Miércoles, 22 de abril de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Jorge Elbaum *
La tradición intelectual judía tiene al Talmud como uno de sus libros más relevantes. Según un extenso consenso filosófico moderno, el Talmud es una de las primeras expresiones de la hermenéutica. En sus páginas se celebra el debate de la interpretación en cada párrafo de la Torá (antiguo testamento). Cada línea aparece significada, reinterpretada y debatida como ejemplo de exégesis y de acotaciones interpretativas. El Talmud busca “afinar” la verdad del texto y desmenuzar cada una de sus significaciones más profundas. El comunicado de la DAIA aparecido el día 21 de abril merece una –aunque sea mínima– hermenéutica.
El documento inicia afirmando “la representación política de la comunidad judía argentina”, y no hemos visto que haya hecho ninguna consulta colectiva para arrogarse esa representatividad. De hecho, de haber consultado a muchos de los judíos realmente existentes, hubiesen huido despavoridos antes de suscribir los párrafos que se analizarán a continuación. No me imagino que, por ejemplo, los cuatro mil firmante del “Llamamiento a un encuentro de argentinos judíos” –que realizará una asamblea hoy miércoles 22 de abril en Foetra, Hipólito Yrigoyen 3171, a las 18.30– se sentirían representados por quienes utilizan una ONG dedicada a la lucha contra la discriminación para abrogarse representatividades inconsultas y exiguas.
A continuación el texto de la DAIA eleva el tono de gravedad y anuncia: “expresa su consternación-preocupación respecto de imputaciones...”, cuando lo que debiera hacer es explicar la trama que llevó a acusar a la presidenta de la Nación a través de un escrito llevado a cabo por un fiscal que comentaba y consultaba diariamente a los dirigentes de la DAIA –algunos de los whatsapp entre Wolff y Nisman lo evidencian– los pormenores de los que sería en enero y febrero una intentona de golpe blando y, hoy, apenas una denuncia archivada por su falta de sustento y veracidad.
Más adelante el documento se encarga de subrayar que la trama Buitres, Nisman, DAIA ha sido basada en declaraciones de un ex empleado de la DAIA y actual funcionario del gobierno argentino, como si una, otra o ambas condiciones alcanzaran para anular la veracidad de los datos. Frente a estas desestimaciones sobre el fondo del artículo, cualquier rabino talmúdico se tomaría previamente un tiempo para realizar la hermenéutica aquí empleada: ¿son veraces las cartas que los representantes del partido republicano le envían a la Presidenta? ¿Es verdad que dichas cartas fueron financiadas por aportes de los fondos buitre? ¿Es mentira que Wolf, Knoblovits, Laura Alonso y Patricia Bullrich eran el círculo cercano a Nisman y que impulsaron la falacia recién desestimada por De Luca? ¿Es verdad que Nisman contrató a Mariela Ivanier, otrora empleada de la AMIA y desde hace un lustro consultora de Papel Prensa, La Nación y Clarín? ¿Es verdad que Knoblovits hizo una “gira” por Estados Unidos y habló en un acto junto al cubano Carlos Alberto Montaner, en la sinagoga Beth Torah Benny Rock Campus, Miami, en el cual se llamaba conjuntamente a homenajear al fiscal fallecido y a los “presos políticos del chavismo”? ¿Es verdad que el mismo secretario general de la DAIA afirmó en su visita a la patria de Washington que “es necesario internacionalizar la causa de la muerte del fiscal”, en clara alusión a la necesidad de intervención de países extranjeros en el fallecimiento/suicidio/homicidio? ¿Es verdad que el colega orador de dicho acto realizado, el tal Montaner, es un conocido integrante de la CIA comprometido en gran parte de los golpes militares en Centroamérica y el Caribe, el último de los cuales fue en Honduras, contra el presidente democráticamente electo Manuel Zelaya? ¿Es cierto que Montaner asoció a Nisman con Leopoldo López, el detenido venezolano acusado de planificar un golpe de Estado, afirmando que “tanto Alberto Nisman como Leopoldo López se sacrificaron personalmente defendiendo la democracia”? ¿Es cierto que, luego de esas analogías provocadoras, el orador posterior, Jorge Knoblovits, ni siquiera intentó desmarcarse del anterior discurso incendiario y, por el contrario, deslizó que el gobierno tenía responsabilidad en la muerte del fiscal? ¿Es verdad que el director político de la DAIA, Alfredo Neuberger, fue señalado por los Wikileaks –en los libros de Santiago O’Donnell– como el encargado de “interactuar” informativamente con la Embajada de Estados Unidos, pese a lo cual sigue siendo empleado de la DAIA?
