PSICOLOGíA › A PARTIR DE LOS “IDIOTAS-SABIOS”, ESAS “CALCULADORAS HUMANAS” QUE ASOMBRAN A LA CIENCIA
Sobre la astucia filosófica de los “débiles mentales”
Partiendo de los “idiotas-sabios”, que asombraron a la ciencia, y siguiendo las ideas de Jacques Lacan, la autora plantea una teoría sobre la debilidad mental que la define no como un “déficit” intelectual o cognoscitivo, sino como una estrategia para desembarazarse del inconsciente.
Por Alejandra Glaze *
Hay sujetos diagnosticados como débiles mentales (incluso “profundamente” retardados) que sorprenden con raras habilidades y que, más allá del origen y la causa de su debilidad, demuestran cierta relación con el saber que interroga a la ciencia y al psicoanálisis. John y Michael eran dos hermanos gemelos diagnosticados como gravemente retardados que fueron famosos cuando la televisión los presentó como “calculadoras humanas”, ya que lograban determinar casi instantáneamente el día de la semana en el que caía cualquier fecha en un rango de 40.000 años hacia el pasado o el futuro. Vivían en una institución para enfermos mentales donde tuvo oportunidad de observarlos Oliver Sacks (el neurólogo que se hizo famoso por su libro Despertares, llevado al cine). Sacks narra cómo los gemelos jugaban a decirse números de seis dígitos. El, al tomar nota de esos números, descubrió que eran primos. Armado de una tabla de números primos, se puso a jugar con los gemelos: les propuso primos de siete dígitos, que los gemelos reconocieron con alegría con sólo pensar unos minutos; después ellos encontraron números de ocho dígitos que, según las tablas que llevaba el médico, resultaron primos; el juego siguió hasta que llegaron a números de diez dígitos que ya no aparecían en las tablas de Sacks.
¿Cómo podían realizar semejantes cálculos? Sacks señala que los gemelos no parecían calcular como una computadora, sino que más bien buscaban en sus mentes –como si estuvieran allí guardadas– las listas de billones de números entre los cuales distinguían los primos. Sacks dice: “Es una expresión como de estar ‘viendo’, de visualización intensa, aunque se ha llegado a la conclusión de que lo que hacen es un puro cálculo”. Sin embargo, “no son capaces de hacer bien una resta o una suma simple y ni siquiera pueden entender lo que significa multiplicación o división”. ¿Calculadores que son incapaces de calcular, y que carecen hasta del talento más elemental para la aritmética?
Sacks enuncia, como hipótesis, que realizan un algoritmo mental, y agrega que es inconsciente y que podría realizarse perfectamente mediante una máquina “y pertenece a la esfera de los problemas pero no de los misterios”. Para esos gemelos, según Sacks, “el mundo está organizado, misteriosamente, por el poder del número”. Viven en un mundo-pensamiento de números, e incluso, agrega Sacks, para ellos no sólo son números sino significaciones, significadores cuyo “significado” (su referente) es el mundo. Dice que son “contempladores de números” y que los abordan con una actitud de “reverencia y sobrecogimiento”. Señala: “Los números son para ellos sagrados, no preñados por la significación. Este es el modo de captar al Primer Compositor”.
Eric Laurent plantea que la pasión del débil mental es el cálculo y no las matemáticas, es decir, que son calculistas y no descifradores: no pueden encarar ningún enigma a descifrar que los enfrente a ese “término oscuro” de la fórmula lacaniana de la debilidad mental, a ese deseo a descifrar en el movimiento de la constitución subjetiva.
De algún modo, el contar forma una parte esencial del pensamiento, que se pone particularmente de manifiesto en casos extremos como el de aquellos gemelos, que manifiestan una habilidad muy especial para realizar operaciones aritméticas. Esta habilidad no necesariamente tiene relación con la inteligencia; incluso se da más frecuentemente entre personas catalogadas como retrasadas mentales y hasta existe un término para designarlas: idiotas-sabios. Como el personaje interpretado por Dustin Hoffman en la película Rainman.
