PSICOLOGíA › NUEVOS APORTES PARA UNA PSICOLOGIA DE PERSONAS QUE VIVEN EN LA CALLE

“Si yo no estuviera acá, usted no sería nada”

Un nuevo esfuerzo para entender qué factores psíquicos pueden contribuir a que una persona permanezca en la condición de “sin techo”. Una psicóloga que trabaja cotidianamente con “homeless” examina los datos de una encuesta reciente y discierne diferencias según cómo se formula su demanda: “crónica”, “repitente” y “leve”; este último grupo corresponde a personas de “clase media empobrecida”.

Por Patricia Malanca*

En noviembre y diciembre del 2001 se realizó un censo pormenorizado de a la población en situación de calle, que indagaba sobre causales de la problemática y que, por exhaustivo, tenía la firme intención de abordar las singularidades de los casos. El 80 por ciento de los sin techo son hombres solos y, de éstos, el 80 por ciento son solteros.
La inmersión del sujeto en un universo simbólico que lo preexiste y lo viste de valores emblemáticos en donde el hombre tenía el imperativo de “protector”, “proveedor” y “preñador”, ha caducado. La tinta de la letra del discurso épico que restituía al hombre al lugar de héroe, se destiñe e instaura una desproporción producto de una actualidad vertiginosa, de manera tal que lo heredado en su momento, como un orden de valores y creencias o representaciones, engendraron emblemas que en el marco de las sucesivas crisis socioeconómicas se fueron socavando y depreciando con la consiguiente deshonra para el sujeto que no puede detentar esas mismas insignias o ideales, ya sea por vetustas, profundamente arcaicas o simplemente por inalcanzables.
La decodificación del objeto de la necesidad por otro significante reconvierte la queja en demanda, con el plus afectivo, inaugurando la pérdida estructural. Lo simbólico de la ley organiza la demanda dentro del universo de “lo posible”. En el marco de lo posible es que “la felicidad hace falta” y que ese encuentro feliz siempre es eventual. Para que un sujeto encuentre su lugar, debe contar con un marco de ficción que le provee el fantasma en el pase por el universo de “lo posible”. Pareciera que, en algunos casos, dicho alojamiento se encuentra obstaculizado.
Del posicionamiento subjetivo en relación con esa demanda particular del sin techo, formada por estas representaciones tradicionales y hegemónicas o formada de la ausencia de ellas, coexistiendo con otras alternativas, no sólo en el cuerpo social sino dentro de la propia subjetividad, podemos empezar a inferir algún trayecto que guíe intervenciones de construcción, de apuntalamiento o de sostén con las personas en situación de calle. A partir de los estudios interdisciplinarios realizados, teniendo en cuenta los encuadres en función a la demanda y a algunos factores fenomenológicos que la acompañan, así como que la franja más afectada de personas en situación de calle se encuentra entre los adultos varones mayores de entre 45 a 60 años, proponemos los siguientes posicionamientos.
- Demanda crónica. Personas con un año o más de permanencia en la vía pública. Ruptura de redes vinculares primarias y secundarias. Presentan un alto nivel de deterioro psicofísico, congruente con mayores lapsos de permanencia en calle. En alto porcentaje se estima la combinación con un alto grado de ingesta alcohólica. Ruptura con redes institucionales y familiares de vieja data. Armado de un circuito de supervivencia muy arraigado a la zona donde se asientan. Pasividad. Pobreza de representaciones simbólicas. En la demanda crónica no hay demanda.
- Demanda ambulante, intermedia o repitente. Formulada por aquellos que alternan pequeños períodos de permanencia en la calle con lapsos considerables de alojamiento en hogares oficiales y de ONG. Tienen un perfecto conocimiento del circuito asistencial y han sobrevivido desde hace muchos años a través del mismo. Estas personas se autosostienen, pero les es difícil generar proyectos personales o pensarse por fuera del sistema asistencial. No saben qué demandar, por lo que la demanda se torna de una lógica rígida, querellante, perseverante, pero desorganizada. Dificultades para la reconversión del recurso demandado (vacante en un hogar) en un mediatizador que regule la demanda hacia un otro recurso.