En otro extracto del ampuloso comunicado se afirma que la nota del sábado pasado estaría “plagada” de falsedades y mentiras sobre supuestas confabulaciones internacionales de las cuales sería parte la entidad”, sin desmentir las “relaciones carnales” con el fiscal, ni las homologías –cronológicas y conceptuales– con los representantes republicanos y el Grupo de Tareas para la Argentina, traducción del inglés que les sienta bien a quienes pretenden hacer desaparecer el esfuerzo y la soberanía de nuestro país. Tampoco les parece necesario relatar las coincidencias más que obvias entre la derecha israelí –la DAIA– y el escrito de Nisman: curiosamente todos comparten la necesidad –y la expresan– de bombardear cualquier acuerdo que impida llegar al desarme nuclear o a la indagatoria de los ciudadanos iraníes sobre las que penden las alertas rojas.
En otro párrafo del documento se afirma: “La DAIA está próxima a celebrar el 80º aniversario de su fundación, nacida en 1935 para combatir el antisemitismo y la discriminación y representar a la comunidad judía ante los poderes públicos en sus diversos estamentos, contribuyendo permanentemente a consolidar una sociedad democrática, inclusiva y respetuosa de las diferencias”. No es llamativo que el extracto olvide algunas palabras originarias de la conformación en la década del ’30. La DAIA fue fundada para “luchar contra el fascismo y el antisemitismo”, y desde hace largos años la asociación civil de la calle Pasteur olvidó el término “fascismo” en algún cajón remoto del edificio trágicamente destruido en 1994. La segunda categorización del párrafo remite –nuevamente– a violentar simbólicamente al lector no avezado, autoinstituyéndose en una representación inconsulta: “... representar a la comunidad judía ante los poderes públicos”, asevera, intentando consolidar lo que ya aparece por lo menos cuestionado por múltiples voces que ubican a la DAIA, únicamente, como la representación de la derecha judía argentina”.
Con la intención de validar el argumento liminar de la “representatividad” se postula –en el último párrafo– que la DAIA posee “el respaldo de sus más de 120 instituciones adheridas y 26 filiales a lo largo y ancho del país”, falacia claramente verificable si se desmenuza la media verdad con un mínimo de veleidad talmúdica. De las 120 instituciones sólo tienen existencia real 40 de ellas, algunas de las cuales tienen la friolera de 5 a 10 asociados. Las restantes son “sellos” inventados para poder impactar con el número “enorme” de 120 asociadas. Si se trata de hacer un “peinado finito” se verá que hay “clubes y asociaciones” que ya no existen hace décadas, pero que se les permite votar y simular su existencia para ampliar la cantidad de sellos. Las “delegaciones” del interior de la que habla el comunicado se autoeligen –con roscas de intereses y amistades– que sus propias comunidades ni siquiera conocen o referencian. En síntesis, una representatividad “inflada” para impactar al Estado y seguir pidiendo reuniones con las máximas autoridades del Estado desde la apariencia de la totalidad judía.
Quizás sea hora de señalar que la relación entre lo judío y lo argentino está siendo usada para extorsionar a nuestro país. Existen dos fases para dicha postulación: por un lado, una ofensiva simbólica para convertir el judaísmo en una opción de clase. Se pretende difundir que –por ejemplo– que sólo se es judío si se es de derecha. Esta centrifugación busca asentar las bases de un judaísmo que olvida sus orígenes populares, campesinos, migrantes y progresistas. Se intenta borrar de un plumazo la historia de las mutuales solidarias que funcionaban como una red de sobrevivencia frente al acoso cosaco, nazi, fascista, patricio y las leyes de extranjería. Pero una de las facetas más peligrosa de esta pretendida reducción de lo judío por parte de AMIA/DAIA es la divulgación de que el Proyecto Popular (encarnado hoy en le kirchnerismo) es judeofóbico y antisemita. Esta segunda parte de la construcción simbólica y comunicacional en torno de lo judío/argentino intenta desprestigiar en el exterior a nuestro país asociando las políticas de inclusión con el fascismo. La palabra que usan como nexo para esa tergiversación es “populismo”.
Por el contrario, los argentinos judíos que nos identificamos con la tradición más humana, progresista y social debemos hacerle frente a esa manipulación para que no utilicen nuestra condición étnico/religiosa para difamar a nuestra patria. Tenemos –también– que denunciar estos manejos comunicacionales en tanto judíos comprometidos con nuestro pueblo, revalorizando la ética milenaria que nos exige una actitud compatible con la verdad, la dignidad humana y la vigencia de los derechos humanos. Y tenemos que hacerlo para evitar que se nos use como pretextos para desvalorizar todo aquello que intenta consolidar una sociedad diversa e inclusiva.
Luego de difundir su comunicado, la DAIA increpó a la presidenta de la Nación afirmando: “Le vamos a pedir a la Presidenta que se retracte” por coincidir en la correlación cronológica, ideológica, crematística y política en la cual convergen fondos buitres, Nisman, DAIA y los halcones norteamericanos e israelíes. Quizás, sería más talmúdico que lean hermenéuticamente la nota del sábado pasado, e intenten descubrir en la médula del texto, las obvias coincidencias y sus movimientos orientados a vulnerar la digna soberanía argentina frente a los buitres.
* Sociólogo, periodista, ex director de la DAIA. Embajador argentino ante la Alianza para la rememoración de la Shoá/Holocausto.
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