Jueves, 12 de febrero de 2015 | Hoy
Por Concepció Garriga
El psicoanálisis ha pasado de ser una profesión dominada por hombres a serlo progresivamente por mujeres; también ha virado de ser primariamente heterosexual (o aparentarlo) a estar abierto a aceptar a terapeutas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales.
Aron y Starr advierten que “el psicoanálisis no puede ni debe seguir siendo blanco, judío, elitista, urbano, o ligado exclusivamente a la práctica privada. Si va a sobrevivir tiene que transformarse progresivamente en más accesible, aplicado de forma amplia, y diverso”.
Y apelan a la distinción entre psicoanálisis y psicoterapia como forma de romper la jerarquía binaria que nombraba psicoterapia aquello que la cultura consideraba femenino: la dependencia, el apoyo, la provisión, la subjetividad, lo materno, lo femenino, lo relacional; mientras reservaba el psicoanálisis para aquello marcado como masculino: la independencia, la autonomía, la individualidad y la objetividad científica. En esta dirección yo me califico de psicoterapeuta psicoanalítica.
El psicoanálisis tiene una larga historia de clínicas gratuitas, así como de activismo social, y hay que recordar que durante mucho tiempo el psicoanálisis fue tanto un método de tratamiento como un movimiento social, un movimiento para la reforma de la educación, una política social y una cultura. Los primeros psicoanalistas eran marginales.
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