SOCIEDAD › LA TRAGEDIA DEL COLUMBIA Y LAS
REDUCCIONES EN EL PRESUPUESTO DE LA NASA
Una investigación en la cuenta regresiva
La investigación apunta a un incidente ocurrido durante el lanzamiento, en el que se habría dañado un ala del transbordador. Los responsables minimizaron el hecho y la operación siguió adelante. Expertos cuestionan reducciones en materia de seguridad.
Por Pedro Lipcovich
Ya es posible saber con certeza qué pesadilla sobresalta cada noche al jefe del programa de vuelos tripulados de la NASA: la repetición de ese instante previo al lanzamiento, el 16 de enero, cuando un pedazo de cobertura del tanque de combustible se desprendió y dañó un ala del transbordador, pero él mandó que la cuenta regresiva continuara. Ese es hasta ahora el motivo más probable del accidente que se produjo 15 días después, cuando el Columbia tomó contacto con la atmósfera al regresar. Pero la razón de fondo debe indagarse en la organización y la historia del programa espacial norteamericano. Ayer se hicieron públicas las críticas que el titular de un panel asesor sobre seguridad espacial había formulado el año pasado ante el Congreso de Estados Unidos, sobre los riesgos implicados en las reducciones presupuestarias que sufrió la agencia espacial desde que, terminada la Guerra Fría, perdió vigencia la carrera espacial con la ex Unión Soviética. Los transbordadores fueron construidos con tecnología de los ‘70 y el más antiguo de ellos, precisamente el Columbia, tenía casi 22 años de antigüedad.
El transbordador espacial Columbia se desintegró el sábado a las 9 de la mañana, cuando volaba a 62 kilómetros de altura y a 20 mil kilómetros por hora de velocidad sobre Texas; le faltaban 16 minutos para aterrizar en Cabo Cañaveral. Murieron sus siete tripulantes: cinco hombres –entre ellos un israelí– y dos mujeres –una de ellas nacida en la India–.
Ayer, el titular de la NASA, Sean O’Keefe, anunció que en la investigación sobre la catástrofe “se reexaminará un incidente que tuvo lugar durante el lanzamiento del transbordador, cuando una pieza de capa aislante del tanque de combustible líquido se rompió y golpeó contra el ala izquierda”. Otros funcionarios del organismo espacial norteamericano dijeron que “vamos a revisar con mucha atención una serie de datos inusuales de los sensores en el costado izquierdo del transbordador, en los siete minutos previos a la pérdida de contacto con el Columbia”. Allí, la temperatura subió 15 grados en cinco minutos.
La enorme energía que un transbordador espacial requiere para vencer la fuerza de gravitación terrestre es provista por la combustión de hidrógeno líquido, contenido en un tanque más grande que la nave misma, que se descarta cuando el combustible se ha consumido. Como la temperatura del hidrógeno líquido es inferior a los 200 grados bajo cero, el tanque va recubierto de una capa aislante especial, para que no se forme hielo en su exterior. Es común que trozos de este aislante se desprendan en la trepidación previa al lanzamiento; menos común es que caigan sobre la nave: sucedió en el lanzamiento del Columbia, y la decisión de la NASA fue no interrumpir la operación.
El argentino Mario Acuña, director de proyectos científicos en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, comentó para este diario que “el aislante desprendido se partió en trozos muy chicos y los responsables entendieron que el ala no se había dañado, pero durante un lanzamiento las cosas pasan muy rápido y habrá que revisar con cuidado las filmaciones; a veces el ángulo desde el que está instalada la cámara no da una visión perfecta”. El científico de la NASA señaló que “estos desprendimientos de la aislación ya venían siendo estudiados por la NASA”.
Otra posibilidad, según Acuña, sería “que, también durante el lanzamiento, haya habido una falla en el sistema de amortiguación de las ondas de choque causadas por el tremendo sonido del motor al rebotar contra la plataforma de lanzamiento: estas ondas pueden dañar las tejitas cerámicas aislantes u otras estructuras delicadas de la nave, y se las amortigua arrojando agua a presión, casi un millón de litros por segundo sobre la plataforma”.
En cualquier caso, siguiendo un orden inverso, “la causa menos probable es el atentado terrorista; la segunda menos probable es la falla estructural por fatiga de materiales, dado que, si bien el Columbia tenía más de 21 años en actividad, estaba previsto para llegar a los cien vuelos y sólo había efectuado 28; tampoco hay datos que indiquen que haya reingresado en un ángulo incorrecto a la atmósfera terrestre”, afirmó Acuña.
Ayer arreciaron las acusaciones a la NASA por el accidente; las críticas se centran en que las cuestiones de seguridad habrían sido crecientemente desestimadas en los últimos años por limitaciones presupuestarias. Ya en abril del año pasado el titular del Panel Asesor en Seguridad Espacial, Richard Blomberg, había advertido al Congreso de Estados Unidos: “Nunca estuve tan preocupado como hoy por la seguridad de los transbordadores espaciales”. Su inquietud se basaba en que los fondos para este programa se redujeron un 40 por ciento desde 1990, y la agencia espacial norteamericana proyectaba extender por lo menos a 25 años la vida útil de las naves, cuyo diseño data de los ‘70. El Columbia, construido en 1981, era la nave más antigua de las cuatro que componían la flota. “Nadie puede estar seguro de cuánto del margen de seguridad se ha perdido”, fue la inquietud de Blomberg.
La semana pasada, pocas horas antes del desastre, la Oficina de Control de Cuentas (GAO) del Congreso de Estados Unidos criticó a la NASA por “falta de adecuada supervisión sobre las partes del programa que fueron privatizadas”.
Entretanto, la NASA anunció que fueron encontrados restos de los siete astronautas muertos, mientras seguía la búsqueda de restos del Columbia, en una extensión de 1300 kilómetros cuadrados entre Texas y Louisiana. La NASA volvió a prevenir a la población que no toque los fragmentos que pudiera encontrar, para permitir su análisis y porque pueden contener tóxicos. Sin embargo, en el sitio web E-Bay, de subastas, aparecieron ofrecimientos de fragmentos del transbordador; los titulares del sitio retiraron las ofertas en cuanto tomaron conocimiento.
De todos modos, el jefe del programa de transbordadores de la NASA, Ronald Dittemore, previno que “algunas evidencias sobre el accidente pueden haberse quemado en la atmósfera” y que “otras se han perdido en un territorio tan vasto que nunca las encontraremos”.
Ayer, en Estados Unidos, el tema de la inminente guerra contra Irak había cedido ante la consternación por la catástrofe. En Washington, la iglesia metodista de Saint Columbia estaba llena –como sólo lo había estado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001– de feligreses que oraban por la tripulación fallecida. En el Centro Espacial Johnson, de Houston, se acumulaban flores, velas y leyendas manuscritas de homenaje. En el Centro Espacial Kennedy, de Florida, la gente lloraba ante la placa de granito negro donde constan los nombres de los 17 astronautas muertos en servicio, que ahora son 24.