Jueves, 12 de mayo de 2011 | Hoy
Por B. J.
En esta época, en medio de tantas exigencias, es difícil sostener el propio narcisismo. Entonces, los niños suelen ser ubicados como garantes del narcisismo de los padres. A veces uno de los padres o ambos tienen una historia en la que se sintió humillado o postergado por otros. Y se intenta cambiar la historia a través del hijo. Ese niño tiene que reinvindicar al progenitor por anteriores postergaciones o humillaciones: tendrá que ser el que no las sufra, aquel a quien, como decía el padre de un niño de ocho años, “nadie le pase por encima”. Este papá había luchado mucho en su vida para llegar a un lugar de reconocimiento y liderazgo social y una de las frases que reiteraba era: “A mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer con mi hijo ni con nadie”.
El niño siente así que debe remendar el narcisismo de otros que mantienen viejas heridas sin cerrar. Misión imposible, en tanto esas heridas pertenecen a una historia que no puede hacerse pasado y sigue incidiendo como un presente incesante.
Además, en tanto el niño suele ser juzgado por los otros en función de sus padres y a la vez éstos son el espejo en el que él se refleja, le es muy difícil diferenciar entre los golpes al narcisismo sufridos por los padres y los propios. Tiene que ser aquel que no sólo cumpla los deseos insatisfechos de sus padres, sino que los vengue por las derrotas inferidas. Y esto puede llevarlo a conductas desafiantes frente a la autoridad, en la escuela y en la casa.
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