En su Seminario 1, “Los escritos técnicos de Freud”, Jacques Lacan definió la “holofrase”, que más adelante establecería como central en la debilidad mental. Se trata de una palabra que implica en sí misma la estructura de una frase: “En los usos de algunos pueblos hay frases, expresiones que no pueden descomponerse y que se refieren a una situación tomada en suconjunto”. Y da un ejemplo: “Leí que los fidjianos pronuncian en ciertas situaciones la siguiente frase, que no es una frase que pertenezca a su lenguaje y que no es reductible a nada: ‘Ma mi la pa ni pa ta pa’. ¿En qué situación se pronuncia esta holofrase? Nuestro etnógrano lo escribe con total inocencia: ‘Situación entre dos personas, mirándose una a otra, esperando cada una que la otra ofrezca hacer algo que ambas partes desean pero que no están dispuestas a hacer’, un estado de inter-mirada en el que cada uno ‘espera del otro que se decida a algo que es preciso hacer de a dos, que está entre los dos, pero que ninguno quiere iniciar’”.
De este modo, la holofrase aparece como algo donde lo que es del registro de la composición simbólica es definido en el límite, en la periferia. “Toda holofrase está en relación con situaciones límite, en las que el sujeto está suspendido en una relación especular con el otro.” Allí donde se evoca algo del Otro, a descifrar por el sujeto, una palabra ocupa su lugar, quedando pacificada esa relación.
Idiotas sabios
Los idiotas-sabios son el ejemplo más palpable del modo en que el malestar subjetivo, proveniente del deseo del Otro, es neutralizado por vía el algoritmo mecánico, operando con un simple cálculo que se presentifica como una imagen (una palabra) y no como un concepto. Algo que responde como un mecanismo desconocido, anulando toda posibilidad de encuentro con una pregunta, con algo del registro de la concatenación significante.
En cambio, si algo atrapa al sujeto neurótico es justamente su dificultad para desembrollarse de aquello que lo parasita: el lenguaje. Es un abonado del inconsciente, es decir que ha sido fonado por los otros, y está determinado por esa misma fonación, que a su vez pone una cierta distancia. Es un modo de escapar al goce del Otro que le permite cierta “autonomía” en relación con el mundo que lo rodea, que deja de ser un mundo natural para convertirse en lo real por esa misma captación en un discurso. Un resto que queda por fuera de esa capacidad de simbolización.
¿Pero qué ocurre con los sabios-idiotas, que tanto conmocionan a la ciencia? Es indudable que –mediante ese cálculo, esa memoria infinita y ese recuerdo eterno– eliminan justamente aquello que tanto desea eliminar la ciencia: el sujeto de la enunciación. Se convierten en meros repetidores, alejados de cualquier subjetividad e, incluso, ajenos ellos mismos a ese algoritmo mental. “Ven” la cifra, se les presenta ante sus ojos, pero nada pueden decir del razonamiento implícito detrás de esa operación mental.
En realidad es algo bastante similar (a muy grandes rasgos) a lo que ocurre cuando cualquier neurótico simplemente habla. ¿De dónde vienen esas palabras? ¿Por qué elegimos esta palabra y no aquélla? ¿Por qué ahora llega este recuerdo y no aquél? Pero nadie se preguntaría esto si en determinado momento no se sorprendiera, si el lapsus no se presentara o si el sueño no nos pareciera descifrable o si no olvidáramos “esa” palabra. La verdad de la alienación sólo se reencuentra en la parte perdida.
En la falla del discurso es donde alguien se puede hacer una pregunta. En cambio, en los idiotas-sabios nada falla, todo funciona, él siempre “ve” la respuesta al problema y no hay allí ningún desciframiento posible. Nada a interrogar que provenga de lo real.
“No aprende”
Desde comienzos del siglo XX, la debilidad mental fue considerada una patología ligada con cierto déficit, lo cual invoca intervenciones tendientes a suplirlo. El niño “no aprende”, “no entiende”, no realiza con efectividad tareas que para otros son simples; desde el discurso médico, se dice que son sujetos con un “equipamiento cognitivo insuficiente”. Pero se invoca al déficit en el lugar donde algo falta, en el lugar del error; “un déficit en el sentido que esta palabra tiene en un balance”, escribió Lacan (“Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1).
El psicoanálisis ingresó en el terreno de la debilidad mental, primero de la mano de Maud Mannoni (El niño retardado y su madre), y pudo cuestionar la “disfunción”, el diagnóstico basado en un “cociente intelectual” que mediría ese supuesto déficit, para dar cabida a un particular modo de respuesta subjetivo.
