Jueves, 12 de mayo de 2011 | Hoy
EL PAíS › LOS DETALLES SOBRE LAS MONJAS ALICE DOMON Y LéONIE DUQUET QUE EL JUICIO ORAL SACó A LA LUZ
El abogado Horacio Méndez Carrera alegará mañana en el juicio sobre la ESMA. Cuenta los datos que aportó el proceso oral. La reconstrucción de los secuestros y el cautiverio en el centro clandestino y la relación de las monjas francesas con las Ligas Agrarias y el obispo Novak.
Por Alejandra Dandan
Horacio Méndez Carrera dice que hace veinticinco años le pidieron tres cosas: que identifique la forma en la que desaparecieron las monjas francesas; que encuentre a los autores y el modo de condenarlos. También dice que si entonces le hubiesen dicho que iban a pasar 25 años para la condena, aquellos que le encargaron la búsqueda todavía estarían buscando abogados. Hoy será finalmente el encargado de reconstruir en un alegato –en la audiencia por los crímenes de la ESMA– la historia de Léonie Duquet y Alice Domon. De recoger los nuevos elementos que sobre esa historia aportó el histórico juicio oral que se acerca a la etapa final y en el que por primera vez los testigos reconstruyeron no sólo el padecimiento de las religiosas en el centro de exterminio, sino también por qué se convirtieron en blanco de los grupos de tareas.
“Se sigue diciendo que las dos religiosas fueron secuestradas por la solicitada y yo estoy seguro de que eso no fue así”, dice Méndez Carrera sobre el trabajo de recolección del dinero que llevó adelante el grupo de familiares de desaparecidos desde la Iglesia de la Santa Cruz para publicar la primera solicitada con la lista de desaparecidos. Para el abogado, la razón de la desaparición de las monjas se remonta a Perugorría, el pueblo correntino donde Alice Domon empezó a trabajar con las Ligas Agrarias. Alice después se trasladó a Buenos Aires, donde se vinculó con el obispado de Quilmes para buscar, al comienzo, a los desaparecidos correntinos. Ahí empezó a atender a las víctimas, a los familiares, a los más pobres de los pobres, a “armar grupitos”, dice Méndez Carrera, y enviarlos a la “casita” que Léonie tenía en Ramos Mejía. “Para los marinos esa casita de Léonie era un aguantadero: el lugar donde ellas les daban de comer a los más pobres y les daban algo de dinero.”
Los alegatos de ESMA empezaron la semana pasada con la reconstrucción de lo que sucedió con el grupo de las doce víctimas de la Iglesia de la Santa Cruz, secuestradas el 8 y 10 de diciembre de 1977, en vísperas de la publicación de la solicitada. Méndez Carrera y Luis Zamora completarán hoy ese alegato, profundizando en cuatro víctimas, entre ellas, las dos religiosas francesas de la Orden de las Misiones Extranjeras. En el transcurso de los dieciséis meses de audiencias, distintos testimonios permitieron reconstruir la vida de ellas. Declararon hermanos, familiares, religiosas y también militantes de Corrientes. Esos testimonios –muchos de los cuales no se escucharon en el Juicio a las Juntas, el primer momento en el que se juzgaron estos crímenes para condenar solamente a los jefes militares– iluminaron el día a día de las dos. El de Alice, dueña de la historia tal vez más conocida, y de Léonie, que, por ejemplo, el día del secuestro dejó arriba de la mesa de su casa el dinero necesario como para un pasaje de avión a Francia. Un dinero que los marinos no tocaron porque –según las hipótesis– no debían despertar sospechas en el barrio: Léonie tenía que recorrer quince metros entre la puerta de su casa y la calle, y si se daba cuenta de que la estaban secuestrando en ese trayecto podía poner en alerta a los vecinos, que la conocían muy bien, en un barrio en el que estaba desde hacía siete años.
