Viernes, 30 de abril de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › UN CHICO DE 13 AÑOS, TESTIGO DE UN CRIMEN, BALEADO EN LA CABEZA
La Justicia reconstruyó ayer el episodio en el que un hombre murió en Villa Soldati en un supuesto enfrentamiento con dos policías. Los agentes dicen que fue un tiroteo. Los abogados de la víctima creen que lo mataron y luego balearon a un chico que vio la escena.
Por Mariana Seghezzo
En menos de 15 minutos, un hombre murió, un niño de 13 años resultó herido de un balazo en la cabeza y un joven fue golpeado a patadas y escopetazos. Todo ocurrió la tarde del 19 de agosto de 2009 y ayer, durante más de cinco horas, se reconstruyó judicialmente el hecho en el barrio Fátima de Villa Soldati. Además de varios testigos presenciales, se escucharon, filmaron y compararon los relatos de los tres imputados: dos uniformados de la Federal y Diego Orlando Paz, el hermano del muerto, quien fue golpeado con brutalidad y estuvo incomunicado en una comisaría porteña por más de 72 horas. Según la hipótesis de los abogados de Paz, los federales “para intentar encubrir un asesinato, dirigieron un tiro sobre el único testigo que estaba en escena (el chico) y armaron una fantochada de teoría sobre un supuesto enfrentamiento con delincuentes”.
Claudio Ariel Paz, el Fido, murió la misma tarde que el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 24 leyó las condenas por la tragedia de Cromañón. A las 15.30 hacía mucho frío y Fátima parecía un barrio fantasma. La calle Riestra estaba desierta y, sobre Laguna, lo único abierto era un kiosco. Sin embargo, hubo quienes fueron testigos directos e indirectos de los disparos del 19 de agosto: los vecinos de los nuevos departamentos construidos por el gobierno porteño.
No eran más de las 9 de ayer, cuando la jueza Susana Castañera y la fiscal Viviana Beatriz Fein dieron comienzo a la reconstrucción del hecho que terminó en la muerte del Fido, las complicaciones en el habla y la motricidad del pequeño Cristián Torre y la imputación de Paz. De la escena estilo CSI también participaron los abogados de los uniformados, los de Paz –Natalia Belmont, Juan Combi y Federico Ravina—, y la querella de la familia del niño, a cargo de Emiliano Gareca. Ricardo Dios ofició de veedor por parte de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
Primero hablaron los federales de la seccional 36º. Seguidos por tres cámaras de la Gendarmería Nacional, los hombres se subieron a un patrullero en la calle Laguna y simularon llegar al lugar del crimen motorizados. En el asiento del acompañante viajaba el efectivo Javier Adrián Liendro. Enfundado en una campera de cuero y tras gafas para leer, repitió varias veces que “vimos a tres sospechosos sobre Riestra”.
–¿Qué hacían de sospechoso los hombres? –preguntó intrigada la jueza Castañera.
–Ya lo dije –masculló enfurecido el uniformado Liendro–. Al doblar sobre Riestra, uno nos miró y le hizo una señal de aviso a su compañero.
El índice delictivo: un roce de manos. Según el relato de Liendro, como precaución, “le dije a mi conductor (el otro uniformado, Osmar Guillermo Carruega) ‘¿viste eso?’, pegá la vuelta”. Toda la comitiva de abogados, gendarmes, vecinos, testigos, imputados y cientos de curiosos se dirigieron hasta la esquina de Riestra y la calle sin nombre, detrás de los nuevos departamentos y frente a cuatro destartaladas casillas de madera.
Liendro bajó del patrullero y recreó el supuesto enfrentamiento con los sospechosos. “Le di la voz de alto, pero dos de ellos se dieron a la fuga y el que quedaba sacó un arma y me disparó”, relató el actual efectivo de la policía salteña. ¿De dónde extrajo el arma? Para extremar la situación, efectivos de la Gendarmería le entregaron una pistola (naranja) de juguete. Pero al mostrar el movimiento que el supuesto delincuente realizó para disparar, Liendro puso en evidencia dos armas sostenidas en su pantalón.
–Entreguen las armas –les ordenó la jueza a los imputados de uniforme.
–Pero son reglamentarias –protestó el oficial Liendro.
–No lo entiende: si se les escapa un tiro puede morir una persona –retrucó la magistrada.
Los policías entregaron las armas y, luego, por separado, relataron cómo fue la muerte del Fido. Después de que, en su versión, el muchacho le tirara, Liendro efectuó un disparo y el Fido comenzó a retroceder y el uniformado a avanzar, casi hasta la altura de las casillas de madera. En cambio, según contó Carruega, el cuerpo del “delincuente” quedó tirado en el medio de la calle, cerca de los nuevos departamentos.
Después, reconstruyó la situación el hermano menor del Fido y tercer imputado, Diego Paz. Al igual que los testigos oculares, el joven contó que el cuerpo estaba a media calle, que cuando se acercó al lugar (por el llamado de un vecino) los policías le empezaron a gritar “mata poli, rata, mata poli”, que lo llevaron adonde estaba tirado el Fido y mientras le pegaban pudo ver cómo su hermano todavía se movía. “Se tocaba la parte de atrás de la cabeza con la mano”, dijo Diego.
“Como no hay rastros de proyectiles en el hall del departamento o en la pared, no hay otra hipótesis que la de bajar al testigo: los policías dirigieron el tiro al chico porque era la única persona que vieron en la escena”, dijo después de finalizar la reconstrucción el abogado Combi.
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