PSICOLOGíA › INTERVENCION PSICOANALITICA EN LA FABRICA “GRISSINOPOLI”
Las catorce sillas de la prohibición
Por César Hazaki*
El comienzo de la huelga en Grissinopoli, el 3 de junio de 2002, es descripto así por sus protagonistas: “Estuvimos dos semanas metidos acá adentro, mirándonos sin saber qué hacer. Los primeros días tomamos la decisión de no salir a la calle”. Vemos cómo la justa reivindicación salarial y el reclamo por sus derechos quedaba a mitad de camino: reclamaban, pero encerrados. La culpa y la vergüenza tenían mucha incidencia en el grupo de obreros. La idea de que los otros podían pensar: “Algo malo habrán hecho para que les pase esto”, era lo que, de uno u otro modo, impedía la denuncia de los hechos y la relación con los vecinos, transeúntes, organizaciones políticas, asambleas.
Al salir, se encontraron con la espontánea solidaridad de asambleas, partidos políticos, revistas culturales, etcétera. Claro que este primer encuentro no les fue sencillo a los obreros de Grissinopoli: “Al principio nos costó entregarnos a la confianza, veníamos de un cachetazo muy duro. Al ver tanta gente que venía de golpe, perdimos un poco el horizonte, porque eran muchas opiniones (...); no estábamos preparados para esto, ese fue el error, siempre pensábamos que lo que mirábamos por televisión nunca nos iba a pasar a nosotros”.
Ese afuera que no podía ser comprendido o visualizado, lejos de ser terrorífico o mortificador fue acogedor, estimulante y fuente de gratificación, tanto económica como psíquica. La experiencia de sostén, de soporte de la situación dolorosa y traumática del afuera, el conjunto de los grupos y personas solidarias que se acercaban y se comprometían con la lucha, iba develando y resignificando este exterior vivido, en primera instancia, como terrible.
Desde el comienzo de esta lucha, resalta el intento de este conjunto de personas de constituirse en “grupo sujeto”, cuyo objetivo es organizar sus vidas en forma muy diferente de la manera que durante muchos años tuvo, cuando era un grupo sometido a las órdenes de la patronal. La situación de catástrofe que se les plantea con la paralización de la fábrica por la inminente quiebra, el no cobro de salarios, la pérdida de la obra social, el abandono por parte de los patrones de la fábrica, toda esta situación va siendo transformada por el grupo en un proyecto de lucha creativo, sostenido en la defensa de sus derechos y de su fuente de trabajo, con la necesaria puesta en funcionamiento de la empresa bajo su exclusiva operatoria y administración.
Este accionar implicó que el mismo grupo se fuera modificando, en dirección a ser un grupo sujeto que intenta hacerse cargo de su destino. La experiencia permitió transformar su subjetividad produciendo una realidad que superó sus propias expectativas. En este tránsito, el equipo de intervención psicoanalítica trabajó y trabaja permanentemente para fortalecer estos procesos.
Una noche de noviembre del 2002, estábamos pensando con los obreros, en la fábrica, las dificultades que la organización de un centro cultural de artes y oficios presentaba. Partíamos de las cosas concretas que faltaban: “No tenemos sillas”, dijo Ivana, obrera de la fábrica. Trataban de resolver este tema para poder dar comodidad a las distintas comisiones que iban a trabajar para armar el centro cultural (los obreros de Grissinopoli definen su fábrica como “la fábrica del barrio”).
Se hicieron rifas para comprar sillas; se armaban sillas con utensilios de trabajo de la fábrica; para algunas actividades se recibían en préstamo las que facilitaba un partido político. Habían pasado casi cinco meses desde la ocupación de la fábrica y un mes y medio de haber sido votada, en la Legislatura porteña, una ley que otorga la posesión transitoria a los obreros por el término de dos años. Los obreros se sienten y actúan como dueños de la empresa, y las sillas eran la metáfora que mejor sintetizabala cantidad de elementos que faltan tanto para la producción como para la actividad cultural; no se avanzaba mucho al respecto.
Otra noche, la misma Ivana, orgullosa, nos recibió con una sorpresa: la mesa de reunión habitual estaba rodeada de catorce sillas nuevas. “Fui arriba y bajé las sillas. Estuve pensando todo este tiempo en este tema y, miren, acá están las catorce sillas que había arriba, en la administración.”
La toma de posesión del conjunto de bienes materiales y simbólicos de la fábrica, autogestionada por sus obreros, tarda más tiempo de lo que pudiera imaginarse, y estas sillas son un ejemplo: ¿dónde estaban, que hasta ese día no se habían usado? En el lugar donde se reunían los dueños de la empresa. Eran las sillas del directorio. Eran las sillas de los patrones. Se hallaban en un espacio que había estado prohibido para los trabajadores.
Pese al tiempo transcurrido, ese lugar tenía algo del orden de un santuario, que lo hacía impenetrable a los obreros, y sus objetos, por lo tanto, imposible de ser incorporado al bien común cooperativo. Cuando los obreros lo lograron, con ese acto de usar, en provecho del conjunto, algo que expresaba claramente a la patronal, avanzaron en la ocupación del territorio de la empresa. Tanto más significativo era el hecho, dado que a pesar de la ley votada en la Legislatura porteña, los obreros todavía no habían logrado usar muchos elementos de ese lugar.
Con el traslado de las sillas habían derribado un santuario, un lugar prohibido. Este hecho, aparentemente pequeño, sumaba fuerzas para la consistencia grupal e individual de los integrantes de la cooperativa. La toma de posesión y transformación de esos “bienes privados” en bienes comunitarios, de uso socializado, expresó un momento de ruptura y de no aceptación de los modos inconscientes de sometimiento a los poderosos de la antigua institución.
* Psicoanalista. Extractado de un artículo que se publicará en la revista Dialogantes Nº 7, de próxima aparición. También forman parte de este equipo Alfredo Caeiro y Silvia Yanquelevich.