Alice trabajó con las Ligas hasta marzo de 1977. “Las Ligas Agrarias eran un movimiento importantísimo en una Argentina feudal –dice Méndez Carrera–, donde estaban los barones del tabaco que explotaban a los pobres tabacaleros de una forma infame, los mataban de hambre, y toda esa economía se hacía con una producción muy artesanal, el que no tenía un tractor recurría al arado a mano, había hambre y la situación era espantosa porque los chicos si se enfermaban se morían, no de hambre pero sí por las enfermedades.”
Durante su estadía en Perugorría, Alice viajó a Francia para un encuentro de la orden. El capítulo se hizo en 1975, y en ese momento pidió ser relevada de los votos de la congregación. Méndez Carrera se detuvo bastante en ese dato durante la entrevista con Página/12 porque –en su hipótesis– es un dato que usaron los marinos para secularizarlas, para quitarles la estampa de religiosas y mencionarlas como “mujeres” y hacerlas entrar, de alguna manera, en el grupo de los enemigos a exterminar. Lo que él sostiene sobre ese momento, e intentó demostrarlo durante el juicio, es que pese a la renuncia, ellas no dejaron de ser monjas. Que en Francia hubo un cisma dentro de la congregación, que con ellas renunciaron otras quince religiosas y que cuando Alice volvió, se instaló en el mismo lugar de Perugorría donde estaba y mantuvo encuentros regulares con la jefa de su congregación.
“Perugorría era el corazón de la orden –dice el abogado–. Tan es así que cuando venía la superiora pasaba un mes ahí, se instalaba con ellas, miraba todo.”
En ese pueblo, Alice replicó el compromiso de su primer tiempo en Buenos Aires. Ella era especialista en catequesis para discapacitados. Cuando llegó de Francia, trabajó en la diócesis de Morón, donde atendió al hijo discapacitado del represor Jorge Videla. “El carisma de estas mujeres las llevaba a vivir como los más desamparados –sigue Méndez Carrera–. Antes de irse a Perugorría, ella estuvo en Villa Lugano cinco años y se instaló cerca del basurero, el lugar más próximo al basurero, porque ahí estaban las familias más desamparadas, las que vivían y comían basura.”
Para marzo de 1977, la dictadura había matado a un integrante de las Ligas, había desaparecido a otros, había secuestrado y otros estaban en vísperas de serlo. “O sea que fue un desastre –dice el abogado–. Y en ese marco, a ella le dicen que si no se va, van a seguir desapareciendo familias, así es que ella se viene a Buenos Aires para tratar de hacer gestiones, ayudar a las familia de allá, a las que estaban desaparecidas y a procurar la liberad de los otros y así fue como se vincula con Novak.”
El obispo Jorge Novak, de Quilmes, tenía una oficina de Justicia y Paz. Caty, el apodo con el que llamaban a Alice, “escuchaba y tomaba nota de todas aquellas personas con hijos desaparecidos y no sólo eso, sino que brindaba ayuda: aparte de apoyo espiritual estaba en el apoyo material que era tratar de brindarles el sustento para vivir. Ellas les daban plata y los acompañaban a hacer trámites para saber qué había pasado con esas personas”.
Uno de los testimonios que apuntalaron esa hipótesis en el juicio fue el de la superiora provincial Evelina Irma Lamartine: dos veces mencionó la palabra “conexión” entre Alice y Léonie, y Méndez Carrera asegura que recién entonces comprendió el hilo conductor de sus historias, dejó de preguntarse por un compromiso político más orgánico y entender lo que ahora define como el “carisma” de las dos. “Lamartine dijo que había una conexión con la casita de Léonie –explica Méndez Carrera–. Caty le llevaba esos grupitos a Léonie, ahí los alimentaban, porque había un problema de hambre, además. En lo de Léonie hacían una especie de parada, se organizaban. Alice preparaba recursos de hábeas corpus en el obispado y acompañaba a la gente a hacer las presentaciones o lo que fuera. Entonces, esa conexión que había entre Léonie y Alice era muy íntima. Alice se fue a vivir a lo de Léonie seis meses antes de ser secuestradas, vivían juntas y se querían profundamente.”
