SOCIEDAD
Recorrido por el neuropsiquiátrico donde se impuso la dieta-crisis
Página/12 acompañó a una comisión formada por médicos, una diputada y la presidenta de la Asociación de Nutricionistas que recorrió el Melchor Romero. Allí un estudio mostró cómo bajaron de peso los internos por falta de comida. Uno perdió 18 kilos en 5 meses.
Por Horacio Cecchi
Pappo es Pappo pero no es rockero. Es un histórico del neuropsiquiátrico Melchor Romero. Un paciente crónico, internado en el hospital desde que se tiene memoria. Es voluminoso. O, era. Pappo, que superaba con facilidad el centenar de kilos, en el último mes bordeó con mucho esfuerzo los 90. ¿Dieta de algas? ¿Scardale? ¿Dieta de la sopa? No. Ni algas, ni Scardale, ni sopa. Pappo y 1200 pacientes más, recibieron la dieta Melchor Romero, una ración inexistente que, según un estudio realizado por los profesionales del hospital y publicado por este diario, provocó una pérdida de 4 kilos promedio en dos meses. Por el mismo motivo, la diputada bonaerense Cristina Suárez, la presidenta de la Asociación de Dietistas y Nutricionistas, Miryam Gorban, y dirigentes de la gremial de médicos bonaerenses (Cicop) visitaron ayer las deterioradas instalaciones del neuropsiquiátrico. Página/12 participó de la recorrida, esquivando goteras, sorteando pisos rotos y comprobando que, para controlar las 1892 raciones diarias distribuidas por el nuevo concesionario, el Romero cuenta con una sola nutricionista. Una tarea de locos.
El hospital Alejandro Korn, más conocido como Melchor Romero por estar ubicado en esa localidad, a escasos kilómetros de La Plata, tiene 167 hectáreas de extensión, y es del tipo de los antiguos hospitales, con pabellones distanciados, separados por amplias extensiones de terreno. El 24 de febrero pasado fue un día crítico para el Romero, mejor dicho, para sus pacientes. Ese día no hubo comida. Sólo en algunas salas, un té con leche “muy rebajado”, según señalan los partes de los jefes de las diferentes guardias. En realidad, enero y febrero en su totalidad fueron meses críticos, ya jugadas las cartas con la concesionaria Cassano, a la que el gobierno bonaerense le rescindió el contrato tanto en el Romero como en una decena más de instituciones hospitalarias. Según las autoridades, por incumplimiento del pliego de condiciones.
Durante ese período, los profesionales del neuropsiquiátrico, después de ver cómo los pacientes adelgazaban, iniciaron el estudio sobre 18 salas. Este diario tuvo acceso, durante la recorrida, a los resultados de la investigación que son alarmantes porque el promedio general del estudio (3,8 kilos de pérdida) fue ampliamente superado en muchos casos. No más, ver los resultados: en la Sala del Pabellón de Agudos, para hombres, el paciente identificado con el número 15, el sábado 16 de febrero pesaba 62 kilos y una semana más tarde, 58. Cuatro kilos en una semana. El “14”, 3,5 kilos. La Sala Lasegue, de pacientes crónicos, señaló 4,6 kilos de pérdida en promedio entre setiembre y febrero. El paciente “31” pesaba 88, y cinco meses más tarde, llegaba a los 70. El “19” de la Sala E, en febrero tenía 16 kilos menos que en junio pasado, acentuando la gravedad el hecho de que su peso era de 54 y ahora es de 38. El “23” de la Sala Cabred, en un mes, entre enero y febrero, perdió 7,5 kilos. El “11”, de la Solanet, nada menos que 31,9 kilos. En enero pesaba 74 y en febrero, 42,1.
“Estamos en un compás de espera –dice un jefe de sala–. Nos alienta que la calidad de comida mejoró en los últimos días. Pero no podemos cotejarlo con lo que se ha pagado para comer”. A unos 200 metros, en la Sala Griesinger, de pacientes crónicos varones, el paciente “16” perdió el 8,9 por ciento de su peso, 8,3 kilos, en los vericuetos de la crisis alimentaria. En el último temporal, el domingo pasado, la Griesinger también sufrió pérdidas: se le cayó parte del techo, y ayer, sin temporal pero con llovizna, una gotera regular y resistente caía, plic, plac, sobre la cama de un paciente. Los huecos, de todos modos, forman parte del panorama habitual: “El piso se rompe porque hay hormigueros”, dice una profesional mientras señala las baldosas levantadas en las salas. Y aunque tuvieran de comer, el comedor con techo de lata no lo hace fácil. “En invierno es helado, en verano caliente, llueve más adentro que afuera, y la limpieza, que está concesionada, no viene”, asegura Miguel Lescano, titular de la Regional platense de la Cicop. “Hay que darle un mes de tiempo al nuevo concesionario –aseguró Egidio Melía, director del Romero–, para que se habitúen a las grandes distancias que hay que recorrer. Todavía no tienen el timing. Las raciones llegan calientes a las salas que están cerca de la cocina, y fría a las más distantes. Pero la comida es buena”. “Por ahora –sostienen los profesionales–. Cada vez que cambiaron de concesionario, los primeros 15 días fueron los mejores, después se hizo un desastre. Hay que ver qué pasa con estos”.
El inmenso pabellón de la cocina es una promesa de cada administración. Todos aseguraron alguna vez que será refaccionada. Una de las cámaras frigoríficas está apuntalada con tirantes de madera para que su techo no se desmorone. La cámara de carnes freezadas está limpia, pero huele a ácido. En el mismo pabellón, la nutricionista se debate con su tarea imposible: debe controlar 1892 raciones diarias. Cada ración son 4 comidas: 7568 platos.
La comida entregada por los concesionarios también contempla raciones para médicos, enfermeros, camilleros, curas, monjas, un taller de bolsitas, otro de teatro, los caseros, una guardería. “Una vez dieron hamburguesa de pollo –relató un médico a Página/12–. De hamburguesa tenía lo redondo. De pollo, nada. Cuando me llevé un trozo a la boca, se disolvió como si fuera un paté muy ácido”. Tras la recorrida, la diputada Suárez presentará hoy un pedido de informes. “Además de la cuestión alimentaria que ahora parece haber mejorado, y de los techos, está el tema de los derechos humanos. Este, como cualquier neuropsiquiátrico, termina siendo un depósito de personas”.
La Cicop estudia un par de casos de muertes ocurridas durante la hambruna en el Romero. Los médicos los conocen como “los casos de los aspirados”. Aunque no están determinadas las causas de muerte, fallecieron el día en que volvió la comida. Se supone que por la ansiedad de llevarse a la boca, de golpe, todo aquello que faltó y que perdieron.