ESPECTáCULOS › “INTERVENCION DIVINA”, UNA PERLA DE ELIA SULEIMAN
Humor y poesía subversiva
De una originalidad y una capacidad de sorpresa infrecuentes, el cine del director, actor y autor palestino se rebela contra las fronteras que dividen a los pueblos y lleva la imaginación al poder.
Por Luciano Monteagudo
Un hombre que observa, y que comenta sobre lo que observa, pero que comenta únicamente con la mirada, con ese poder feroz que sólo el cine parece capaz de desplegar. Esa podría ser una primera descripción de Intervención divina y también una definición de su director, autor y protagonista, Elia Suleiman (Nazareth, 1960), un palestino que desafía todas las fronteras: las barreras físicas que dividen a los pueblos y también aquellas otras, intangibles, que impiden la libre circulación y el vuelo de las ideas. Se diría que, por sobre todas las cosas, Intervención divina es justamente un film libertario, en el sentido más amplio de la palabra, en la medida en que enfrenta con un humor, un coraje y una libertad de espíritu extraordinarios un material tan sensible y tan complejo como la identidad palestina y su relación con el Estado ocupante de Israel.
Lo notable del caso es que Suleiman aborda esa substancia desde su más absoluta singularidad, desde un punto de vista tan subjetivo como personal. Por algo su film lleva como subtítulo “Crónica de amor y de dolor”. Crónica en la medida en que se trata de una sucesión de observaciones en primera persona, de una serie de comentarios sobre un momento y una situación particulares. (Crónica de una desaparición se llamaba el film anterior del director, realizado en Nazareth en 1998 y que daba cuenta de la calma que precede a la tormenta.) Pero es la visión cáustica y melancólica de Suleiman sobre el mundo la que permite, sin embargo, que esa crónica alcance una altura y una trascendencia infrecuentes, capaces de reivindicar al cine como instrumento de poesía, la poesía de la que eran capaces Buster Keaton y Jacques Tati y que, hoy por hoy, sólo parecía privilegio de Otar Iosseliani.
¿De qué trata Intervención divina? Paradójicamente, parece difícil decirlo en pocas palabras, considerando que se trata de un film eminentemente visual, casi mudo, organizado a la manera de una progresión y concatenación de gags sorprendentes. Transcurre en Ramallah, en Jerusalén y en los checkpoints bajo control israelí que dividen a los dos bandos en pugna. A ambos lados de ese límite claramente artificial, hecho de soldados, vehículos militares y alambres de púa, reina una violencia larvada, cotidiana, que se expresa de una manera absurda en las situaciones más triviales. Suleiman la encuentra tanto en su padre –ese septuagenario inclinado a la blasfemia, perseguido por sus deudas y siempre al borde del infarto– como en sus vecinos. Y a todos los mira con una curiosidad prístina, sin énfasis: un hombre que arroja sus residuos del otro lado de la medianera, otro que se ensaña con la pelota de fútbol de un muchacho, o un grupo que ataca a palos y tiros a un enemigo invisible, que no resulta ser otro que una culebra inofensiva.
Pero hay una violencia aún mayor en la prepotencia, la soberbia y la arbitrariedad que Suleiman, como director y protagonista de la película, descubre diariamente en la milicia israelí que custodia el paso de frontera entre dos sectores de una misma ciudad dividida. Allí, en un estacionamiento al costado de la ruta, desafiando la separación que lesimpone la realidad, tienen lugar las citas del héroe con su mujer amada (los encuentros de las manos de ambos tienen una carga de erotismo que parecía olvidada en el cine). Y allí Suleiman es testigo privilegiado de esa parada militar que su mirada implacable transforma en un ridículo ballet mecánico. Por momentos –cuando hace estallar un tanque con sólo pensarlo, o cuando burla esa guardia con un globo rojo adornado con el rostro burlón de Arafat– pareciera que el programa de Suleiman no es otro que el de llevar la imaginación al poder.
La organización plástica del espacio dentro del cuadro, la forma en que fragmenta los gags distanciando la causa y los efectos, la utilización virtuosa del sonido y del fuera de campo hablan de un cineasta fuera de lo común, original por donde se lo mire. Y la ya famosa secuencia final, con su amada convertida en una guerrera “ninja”, peleando a la manera de Matrix por la causa palestina, revela a un creador de una mirada poética en la cual el humor le confiere a la poesía su carácter subversivo esencial.