Martes, 13 de diciembre de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LOS DETENIDOS QUE COMPUSIERON Y GRABARON UN DISCO
Son presos de la cárcel de San Martín. Escriben los temas,
componen la música y ensayan en la unidad. Los acompañan
docentes de la Unsam. Y el jueves darán un show en vivo.
Los alambres de púa, altos sobre un muro. Dos, tres, cuatro rejas que se abren y cierran al paso de “los de afuera”. Las visitas de la Unidad Penal 48, complejo de cemento ubicado detrás del basural que tiene el Ceamse en San Martín, avanzan sobre el piso caliente. Llevan bafles, estuches con guitarras y cables como para poner una ferretería. “¡Alto Calibre, eh! ¡Alto Calibre!”, grita un preso asomando la cabeza por un ventiluz. Los muchachos –los que acaban de llegar y los que duermen dentro– saludan con la mano. En pocos minutos comenzarán a tocar, como cada viernes hace dos años, en una sala de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) ubicada dentro de la cárcel bonaerense. Semanas atrás, la banda terminó Rimas de Alto Calibre, disco compuesto y grabado íntegramente en el penal, que presentarán el próximo jueves con show en vivo en el campus de la universidad, a un par de kilómetros de la cárcel. “Hacia la libertad” es el tema que abre el ensayo, aunque Ariel (34), letrista de la banda y preso desde los 18, ataja: “Libertad no es que nos dejen salir de la cárcel. Libertad es salir de la droga, de la cocaína, saber que no necesito salir a robar”.
“¿Va, muchachos?”, pone orden Fabricio, guitarra al hombro, y el veinteañero del bongó, Diego, toma la posta con “La Guajira”. Los parches vibran bajo los dedos encintados en aisladora negra y el ritmo se apura. La habitación del Espacio Cultural Azucena Villaflor del Centro de Estudios Universitarios no tiene pared sin concepto, sin ídolo. Los coristas del penal cantan: “Se romperán las cadenas y mis sueños llegarán”, y plasmados con pincel o aerosol, el Eternauta de Oesterheld, un Rodolfo leyendo Operación Masacre y el perfil inmortalizado del Che cierran la ronda. Sorteando una silla, una caja vacía y varios cables, Pablo –pelo canoso– asume unos 20 segundos de solo en el teclado.
“La Guajira” fue la primera canción creada en el taller de música que iniciaron hace dos años Lautaro Merzari y José Lavallén, en el marco de un programa de extensión de la Unsam. En principio, estaba pensado como un curso de versada, que trabajaba la composición en octosílabos. Pero “un día estábamos laburando música tradicional cubana, en la que se usa mucho la octosílaba, y llegan dos chicos diciendo que tenían un tema”, cuenta Merzari. Con los meses, las canciones se empezaron a juntar, y el secretario de Extensión de Unsam, Alexander Roig, propuso hacer un disco. “El sabía que yo también trabajaba en La Burra Records, que era un proyecto independiente y autogestionado con el que estuvimos por México, Cuba y Colombia, grabando y aprendiendo de la música de familias del interior”, explica Merzari.
Entonces se cambiaron cuadernos y lapiceras por fletes repletos de equipos de audio. Iban armando cada viernes el estudio rodante por el que pasarían para grabar el músico y actor Andrea Prodan, la cantante de “Miss Bolivia”, Paz Ferreyra; el trombonista Alejo Ferro y el saxofonista Sergio Dawi. “La idea no es traer una pandereta y ponernos a decir: ‘Uy, ¡qué loco que podamos tocar música acá con personas privadas de su libertad!’; queremos hacer arte, porque es la producción humana natural por excelencia, lo que te da un carnet de individuo, de ser humano”, aclara Merzari. Juan Pablo de Mendonça, otro miembro del equipo de La Burra Records, agrega que si bien “hay un principio de desahogo, lo que después decanta es pura expresión y no un lamento”.
Entre los muchachos del penal circula un bidón de agua y un mate que arde. Miguel, recostado en una pared que acusa que “ningún pibe nace chorro”, dice que sirve para no sentir tanto el calor. Claudio pide a Página/12 que preste atención. El tema que sigue, “Hacia la libertad”, “habla de un pibe que cae preso por error de la vida y otro preso que cayó en cana por segunda vez, que le cuenta cómo es salir”. Es un rap, que interpretan Fabiano –natural de Arrecife, Brasil–, en el papel del nuevo del penal, y Ariel, que quedó –no sólo en la canción– preso por primera vez a los 18 años, estuvo, a los 20 años, dos meses en libertad y después volvió a entrar “por no delatar a un compañero”. Ahora Ariel tiene 34 años. Se sincera: “Es mucho tiempo, yo conocí casi todas las cárceles bonaerenses y me fui haciendo cada vez más duro. Antes me peleaba con todo el mundo, era muy de enojarme. Pensaba que iba a salir, y volvería a la misma, a salir a robar. Pero eso no es libertad. La libertad no es que nos dejen salir de la cárcel. Libertad es salir de la droga, de la cocaína, es saber que no necesito salir a robar. Escribir y hacer música me cambió”. “Hoy, me llena que otros pibes me vean y piensen ‘si él puede, yo puedo’”, cuenta Ariel.
