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El mito de “la nuestra”
Por Mario Wainfeld
La Selección argentina tiene un estilo “europeo” y perdió por eso. Ajá.
No respetó la esencia y la tradición argentina, esa que prioriza a los habilidosos, los que bordan en la cancha. Ajá.
Esos y otros argumentos lloverán en estos días. La crítica deportiva, profesional y de café, suele sentirse confortada en el climatizado ambiente de ciertos lugares comunes que concitan unanimidades arduas de controvertir. Por ejemplo, el que da por probada la innata sutileza de los jugadores y equipos argentinos. El autor de estas líneas tiene 53 años, ve fútbol desde hace 40 y le cuesta, al menos en los últimos 30, recordar equipos exitosos –de club o seleccionados– en los que revistaran dos o más de esos elegidos. Recuerda, desde luego, a hábiles gambeteadores y pisadores eximios como Angel Clemente Rojas, Norberto Alonso, Ricardo Bochini, Diego Maradona, Raúl Emilio Bernao o René Houseman. Los recuerda vivamente por haberlos gozado o padecido. Pero también los recuerda porque su presencia es rara, inusual, estadísticamente minoritaria.
Sin ir más lejos, recuerda que el más memorable Diego, el de México ‘86, jugaba rodeado por Burruchaga, Valdano, Héctor Enrique, Giusti, que eran buenos jugadores, algunos muy buenos, pero no que descosían la pelota, exactamente.
Proponer que son argentinos los jugadores que hacen caños y rabonas y dejan de serlo quienes corren, mojan la camiseta, ponen fuerte y son eventualmente sencillitos puestos a pisarla me parece una fantasía. ¿Cómo puede alguien, sin mengua de la verdad y la justicia, aducir que el Cholo Simeone o el Conejo Tarantini no son típicos jugadores argentinos? Aguerridos, belicosos, corredores, con dientes apretados todo el tiempo, yendo a tirar un out ball con cara de ser un kamikaze encarando hacia el objetivo en medio de las filas enemigas. Criollos que prodigan sudor como Chatruc, el Chacho Coudet, el glorioso Vasco Olarticoechea. Típicos jugadores argentinos, que la gente ama, a la que las hinchadas piden “huevo” o “que esta noche/ cueste lo que cueste/ que esta noche tenemos que ganar” que no es precisamente una invocación a la pisada. Las hinchadas, que se excitan y se embravecen cuando esos jugadores ponen pierna y cara fiera, llegan al orgasmo con los gambeteadores y pisadores, sobre todo si “son” de gastar al adversario. Pero suponer que “la nuestra” es exclusivamente la de los hábiles, es una intolerable elipsis y una grosera simplificación. Es más, sospecho que ese formato de jugador argentino existe, con sus lógicas adecuaciones, en varios deportes, como podría serlo el tenista Luis Lobo o lo fue en el pasado Ricardo Cano: tipos no demasiado perfectos físicamente pero batalladores, que gritan cada tanto a favor como si fuera un sapucay, provistos de una garra que a veces los catapulta a victorias asombrosas y otras (ojo) al descontrol, la autoanulación, la sanción disciplinaria, la derrota.
Los jugadores que integran el plantel nacional juegan, abrumadora mayoría, en Europa. Esto es, en el fútbol de liga más competitivo del mundo. Y, da la sensación, el que va prevaleciendo en este Mundial. Ser europeo no representa, de cajón, una mutilación sobre todo si se toma en cuenta que los europeos, como los argentinos, suelen tener algún dotado en sus planteles: Zidane, Owen, ayer Cruyff, Overath...
La selección que regresa sin gloria es un equipo bastante mejor que los que compiten en la liga argentina. Bastante mejor en dos aspectos: jugando a la pelota, por tener más ritmo, más concentración, mejor juego de equipo. Y también por dedicarse a jugar y no a llorar, ni a acusar a los linesmen de sus desdichas, a sobreactuar su amor a la camiseta obrando con descontrol y magra profesionalidad. Todo eso, una agradable sensatez y modestia frente a los medios y una campaña premundial memorable, deben agradecerse a este equipo que en la fase final jugó apenas discretamente, tuvo bastante mala fortuna (le faltó toda la que le sobró a Argentina en el Mundial del ‘90, contra Brasil especialmente) y perdió la clasificación por el canto de una uña.
Tengo como cualquier hincha, mis reproches contra el técnico, que tampoco van en el sentido mayoritario: creo que Simeone y Batistuta no estaban para este Mundial y que debiera haber entrado Gallardo por Ortega. Dicho sea de paso, tamaño tema tomar decisiones siendo técnico del plantel nacional.
Pero más allá de las diferencias, en el nostálgico momento de la derrota me gustaría dejar constancia de que, contra lo que se dice y dirá, me identifiqué bastante con este equipo, que no me pareció traicionara ninguna tradición nacional, que siempre pensé y sentí que jugó algo parecido a “la nuestra”. La nuestra que se juega en nuestras canchas, no la que escriben las leyendas de T & C o de mitómanos profesionales y amateurs. Y también creo que, aun en la decepción de Corea Japón, fue mejor que la media del fútbol argentino. Y casi, casi, diría mejor que la mayoría de las acciones colectivas que se intentan por estas desdichadas comarcas.