcher, Bin como Laden, Josef como Stalin, Adolf comoHitler. Podemos agregar al Marqués de Sade, Jack el Destripador y muchos más. Que se sepa, estos que nombré son heterosexuales.
Ser homosexual no es, por sí, índice de perversión. Muchos de entre ellos no son perversos. Simplemente gozan de una disidencia entre su sexo anatómico y el lugar sexual en que se ubican para el goce erótico. Que, como lo descubrió Freud en Tres ensayos..., en algunos su homosexualidad se sostenga en la renegación del complejo infantil inconsciente de la castración, no los instala en la perversión, como erróneamente creyó el Maestro. Además, no en todas, ni en todos, ése es el camino único que los lleva a la homosexualidad. Los cada vez más frecuentes “bisexuales” suelen ser muestra palmaria de que las sobredeterminaciones de la homosexualidad revelan ser mucho más complejas que suponerla ligada solamente a la “renegación de la castración del pene”.
Ser mujer no es ser menos, ser hombre no es ser más. Sí es cierto que lo que hace producir al lenguaje es la falta que convoca a seguir diciendo, y hasta generar “la lengua”, ese neologismo con el que Lacan denomina un concepto clave: el que aclara cómo se van transformando las lenguas gracias al segmento restante del goce que, por vía de las formaciones del inconsciente o de inventos poéticos, agrega nuevas letras y significantes para intentar dar cuenta de aquello que a las lenguas se les escapa. Por ejemplo, los argentinos decimos “coger” y no “joder” o “follar” como los españoles: hubo una primera vez en que alguien lo dijo así, en que fue dicho como agarrar, tomar, dominar: coger. Eso queda olvidado, pero a la gente le produce goce decirlo así, y la palabra queda.
* Director de la revista Psyché Navegante.