Su hermano, Jonathan, cumple una condena en la misma unidad y hace coros para la banda. Cuenta que se criaron juntos en la Villa La Cava y siempre les gustó el rap. “Escuchábamos Snoopdog, Tego Calderón y Control Machete. Empezamos a componer en los buzones (celdas de castigo). Escuchábamos una canción y le cambiábamos la letra para contar lo que nos pasaba. No inventábamos entonces y tampoco ahora. Cantamos siempre con la verdad.”
El taller es abierto, y de eso da cuenta la puerta azul por la que irán pasando, una y otra vez, los compañeros de Alto Calibre que quieren escuchar. Por esa abertura van a llegar también Waltemar y Marcelo, integrantes de la banda que cumplieron su condena, pero volvieron a la penitenciaría a participar. Marcelo, que está afuera “hace seis meses y 18 días” y en un año será licenciado en Sociología, explica: “Cuando salís, la sociedad te pone una etiqueta de ex convicto con la que es muy difícil progresar, para todos sos un chorro. No entienden que en la cárcel no hay bestias, hay seres humanos y hay cultura; y si estamos o estuvimos acá es porque tuvimos necesidades que el Estado no pudo solucionar, porque nos criamos en una sociedad violenta, en la miseria –su crianza pasó sin conocer a sus padres y en un instituto de menores–”. Y estar “en la tumba”, piensa, no sirve para salir de esa marginalidad porque, en la cárcel, “la ley es la de la selva: no podés mostrarte débil porque fuiste, todo alimenta más violencia”.
De hecho, tres personas detenidas en el complejo denunciaron en marzo que los carceleros de la U48 los obligaban a robar para las autoridades y que funcionaba un desarmadero en una de las unidades. También se denunciaron torturas a detenidos, y hacinamiento y violencia en el pabellón de castigo.
“Con Alto Calibre no nos sentimos presos, nos sentimos liberados”, entona la banda hacia el final de la tarde. Seba, de remera verde a rayitas, se asoma del micrófono y dice que tiene “una mezcla de nervios y ansiedad por salir a tocar”. “Ponete a pensar que es un lugar con capacidad para unas 800 personas o más”, pide. El espectáculo será este jueves 15, a las 18, en el Campus de la Unsam, ubicado en la Avenida 25 de Mayo y Francia, en el partido de San Martín, a sólo cinco cuadras de la estación de trenes de esa localidad. El coordinador del grupo, Merzari, resume: “Durante cuatro horas por semana, desde hace dos años, nos encontramos en este cuartito. La desigualdad del sistema hace que se perviertan un montón de factores humanos, pero en este momento, en estas horas en que hacemos música, no hay muros, ni para ellos ni para nosotros”. El ensayo se extiende y vuelve a sonar “Hacia la libertad”.
Ariel, que lleva 18 años preso, empezó a componer en “los buzones” o celdas de castigo. Hace cuatro años conoció a Yamila, unos diez años más joven, en un penal de Campana y se enamoró. “Nena bolsita”, tema que le escribió, es una de las canciones que más suenan del disco Rimas de Alto Calibre. “Yamila estaba muy metida en la droga, no podía dejar el pegamento”, cuenta a Página/12.
“Ella se volaba, yo no podía creer lo que ella aspiraba”, canta Ariel, en el salón del Centro de Estudios de la Universidad de San Martín en la Unidad Penal 48 de esa localidad. La cantante de “Miss Bolivia”, Paz Ferreyra, lo ayudó a poner letra a su dolor: “Así nomás, ma, con la bolsita que se robó tu corazón, quedaste como frita. Con frío, toda fétida y sin fiesta. Como muerta, y ahora apesta. ¿Qué será de vos? ¿Qué será de mí? ¿Qué será de los momentos en que reí? Vos estás re loca, de gira por ahí”.
“Pues ella es mi vida y ya no sé qué hacer yo para recordarla, la amo demasiado y no quiero dejarla. Estoy siempre a su lado y haré cualquier cosa para rescatarla”, canta Ariel. Yamila hoy espera el tercer hijo de ambos, mientras lucha contra la adicción. Ariel cuenta a este diario que cuando salgan sueña con poder vivir en familia y llevar al barrio un poco de cultura porque “en la Villa La Cava (partido de San Isidro), la cultura es la de las armas y las drogas”. Eso, dirá, “es estar preso”.
“La libertad para mí no será salir de acá”, cuenta sentado en una mesa a unos metros de un alambre de púa. ¡Ojo!, “yo no quiero saber más nada de la cárcel”, dice. Pero, “lo que digo es que para mí libertad es salir de la droga, de la cocaína”. “Liberarme es saber que no necesito ir a robar nunca más.”
El tema que acaba de terminar lo detalla: “Yo tengo la razón, todo lo que hago lo hago de corazón. ¡Prepárense, putos!”. “Nena, sos tan bonita, no quiero verte con la bolsita”, remata el estribillo.
Informe: Rocío Magnani.
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