ESPECTáCULOS › “DE RIGUROSA ETIQUETA” RETRATA UNA FAUNA SOCIAL
Los privilegios de pertenecer
Escrita y dirigida por Norma Aleandro, la pieza se ocupa de una colección de personajes particularmente “argentinos”: los que visten Armani y se arrepienten de no vivir en Nueva York.
Por Hilda Cabrera
Aunque algo aturdidos por el champán bebido, los invitados de modo casual o indirecto a esta fiesta de etiqueta, a cuyo anfitrión no conocen, pueden sin embargo identificarse claramente. Como dice un tal Martín –aprendiz de cirujano que no está a gusto con nadie ni tampoco consigo mismo–, constituyen un grupo especial. Integran la casta de argentinos que no se consideran latinoamericanos sino “europeos exiliados”. Esta expresión y otras “a la moda” atraviesan el discurso de los personajes burgueses de esta nueva obra de la actriz y directora Norma Aleandro, quien junto a este estreno presentó el libro de igual título, donde reúne otras piezas suyas: La princesa se muere sobre el piano de cola, La bicicleta acuática y La gata que mira. El libro fue publicado por Temas Grupo Editorial y lleva prólogo del director y maestro de actores Agustín Alezzo. De rigurosa etiqueta es además uno de los montajes programados en el teatro Payró para celebrar sus creativos y esforzados cincuenta años de permanencia.
Los argentinos retratados por Aleandro visten trajes Versace o Armani y se lamentan de no haber nacido en ciudades interesantes como Nueva York, Milán o Granada. Creen tener derecho a comportarse con crueldad sin por ello perder su condición de humanos. En su galería de personajes, probablemente todos porteños (o aporteñados, por su comportamiento), la autora no olvidó incluir a un senador obtuso y violento y a una victimizada joven de apellido patricio, entontecida entre tanta decadencia.
Desde antes de iniciarse la función, el público que asista al Payró será puesto en clima a través de una banda sonora que reproduce una y otra vez los compases de un tango “americanizado”. La melodía es pegadiza y algunos espectadores la disfrutan. Concuerda, por elemental y monocorde, con la extremada simplicidad de la escenografía, el corte elegante del vestuario y el tono artificioso que tiñe la historia y resta decibeles a las escenas potencialmente más desgarradoras.
Es probable que la contemporaneidad de estas individualidades -reconstruidas aquí por intérpretes disciplinados pero de desempeño desparejo y actuaciones convencionales– permita al espectador asomarse a un ambiente social tan enjoyado como estéril, estancado en la práctica del abuso y el cinismo. No es ésta la radiografía de un sector social real, pero se le acerca. Aleandro subraya los absurdos y les otorga a las actitudes frívolas una agresividad caricaturesca y cómica. Sabe cómo agilizar el tiempo destinado a cada escena y acelerar el descenso al infierno de cada uno de estos personajes. Gente que se divierte, por ejemplo, organizando el parto de un “mutante” de manera burda y efectista, influida acaso por las resoluciones más disparatadas de las películas sobre invasores extraterrestres. Se busca la sorpresa, a veces sinlograrla. Los diálogos se disparan sobre asuntos que el espectador desconoce, y sobre los cuales no se dan razones. Un ejemplo es la mención de un hecho ocurrido en una fecha fija, el 2 de mayo de 1980 en Madrid, o la alusión (que más parece una broma) a las habilidades de una empresa, Capurro y Asociados, para instalar una red de hoteles en el mundo.
No queda claro si estos comentarios son en realidad la punta de un iceberg sobre el cual los personajes no se deciden a aportar datos, o bien el producto de un chismorreo entre individuos ociosos. En todo caso, es gente “bien caca” (como se dice en la obra), dispuesta a trampear y a deleitarse con el dolor ajeno. Por eso, quizá, lo único revulsivo en esta prolija puesta de Aleandro sea la condición básicamente depredadora de unos personajes que, justamente por creerse “especiales y humanos”, arrasan con la noción misma de grupo social.