Jueves, 1 de septiembre de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Federico Saravia *
Vivir en comunidad implica necesariamente interactuar con los otros y encontrar soluciones comunes a las dificultades individuales y colectivas, como principio básico del ejercicio ciudadano. En los últimos años, se han multiplicado las iniciativas y las prácticas socialmente responsables de distintas organizaciones. Empresas, sindicatos, universidades, ong –entre otros tipos de organizaciones– han tomado conciencia del lugar que ocupan y se encuentran emprendiendo acciones de este tipo.
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando referimos a la cuestión de “emprender acciones de Responsabilidad Social”? Se trata de asumir una actitud de apertura en relación al conjunto social; entendiendo que ninguna organización puede desarrollarse en una comunidad que no se desarrolla. Es reconocer que nuestras acciones generan impactos de todo tipo. Nace de la conciencia de que, junto a otros, somos parte de la misma comunidad: con ellos es posible trabajar en red, en forma cooperativa, aprendiendo, anticipando posibles obstáculos, innovando, creciendo, avanzando.
Cuando hablamos de Responsabilidad Social, estamos conjugando responsabilidades individuales con responsabilidades institucionales, que surgen de la naturaleza de las organizaciones sociales, a través de las cuales nos integramos al conjunto social. La Responsabilidad Social no se trata de “lo que puedo hacer”, en tanto individuo, sino de “lo que podemos hacer” como práctica colectiva en función de un objetivo común y al servicio del bienestar general, la sustentabilidad democrática y la mejora de la calidad de vida.
Las iniciativas y prácticas socialmente responsables que distintas organizaciones han emprendido en este último tiempo nos permiten repensar el rol de la Responsabilidad Social con el objetivo de avanzar hacia la consolidación de este nuevo paradigma, que estrecha los vínculos entre las distintas organizaciones con su comunidad. La universidad pública ha dado pasos importantes en este sentido, dándole un marco institucional a las prácticas solidarias y de “extensión universitaria”, así como generando programas de formación de líderes sociales. La Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) fue pionera en este sentido.
Vale destacar que sólo en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires tienen su sede cerca de 5000 organizaciones no gubernamentales que, con mayor o menor visibilidad, trabajan todos los días en las áreas más diversas, con el desafío de sumar esfuerzos para vivir mejor en Buenos Aires. Dar de comer, promover la salud, reclamar justicia, investigar, planificar, alfabetizar, son algunas de las múltiples acciones que hacen al muy vasto panorama asociativista de la Ciudad y que motivaron el reciente informe publicado por el Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires (Cesba) con el objetivo de reflexionar en relación al crecimiento de las ONG y su impacto en la vida cotidiana de los porteños. Ante este panorama, se torna necesario continuar generando y compartiendo conocimiento para dotar de sustento teórico y práctico a las acciones solidarias de las distintas organizaciones.
Saludablemente, Argentina ha venido dando pasos muy importantes en el camino de la Responsabilidad Social, con una dirigencia que independientemente de su signo político comprendió que el Estado debe estar presente en áreas como la salud, la educación o el medio ambiente, con empresas que ya vienen explorando hace varios años la importancia de la Responsabilidad Social y con una universidad pública que, a través de la metodología del aprendizaje-servicio, ha decidido dar un paso más desde su tradicional “extensión universitaria” para poner definitivamente la producción de conocimiento al servicio de la comunidad.
Transitamos una etapa donde las organizaciones han adquirido un nuevo protagonismo. Donde el contexto internacional se ha predispuesto mucho más, en relación a décadas anteriores, a discutir las viejas categorías de centro y periferia, dando paso a la multiculturalidad, la diversidad, el encuentro y la complementariedad entre naciones. El avance tecnológico también ha permitido derribar algunas viejas contradicciones en relación a la producción y circulación de información a través de internet y las redes sociales. El mismo papa Francisco ha expresado la necesidad de trabajar juntos por desarrollos económicos que sean más inclusivos, por la revalorización de los jóvenes, y la familia, como aspectos fundamentales.
La meta ahora, ya entrado el siglo XXI, es que todo este camino recorrido nos permita dar un salto de calidad en las prácticas solidarias donde el principal objetivo sea la sumatoria de esfuerzos y donde el conjunto de las organizaciones pueda trabajar en conjunto para lograr el desarrollo del país, en todas sus diversas regiones y de manera inclusiva. La conformación de una sociedad más justa –una ciudad moderna y de iguales– solo será posible mediante la adopción de una nueva mirada, de una nueva forma de pensar y de hacer. Una nueva actitud, que parta del trabajo colaborativo, la construcción de consensos y la visión compartida. Una nueva perspectiva, que emprenda y que –fundamentalmente– transforme.
* Presidente del Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires.
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