SOCIEDAD
Un herido, un muerto y una fuga de película en un hospital porteño
El preso había sido trasladado de Devoto al Hospital Udaondo, en Parque Patricios, para que le realizaran un estudio. Pidió ir al baño. Cuando fueron a buscar atacó al guardia, le robó el arma y mató a un policía. Afuera, lo esperaban sus cómplices.
Los tiros sonaron secos, al fondo de un pasillo, apenas al entrar al Hospital Udaondo cuando eran las once y media de la mañana. El primer balazo cruzó la puerta del baño para el público, dejando un agujero por el cual mirar del otro lado, y dio en la cabeza del policía de custodia. Fue mortal. Por sobre el cuerpo del agente y saltando un charco de sangre salió corriendo el preso Rafael Beguerí Flores, un uruguayo con un largo prontuario por robo a mano armada, que subido a un auto azul en el que lo esperaban dos cómplices consiguió deshacerse así de una condena a seis años que pagaba en Devoto. El ladrón había forcejeado segundos antes con el guardia del Servicio Penitenciario Federal que lo acompañaba y armado con una faca o un bisturí robado en el mismo hospital le había hecho un pequeño corte en el cuello antes de hacerse de su pistola. Esa es la escena en la que los empleados del Udaondo ponen todas sus sospechas. “Los otros dos guardias que venían con el preso ni se bajaron, ni se movieron cuando escucharon los tiros –acusó una radióloga que pidió reserva de identidad–. Y es de no creer que el que lo cuidaba haya sufrido una herida de nada mientras que el otro fue fusilado.”
Lo cierto es que si Rafael Beguerí Flores no contó con ningún tipo de ayuda externa, más que su maña para deshacerse de un guardia armado y de un policía en pocos minutos, podría considerárselo una versión masculina de Nikita. Aunque su experiencia en el ramo robo a mano armada no era poco. Nacido en el ‘66 en Uruguay, Beguerí había sido condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal 13 de la Capital a seis años de cárcel por haber robado al grito de arriba las manos una empresa de taxis. Su pena vencía recién el agosto del 2004. Igual, según lo definen los propios voceros del SPF, el hombre hacía entre diez y quince años que se paseaba por comisarías y penales. En el ‘92 había conseguido la libertad condicional después de haber robado una librería. La segunda vez, en el ‘95, lo apresaron por asaltar una remisería. Esta vez había pasado un tiempo en la Complejo Penitenciario de Ezeiza y hacía meses que estaba en la cárcel de Devoto. De allí salió ayer temprano, por una orden del Juzgado en lo Criminal 9, hacia el Hospital de Gastroenterología.
He aquí uno de los primeros misterios: por qué fue trasladado. Dicen en el SPF que padecía dolores gástricos importantes. La versión que no fue confirmada oficialmente pero que se seguía contando en off anoche es que Beguerí se había tragado hacía dos semanas una cuchara, o un pedazo de cuchara. Es una práctica común en los presos que se oponen a ser trasladados, o en quienes buscan el traslado para conseguir mejores condiciones de detención, o de liberación, como en este caso. Es por eso también que el personal del Udaondo está acostumbrado a atender internos trasladados por el SPF. En el caso de “El Uruguayo” su asistencia al hospital fue autorizada por el Juzgado en lo Criminal 9, donde se le tramita una causa por portación de arma y encubrimiento. Ayer el nuevo director general del SPF, Juan Cid, se reunió con los investigadores de la fuga para ofrecer lo necesario al juzgado. Y un vocero anunció que la propia institución abría una investigación para deslindar responsabilidades.
Claro que nada tranquilizaba ayer a los empleados del Hospital Udaondo que compartían pasillos hacía cuatro años con el policía Marcelo Díaz, de 48. “Era un trabajador más. Soñaba con ser abuelo de gemelos porque tenía una hija que esperaba”, contó una de las enfermeras a este diario. La situación de ayer quebró el ritmo de trabajo del hospital. La muerte del agente provocó un clima de protesta entre los trabajadores que consideraron sospechosa la manera en que fue custodiado el preso, siendo que tenía tantos antecedentes. Como ejemplo de lo irregular de la custodia a Beguerí los médicos y las enfermeras recordaron que hacía casi justo una semana, el martes de la anterior, el SPF trasladó a un preso de apellido Porcel de Peralta, presunto integrante de la banda del Gordo Valor, casitoda en la cárcel. Lo hicieron a las nueve de la noche, cuando el turno para el estudio que debía practicársele era a la una de la tarde, y con cuatro celulares y decenas de guardias cuidándolo. “Para qué hacen ese circo si después van a dejar que un tipo se les vaya sin esposas y armado”, planteó un camillero.
El preso llegó al hospital ayer a las 10.30. Lo atendieron en la guardia. De allí un médico ordenó que le practicaran una endoscopia. Subió acompañado del guardia Cristo Goronoff, ayudante de 3ra del SPF. Le hicieron el estudio y bajaron juntos hasta el pasillo tras el hall del edificio, camino hacia el patio donde lo esperaba el celular para volver a Devoto. Cuando llegaron al extremo de una escalera por la que descendían, ante una puerta verde en la que se ve el dibujo de un silueta masculina que indica que es un baño, Beguerí se mostró descompuesto y con dolores. Cristo lo dejó entrar. Le permitió hacerlo solo y sin esposas. Luego, cuando pasó demasiado tiempo, fue a ver qué pasaba con el preso.
Adentro, con la puerta entrecerrada, dice que forcejearon. Frente a la puerta hay una ventanilla de turnos para radiología donde atiende una enfermera que ayer declaró. No vio la pelea. Lo que sí pudo ver fue el momento en el Díaz llegó al baño. Bastó que se parase allí para que desde adentro el Uruguayo disparara el arma que había robado a Cristo. El primer tiro le dio de lleno en la cara. En la puerta quedaron las marcas de tres balazos, y un posible rebote en los azulejos de la pared de los mingitorios. Nadie explicó ayer qué hacía el guardia mientras el hombre le disparaba al policía, cómo Beguerí pudo controlar la situación de tal manera. Enseguida saltó el cuerpo de Díaz, corrió los diez metros que lo separaban de la salida y se subió a un Peugeot 504 azul estacionado en la playa del hospital, en el que los esperaban dos amigos. Ayer a la tarde la policía encontró el auto abandonado en una esquina de Wilde. Era robado.