- Demanda reciente o leve. La formulan en su mayoría personas de clase media empobrecida, que van ingresando paulatinamente al circuito del pernocte en la vía pública a medida que recrudecen las sucesivas crisis socioeconómicas. Preservan sus valores emblemáticos. No saben cómo demandar ni a quién, aunque –cuando encuentran a quién formularla– su demanda es más organizada, articulada y puntual. Se pronostica favorablearticulación del recurso a los fines del pasaje a otra instancia de autosostenimiento.
Me permito pensar que aquí empieza a despejarse una clínica diferencial del abordaje de personas en calle, en tanto aquellos que se encuentran elaborando un duelo de sus valores con relación a aquellos emblemas que proponían un envestimiento valorativo y un lugar habitado por la identidad en componendas tales como el trabajo, la vivienda, la familia, y aquellos que simplemente se identifican a la nada que los habita, en tanto privación absoluta de lo que nunca se ha tenido.
En el sin techo de demanda crónica se descubre la gradual precariedad como indicador de un persistente relajamiento de los vínculos libidinales constitutivos. Beneficio secundario mediante, la acomodación a las leyes de flexibilización laboral que precarizaron las condiciones laborales, reforzaron y anunciaron las garantías para una nueva pérdida, o la apertura a un goce, más que a un espacio para la felicidad. La mansedumbre, la indiferencia o el conformismo ante el deterioro de las condiciones laborales de antaño se revela en los relatos del sin techo, como huellas de la vertiginosa caída. De acuerdo con el grado de compromiso con el objeto perdido, al referirse a cada pérdida, saben lo que han perdido, pero no lo que han perdido en el objeto que desapareció, sea una persona amada, vivienda o trabajo.
Este valor de nada con el que se identifican en su discurso –”No voy a un hogar, estoy bien así, no soy nada”– revela el espacio de alojamiento, de incorporación, de identificación y de acumulación a todo lo que se ha perdido. La mortificación del cuerpo restringido, doblegado, camuflado al paisaje urbano, intentando recortarse en el fondo como un despojo más, arrumbado detrás de cartones, connotando la idea de la identificación a la nada como alojamiento posible. Es ahí donde habita el sujeto.
Cuando abordamos a las personas de demanda intermedia, también solemos escuchar: “No, estoy bien así”. Encontramos algunas argumentaciones posteriores condenatorias con respecto a los hogares de tránsito, que homologan con campos de concentración, o cuestionamientos como: “¿Para qué, para estar quince días y volver otra vez a la calle?”. Esta anticipación del fracaso supone la anticipación de la frustración, la decepción y la traición; en esa anticipación se resguarda de continuar viviendo bajo el golpe de una catástrofe, cuyos efectos de ruptura anticipa, y estos efectos remiten a una patología de abandono. Traición y decepción que, se descubre, reeditan otras, inaugurales.
No obstante, las personas de demanda intermedia son quienes más recurren al amparo de la ley. Casi el 80 por ciento de las personas en situación de calle ya fueron asistidas por algún sistema de alojamiento transitorio, gubernamental o no, habiendo recibido a veces por extensos períodos la prestación al cabo de la cual regresaron a su condición de calle, con la frustración y el deterioro consiguientes, cumpliendo así con la profecía de destino. Analizando algunos efectos de discurso característicos de esta demanda, es interesante lo que se despeja en reclamos como: “Usted está obligado a asistirme porque, si yo no estuviera aquí, usted no sería nada”. Sin embargo, el posicionamiento querellante es autodirigido, en tanto la demanda tiene como destino final la mortificación a esa identificación, que denuncia: “Los dos somos nada”.
Volviendo a la calle o a la ley de la calle, ese pasaje por varios hogares con el mismo destino; la calle nos hace reflexionar sobre ese menos de la ley de la calle: es una ley que permite el libre tránsito, la libre circulación por los espacios públicos y la obligatoriedad asistencial para quien la habita, pero no permite la felicidad.