Léonie vivía en una casa con techo de chapa, al lado de una capilla de Ramos Mejía. Asistía al cura en las misas, era maestra de maestros de catequesis, y fundamental en el barrio. A Alice la secuestraron el 8 de diciembre en la Santa Cruz. Evelina le dijo a Léonie en ese momento que se fuera. Las tres habían estado detenidas tiempo antes en una de las redadas en Plaza de Mayo, con ellas también había estado otra de las compañeras, Ivonne Pierron, que luego salió del país en un avión de la Embajada de Francia. Léonie dijo que no, que no se iría, convencida de que Alice iba a salir en libertad. Y se iba a quedar a esperarla. El sábado siguiente, el día 10 de diciembre, el mismo día en que secuestraban a Azucena Villaflor en Avellaneda, también la secuestraron a ella.
El Tigre Acosta era el jefe de inteligencia de la ESMA. O en palabras de una de las testigos, “el director ejecutivo”. En las últimas audiencias habló y luego de horas, mencionó a las monjas, pero no las llamó monjas sino “mujeres”. Dijo que la ESMA durante la semana del secuestro estuvo cerrada. Y aunque admitió la infiltración de Alfredo Astiz y hasta la suya, intentó decir que ese secuestro no fue de la ESMA sino de otros. Que él el 10 de diciembre estaba soplando la torta de cumpleaños de su hija en Puerto Belgrano. “Una tomada de pelo –dice el abogado–, una parodia. Todos los datos que recogimos nos sirven para decir que ese tipo no estuvo en Puerto Belgrano, sino en Buenos Aires y si hubiese estado allá lo mismo sería responsable. Inventan cualquier cosa para justificarse, porque es la primera vez que están sentados en el banco de los acusados con una sentencia a punto de caer sobre sus cabezas, por homicidio a prisión perpetua, por hechos gravísimos, cometidos contra un grupo de civiles inermes, pero curiosamente este grupo de civiles inermes con sus pañuelos blancos los derrotó, porque si estos señores están ahí sentados es por el espíritu de lucha inquebrantable de todas estas mujeres.”
–¿Qué se sabe hoy del secuestro de Léonie?
–Del secuestro participan cuatro personas. Entre ellas, el Loco Suárez. Había sido teniente de la Marina, trabajaba en una empresa multinacional, trabajó en la Ford y la Coca-Cola de Córdoba. Era amante del rugby y de la caza mayor. Los sábados y domingos se dedicaba a ir a la ESMA a participar de operativos especiales. Y el Loco Suárez es el hilo conductor que nos permite llegar perfectamente a la ESMA, porque no era bombero, no era del Ejército: los sábados y domingos estaba ahí, porque el tipo lo hacía por deporte: así como cazaba elefantes en el Africa, salía a cazar monjas acá, es lo mismo.
–¿Cuál es la reconstrucción de lo que sucedió con ellas en el interior de la ESMA?
–Hicieron dos recorridos distintos: Caty estuvo en el sótano. Léonie en Capuchita, desde el sábado 10 hasta el domingo estuvo bien. Una de las testigos la ve rezando y diciendo: “Creo que mi hermana está acá también”. Cometieron la crueldad de separarlas, aunque luego las juntan para la foto. Las dos padecieron las torturas. Una testigo, Graciela García, contó que cuando a ella le aplicaron la picana en la vagina tuvo una gran infección, quiere decir que era común picanear a las mujeres en esa zona y tal es así que después la ven a Alice que no podía caminar. O sea que las destrozaron en la picana, aparte de haberle reventado la boca, el ojo, dejarle moretones en toda la cara, en los brazos, porque les pegaban y ellas se protegían, por eso tenían azules los brazos. Por las fechas que dio Acosta, y los datos de la causa, se supone que las trasladaron pocos días más tarde en el vuelo de la muerte del 14 de diciembre, en un avión manejado por los pilotos detenidos el martes. También se sabe que adentro de la ESMA Caty estuvo separada de Azucena. Pero que las dos, del mismo modo, preguntaban a todos los que veían por lo mismo: cuál es tu nombre. Les pedían los datos convencidas de que iban a salir. Alice además preguntó una y otra vez por el chico rubio, por cómo estaba, convencida de que entre los secuestrados también estaba Astiz.
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