Miércoles, 22 de abril de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › ALBERTO MORLACHETTI, UN LUCHADOR SOCIAL POR LOS DERECHOS DE LOS CHICOS
Fue el creador del hogar Pelota de Trapo y tantos otros proyectos para llevar justicia a niños y adolescentes excluidos. Desde el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, visibilizó esa realidad. Con denuncia, pero también acción. Murió ayer, a los 72 años.
Por Carlos Rodríguez
“Nadie huye de la ternura”, era una de las tantas frases de sencilla belleza que Alberto Morlachetti regalaba en cada entrevista, en cada charla de amigos. Y las entregaba con su vozarrón, desde su cuerpo fornido, acostumbrado a recibir golpes; ayer, a los 72 años, una enfermedad devastadora le dio el empujón final a este cordobés que hasta parecía haber abandonado un poco la típica tonada de su provincia para buscar un sonido universal que llegara más rápido al corazón y a la conciencia. Fue el creador de Pelota de Trapo, que es mucho más que un hogar para refugiar niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad. Pelota de Trapo, con el aura de Morlache- tti, es un refugio madre y padre.
Desde la casa de todos, en Avellaneda, creó a fines de los ochenta el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, con un emblema que sigue vigente a pesar de su lucha y la de tantos otros: “El hambre es un crimen”.
Al confirmar la muerte de su creador, la Fundación Pelota de Trapo expresó que Morlachetti “testó a favor de los niños y de los jóvenes de los arrabales del mundo toda su fortuna: un generoso ramo de ideas libertarias, la belleza como insumo básico para el desarrollo, una utopía donde los niños sean curados con salivilla de estrellas, como le gustaba a él parafrasearle a Federico (García Lorca). Y la inmensa ternura con la que venceremos”.
Alberto Morlachetti nació y vivió sus primeros años en el campo cordobés, donde trabajó acompañando a su abuelo anarquista. Cuando llegó a Buenos Aires fue canillita en la zona de Gerli, donde su vida transcurría algunas veces en un conventillo, muchas otras en la calle. Con el correr de los años y con gran esfuerzo, estudió Sociología en la UBA. Detrás de la Facultad de Derecho tuvo largas charlas y compromisos asumidos con chicos que vivían en la calle.
Los partidos de fútbol de los llamados “sábados de chocolate” fueron la semilla de Pelota de Trapo, que se llamó así porque solían reunirse en una canchita con el suelo contaminado donde Armando Bó había filmado su película del mismo nombre. En un espacio que puede ser real, o leyenda, poco importa, Morlachetti, fana del Racing de Avellaneda, ubicaba a un desgastado Oreste Omar Corbatta, el loco wing derecho inolvidable de La Academia, mirando cómo jugaban los chicos pobres que soñaban con llegar a la Primera División.
En 1974 nació la Casa de los Niños, que fue construida con un crédito del Banco Credicoop; para acceder al préstamo, Morlachetti tuvo que hipotecar la vivienda en la que vivía. Pelota de Trapo llegó recién en 1982 y empezó en la canchita de fútbol ya descripta. Después vino una sucesión de nuevos emprendimientos para cobijar, enseñar y darles amor a miles de chicos a lo largo de más de cuarenta años. Esos pasos siguientes fueron el Hogar Juan Salvador Gaviota, la Escuela de Panadería Panipan, el Hogar Maternal Pulguitas, la Granja Azul de Florencio Varela.
Su mensaje siempre fue el mismo: “La sociedad debería tender a proteger a los niños, pero esta sociedad, por el contrario, se protege del niño. Las políticas de infancia son los institutos, el Servicio Penitenciario, las clínicas psiquiátricas. Son todas políticas represivas, no hay políticas protectoras de la infancia, como si las infancias pobres fueran infancias superfluas. Estos chicos están destinados a habitar el país de ningún lugar, de los sin derechos”.
Morlachetti decía que la pobreza era “una imposición que le pone a los pobres una pistola en la cabeza”. Solía expresar esas sentencias con un tono de culpa que no correspondía, pero él repetía siempre que había podido salir de ese pozo, mientras que muchos de sus amigos de la infancia, de la vida en la calle, se habían quedado sin rumbo en el camino porque la dura realidad “les había saqueado las palabras”.
Siempre tuvo en cuenta los consejos escuchados en la infancia, en algunos casos de su madre católica, que le encomendó “tomar la mano de los pobres” cuando tuviera que enfrentar la dureza de la vida. En otros momentos recordó a Antonio, su abuelo anarquista: “Los chicos transforman la naturaleza y las relaciones sociales” porque son “forjadores de derechos y de una nueva sociedad” más justa e igualitaria.
Fiel a legado de su abuelo, repetía que sin la niñez “es imposible que haya renovación humana”. Por eso siempre confiaba en los chicos porque ellos “son como heraldos que traen algo nuevo. Uno podrá pensar que es pensamiento mágico. Y sí, la vida tiene pensamiento mágico y pensamiento científico. La utopía de construir una sociedad más justa tiene mucho de pensamiento mágico”. El velatorio es en Uruguay 209, en la biblioteca de Pelota de Trapo, en Piñeyro, Avellaneda.
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