DEPORTES › EL APOGEO Y LA CAIDA DE UN “HIMNO” NACIONAL PUBLICITARIO
“No quisimos ayudar a tapar cosas”
El hit creado por la empresa Young y Rubicam para cerveza Quilmes se cantó en colegios y llegó a liderar los rankings de las FM, en un recorrido fulgurante... de dos semanas. En esta nota, sus creadores explican por qué creen que se recordará como un golazo publicitario.
Por Julián Gorodischer
En fila, formados frente a la bandera, los chicos de un colegio primario de la Ciudad de Buenos Aires están a punto de cantar el Himno Nacional. Silencio en el patio y voz de largada de la señora directora. Se escucha: “Después vino el Diego y tocamos el cielo...” en vez del Oíd Mortales, y no hay sorpresa. Cada día del Mundial, hasta el empate eliminatorio de ayer contra Suecia, el “Himno” de Quilmes fue el homenaje a la Cerveza-Patria y la alabanza a la Pelota-Nación en la Argentina devaluada que reemplaza sus símbolos tradicionales por otros nuevos. Publicistas de la agencia Young and Rubicam lo convirtieron en el coro obligado en la formación y clase de música de muchas escuelas, en los boliches de rock, cumbia y electrónica, en los top-ten de las radios FM y en los 50 mil compactos que, distribuidos junto con una revista, se agotaron en pocos días. Fue, aseguran, la canción publicitaria de Mundial más exitosa que se recuerde en la Argentina; también, se sabe ahora, la más fugaz.
El “Himno” –título desmedido, ahora irónico– fue creado “por y para el fútbol”, dicen los publicistas, pero su uso extendido, mientras duró, disparó paradojas: “Es nuestra bandera la que defendemos...”, promocionó la cerveza vendida hace un par de semanas a un grupo brasileño, y lo dijo en el país quebrado, y remató con cantito sólo apto para una fiesta grande devenida en farsa: “...mostrémosle al mundo que juntos podemos”.
–¿Qué pasa con el “Himno” ahora que la Argentina salió del Mundial? –preguntó Página/12 a Damián Coscia (redactor y director creativo, junto con Guillermo Vega) y a Damián Kepel (director general creativo).
D. C.: Será un recuerdo feliz, un golazo. Este mensaje sólo sirve si Argentina forma parte del Mundial. Ahora empieza la tarea de buscar una alternativa, que podría –por qué no– ser otro himno, un canto que diga: Estamos con ustedes en las buenas y en las malas, pero no lo tenemos definido.
D. K.: A este aviso nos lo metemos en el culo.
–Mientras el “Himno” circuló, y se cantó en colegios, y apeló a la defensa de la bandera y a “desplegar tanta gloria por el mundo...”, ¿no temieron al señalamiento por chauvinismo?
D. K.: Nunca quisimos que el “Himno” sirviera para ayudar a tapar las cosas. Mi esperanza era que, si la Argentina salía campeón, el equipo no fuera a saludar a la Casa de Gobierno, y que eso tampoco sirviera para que se detuvieran los cacerolazos. La canción habló de fútbol, solamente de fútbol.
–¿Hablar de un “Himno”, de “una bandera que defendemos” no connota, también, sentidos ligados a la identidad nacional?
D. C.: Quisimos evitar toda forma de nacionalismo, o de cualquier -ismo. Se tenía que hablar del fútbol argentino. Apenas hubo una referencia a que sigamos creyendo, cosa que no se podía obviar en medio de la crisis.
D. K.: Había que tirar una esperanza, dibujarnos una sonrisa. Eso no significa tapar toda la mierda que estamos pasando. Sobre todo en el final, “sigamos gritando, sigamos creyendo”, quisimos decir que había que confiar en que todavía era posible.
–¿Fue irónica, en un momento como éste, la alusión a la “gloria desplegada por el mundo”?
D. K.: No fue una ironía. Los equipos campeones de España, de Italia, de Inglaterra, tienen jugadores argentinos. Se dice que si querés jugar bien, comprás un jugador brasileño; si querés salir campeón, uno argentino.
–¿Cómo fue la génesis del hit publicitario?
D. K.: Cuando tuvimos la letra, empezamos a pensar en un músico, y Andrés Calamaro fue una referencia obligada. Pero cuando pensamos en quién la cantaría, decidimos que lo mejor era un desconocido, que la gente noreconociera la voz, para que no fuera el tema de Calamaro, o de Charly, o de Los Piojos, y que fuera de nadie pero de todos.
–¿Hubo un ofrecimiento a Calamaro y un rechazo del músico a la propuesta?
D. K.: Pasamos por diferentes estadíos y en un momento llamamos a Calamaro, para averiguar qué onda, pero después lo descartamos. Iván Noble llegó a grabar un boceto, y fue el que más cerca estuvo. Pero elegimos al jinglero Manuk; no se avanzó con ningún cantante conocido.
–Una marca de cerveza de la competencia salió a pegarles por la venta de Quilmes a los brasileños.
D. K.: Quilmes fue comprada sólo en una parte. En realidad fue una fusión de un porcentaje de la compañía, que sigue manejada por argentinos, y donde trabaja un montón de argentinos. No vamos a dar respuesta a la marca de cerveza que salió a pegarle (es el comercial de Isenbeck, donde se muestra la bandera de Brasil con una chapita de Quilmes en lugar del globo). En lo personal, me parece una bajeza, un aviso malo, que a la gente le cayó mal.
–¿Fue oportuno ligar el “Himno” a “...la primera copa... con el Matador envuelto en banderas... con un papelito por cada latido...?
D. C.: Lo charlamos, y no nos parecía lógico olvidarse del Mundial ‘78. Se ganó y con grandes jugadores, pero en las imágenes en ningún momento están levantando la Copa, ni acompañados de ningún personaje siniestro. Lo único que se ve es fútbol.
–¿Se podía hacer publicidad sobre otra cosa que no fuera el Mundial mientras Argentina jugó el Mundial?
D. K.: Todas las marcas hablaron de lo mismo en el mismo contexto, y se produjo una competencia muy directa. La pantalla quedó demasiado inundada. Pegarse al Mundial era la única oportunidad, en la Argentina del 2002, de quedar ligados a una experiencia que, se suponía, iba a ser feliz.