SOCIEDAD
Los casos de crímenes impunes, con aire propio en Radio Nacional
En el marco del Programa Antiimpunidad, lanzado por el gobierno nacional para asesorar a familiares de víctimas de la violencia, un programa difunde denuncias e historias de la impunidad. Lo conduce la madre de uno de los jóvenes asesinados en la Masacre de Floresta.
Por Carlos Rodríguez
Ella se define como “apenas una ama de casa (como si el esfuerzo diario de una jefa de hogar fuera algo menor), que tuvo que salir a la calle”, como tantas otras madres, después de la tragedia. El 29 de diciembre de 2001, en un arrebato siniestro, el policía Juan de Dios Velaztiqui le asesinó a balazos a su hijo mayor, Adrián Matassa, de 23 años, y también a dos de los mejores amigos del joven, Maximiliano Tasca y Cristian Gómez. A pesar del drama, que será eterno, Angélica Van Eek, la mamá de Adrián Matassa, encontró una luz. De ser “la esposa” del dueño de una inmobiliaria, pasó a cocinar para los comedores de las villas, a realizar trabajo social solidario y hoy es conductora de un programa que se emite por Radio Nacional y que está abierto “a todos los familiares que son víctimas de crímenes impunes, sobre todo en el interior del país, porque como se dice, Dios atiende en Buenos Aires”. En la primera emisión, Angélica contó su historia, en primera persona. “Adrián nos hizo esperar nueve años, hasta que pude quedar embarazada. Yo lo vestí por primera y por última vez. Es increíble el diálogo con el cuerpo de tu hijo muerto, contar lo que sentís, hallar la paz y la belleza en un momento como ése. No es ver pintada La Pasión, es vivir La Pasión.”
Diálogos de Paz, una idea de Angélica, tiene también como conductor a Avelino Tamargo, coordinador del Programa Antiimpunidad lanzado por el Gobierno en noviembre del año pasado para tratar de brindar asesoramiento a los familiares de víctimas de la violencia. En la mayoría de los casos, son personas de escasos recursos y los victimarios agentes del Estado, aunque también abundan los hechos en los cuales la Justicia no actuó con la celeridad debida o directamente no intervino. “A esta altura nosotros pensábamos tener unos 200 o 300 casos, pero ya reunimos 970 y con el programa, como Radio Nacional llega a todo el país, seguramente la lista de impunidades va a seguir creciendo”, dijo Tamargo a Página/12.
En cuanto al resultado que arroja la intervención directa del Estado para darle impulso a las investigaciones, Tamargo se mostró optimista: “Los éxitos son diarios, porque hay casos nuevos y porque los fiscales comienzan a reactivar otros trámites que estaban paralizados”. Uno de los casos que se está reactivando es el juicio oral por la muerte de la niña Marcela Iglesias, ocurrida en 1996, que fue suspendido este mes y está envuelto en una maraña de planteos judiciales. En el programa, la locución –es la única que tiene experiencia en el medio– está a cargo de María Fernanda Heras y participa como asesor jurídico el abogado Oscar Rodríguez Robledo. El personaje, en la primera emisión –el ciclo va todos los viernes a la medianoche– fue Angélica Van Eek, una mujer de carácter que esconde la ternura y el dolor detrás de una máscara que parece monolítica, pero que se quebró al recordar la vida que ella engendró y a la que le puso fin un anciano policía de gatillo fácil, hoy condenado a perpetua, que podría obtener el beneficio de la prisión domiciliaria en siete años, cuando cumpla los 70.
“Yo tenía la idea de hacer el programa, lo charlé con el ministro (Gustavo) Beliz y aquí estoy, de conductora, sin ninguna experiencia, pero con muchas ganas.” En el programa de apertura, para ponerle el cuerpo a la iniciativa y a sugerencia de Tamargo, Angélica contó su propia historia. “Nueve años lo esperamos y cuando lo tuvimos se convirtió en el dueño de la casa”, dijo Angélica al recordar lo que significó el nacimiento de Adrián, el primogénito. Después vinieron sus otros dos hijos, Guillermo, que hoy tiene 22 años, y Guillermina, de 18.
“Los recuerdos siempre comienzan con los pañales, con la primera vez que subió al micro escolar, tenía 3 años, para empezar el jardín de infantes. Mi hijo no era solamente él, eran él y sus amigos, sus noviecitas. Más de una vez, como todos vivíamos en el barrio (de Floresta), yo muchas veces pasaba por el bar de una esquina y me llamaban. Nos tomábamos una cerveza, hasta me invitaban para que fuera al Morocco. Yo me quedaba en la barra y él andaba por ahí, con los chicos. Si encontraba alguna noviecita, venía, me saludaba y se iba. Todo me quitaron.”
El relato de Angélica sale natural, sin golpes bajos, apenas algunos suspiros entrecortados, una pausa, alguna lágrima y la alegría de encontrar consuelo ayudando a los demás. “Cuando uno mira el cuadro de La Pasión, apenas ve la obra del artista, no medita sobre lo que significa. Por lo menos eso es lo que a mí me pasaba. Pero yo viví La Pasión cuando tuve que vestir el cuerpo de mi hijo muerto. Te juro que no lloré, tenía mucha paz a pesar del dolor. Lo vestimos junto con Pablito Lorenzo, uno de sus mejores amigos. Yo le hablaba a ese cuerpo, recordaba cosas, le contaba la historia que había comenzado con la espera de nueve años hasta quedar embarazada, con los pañales, con el micro color naranja que los llevaba al jardín, con las cervezas compartidas en los bares. A pesar de todo, en ese momento, encontré la belleza de la paz.”