Sábado, 21 de mayo de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Mariana Carbajal
La conductora, primero, preparó el terreno: “Yo no lo conozco, pero lo veo por la tele... todo amoroso...”, le empezó a decir a su invitada, Victoria Vanucci, en relación con su ex pareja, Cristian “el Ogro” Fabbiani. Y finalmente, con su voz cándida, una simulada timidez y astucia, Susana Giménez le largó la pregunta que tanto quería pronunciar: “¿Vos le hiciste algo para que te pegue?”. A Vanucci –que un año atrás había acusado al futbolista de malos tratos y denunciado judicialmente por amenazas– se la vio desconcertada, incómoda. Susana había pasado (otro) límite: justificar la violencia contra las mujeres y abonar un lamentable sentido común que la última dictadura militar intentó fortalecer y ahora ella, la diva platinada, recuperó: la convicción de que las víctimas de las violencias son responsables de las mismas y se las merecen.
Qué paradoja: un año atrás la propia Vanucci, cuando contó las situaciones de violencia que había vivido durante su matrimonio con Fabbiani, se prestó a una producción fotográfica para la revista Caras, que se destacó en su portada, donde se la veía como una mujer herida, lastimada, con un vestido roto y con manchas rojas que emulaban sangre, y a la vez muy escasa de ropa y muy sensual, en poses eróticas, que terminaban banalizando el relato sobre su relación conyugal.
La violencia contra las mujeres es un problema social. Denigra a quienes la sufren, las humilla, desfigura, destruye su autoestima y muchas veces las mata. Al menos 260 mujeres fueron asesinadas en 2010 en el país por el solo hecho de ser mujeres. Esa cifra condensa la expresión más extrema del fenómeno. Pero la violencia machista adquiere distintas caras: golpes, abuso sexual, intentos de violación, acoso laboral, malos tratos en la atención hospitalaria de un parto o luego de un aborto.
La Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afcsa), ex Comfer, debe velar, a partir de la nueva ley de medios, por el cumplimiento de otra normativa, la Ley 26.485, de Protección Integral contra las Violencias hacia las Mujeres en todos los ámbitos de sus relaciones interpersonales. Esta ley define la violencia simbólica como aquella que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, iconos o signos, transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad.
Más allá de que se apliquen sanciones, si corresponden, sería esperable que líderes de opinión adorados por un amplio sector de la sociedad comprendan la gravedad que significa la naturalización y justificación de la violencia contra las mujeres, y el hecho de que no la cuestionen ni condenen. Y eviten expresar su admiración, como hizo esta semana Marcelo Tinelli en Showmatch, por un alguien –el ex boxeador Mike Tyson– que fue juzgado y preso por violar a una adolescente.
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