Lo seguro es que la debilidad mental, más allá de su causación orgánica o psicógena, evidencia una alteración en el proceso del pensamiento y en el uso del lenguaje, que suele ser descripto como “concreto” –en contraposición a lo que sería un lenguaje “abstracto”–, acompañado de la ausencia de cierto rigor en el razonamiento. El débil mental no siempre logra despegarse del sentido literal de las palabras, por lo cual el equívoco le resulta inaccesible, aferrándose a lo que cree que es la verdad, y produciendo un discurso estereotipado y banal.
Comprender, aprender, entender, conocer, son todos modos en que se nombra la manera particular en que alguien se inscribe y aprehende el mundo. Seguir una regla no es lo mismo que hacer algo mecánicamente, y es desde allí que podemos entender la diferencia entre pensamiento “abstracto” y “concreto”. Lacan, desde el principio, ubicó la debilidad mental muy lejos del déficit de inteligencia y muy cerca de un fenómeno de orden subjetivo. Lo que evidencia la debilidad mental es un malestar del sujeto frente al saber, entendido como la relación de ese sujeto con el orden simbólico (pero no olvidemos que el saber es definido por Lacan como el goce del Otro).
Inhibiendo o forcluyendo la función de la causa, el niño débil se hace soporte de un no-saber, acerca de ese deseo oscuro que lo sostiene en el fantasma materno y que lo conduce a identificarse, no permitiendo la separación de los significantes del Otro, fundido a esa posición, prohibiéndose preguntarse por la voluntad del Otro; se identifica a un significante que soporta el deseo materno y que le impide cuestionar el sentido de esa identificación, justamente por efecto de la holofrase.
Se trata de saber si el débil mental está en capacidad de interrogar ese término oscuro, ya que en esa identificación deliberada, que le brinda cierta identidad, encontrará respuesta para todo. “El débil mental se hace débil para sostener al Otro intacto como verdad de la cual él se hace su sirviente” (Pierre Bruno, “Al lado de la placa: sobre la debilidad mental”, en Traducciones 2, Fundación Freudiana de Medellín, Colombia). El débil mental protege su posición subjetiva volviéndose esclavo de una lengua que excluye la posibilidad del chiste, del equívoco, asegurándose su desabonamiento del inconsciente. Es por eso que el débil no es un sujeto quejoso, ya que hacerlo implicaría confesar su impotencia, poner en juego su posición de no querer saber nada.
Lacan plantea que el débil es un “pequeño astuto”, y se refiere a El idiota de Dostoievski, “un personaje que se conducía maravillosamente en cualquier campo social que él atravesara y en cualquier situación de embarazo que se entrometiera”. Hay ejemplos más actuales de esto, como el personaje de Jerzy Kosinski en Desde el jardín, o Forrest Gump en la película protagonizada por Tom Hanks.
Cuando Lacan sostiene la existencia de un agujero en el discurso, un lugar donde no es posible poner el significante que sería necesario para que todo el resto se sostuviera, observa que Pascal creía en ese significante, y creía que el significante Dios podía pegar. “De hecho –señala Lacan– pega al nivel de algo que, después de todo, es cuestión de saber si no es una forma de debilidad mental, a saber, la filosofía.”
Por su propio bien
La serenidad y autonomía singulares de los gemelos fue alterada diez años después del encuentro con Sacks, cuando los separaron “por su propio bien –según los responsables médicos de John y Michael–, para impedir su comunicación patológica y con el fin de que pudiesen salir y afrontar el mundo de un modo adecuado, socialmente aceptable”. Si bien lograron el objetivo de hacerlos “presentables y limpios” (como los describe Sacks luego de la separación) y que pudieran cumplir con mínimas tareas, se vieron privados de su mutua comunión numérica que les brindaba, según Sacks, “la principal alegría y sentido a sus vidas”. Jacques-Alain Miller (Lo real y el sentido, Diva, Bs. As., 2003) dice, refiriéndose a parejas memorables como Bourvard y Pécuchet, de Flaubert, o los hermanos Goncourt, “que hacen falta dos para el Todo Saber. Para encerrar el sentido se embarcan dos hombres”.
* Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) e integrante del Consejo de Dirección de la Fundación Descartes. Texto extractado de “Los idiotas sabios. Una enfermedad de lo mental”, en Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica, comp. Silvia Salman, de reciente aparición (Grama ediciones).