Aquí es donde me permito interrogar el enunciado “todos somos iguales ante la ley” e interponer lo siguiente: “Todos producimos nuestras diferencias ante las contingencias de la ley”. Ya enunciamos que algunas personas recurren a la ley para obtener un techo provisorio; mediante recursos de amparo, se ordena al Estado la función de sostén. La ley enese caso no hace borde hacia delante sino hacia un estado regresivo, hacia la función de sostén imaginario, pero haciendo muy poca letra respecto de una escrituración, que permita la lectura del nombre propio en un título de “propiedad”. Sólo posiciona un techo ilusorio ideal y pesado que no puede ser sostenido por lo que nunca fue construido en el registro imaginario o de lo que constitutivamente el sujeto fue privado en lo real: el piso y las paredes. Este techo está condenado al derrumbe, o a aplastar los endebles cimientos y, en el peor de los casos, a llevarse puesto lo que hay debajo de él.
Si bien acceder a la letra de la ley los sitúa en un estado de derecho, en su función de sostén termina recreando, en algunos casos, la privación original. A continuación, la decepción y la recaída en la calle. La ley en su función solapada de sostén compele o coacciona la presencia indeclinable del Otro de la asistencia o de la necesidad, que termina privando o frustrando según el caso y en tanto el techo propuesto es siempre de una inscripción “transitoria”. El contacto con esta ley lo reenvía al goce del Otro: ser un “asistido”, una representación posible que no remite a otra representación.
Analizando el creciente fenómeno de personas provenientes de clase media empobrecida que fueron arrojadas recientemente a la situación de dormir en la calle, se observan algunas características y particularidades diferenciales. La posibilidad de sostener emblemas identificatorios o representaciones de pertenencia que identifiquen es lo que motiva al pobre a autonominarse “pobre”, al villero a llamarse “villero”, al piquetero a enorgullecerse “piquetero”. En los casos de personas que han caído recientemente a la condición de calle, el anonadamiento es tan grande que el sujeto no encuentra representaciones para reconocer-se en lo que le pasa, por lo cual está desorientado respecto del “quién” de su demanda, especialmente cuando su situación ha devenido de sucesivas pérdidas. Lo más parecido a un enunciado que encuentran es el que proviene del discurso del sistema: “Nada tienes, nada eres”. A continuación no hay elementos para nombrar lo que se es, pero se despejan representaciones que identifican rápidamente la situación de carencia con la pérdida del trabajo. Nuevamente, cuando lo que significa para un hombre es el trabajo y teniendo en cuenta que en el hacer se construye parte del ser, ¿qué es lo que se ha comenzado a perder en el “sin hacer” del sin techo reciente? No obstante lo relatado, algo de luz surge al analizar un poco más el censo realizado: finalmente y después de tantos años de acompañar sus frustraciones con las repitentes recaídas a la calle y desasosiegos de realidades y techos prestados, ilusorios y pesados, hemos coincidido: un 68 por ciento prefirió “trabajo” antes que una instancia asistencial de alojamiento; una rectificación de la demanda que reinstaura algo de los emblemas perdidos y que reposiciona al sin techo como agente activo y transformador sobre su propia subjetividad. La demanda de un qué hacer que devuelva algo del orden de la identidad, como un proceso hacia alguna instancia de propiedad. Una demanda de devolución de los ideales que los representen. En el marco de la instancia de la letra de la ley, tal vez, una legislación que posibilite la construcción de representaciones sanas, que tal vez no consientan un todo ilusorio y engañoso pero que, desde el marco de lo posible, inauguren la búsqueda de las eventualidades de la felicidad.

* Psicóloga. Coordinadora del Programa Buenos Aires Presente (BAP),
Secretaría de Desarrollo Social del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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