SOCIEDAD › VECINOS Y AMIGOS SE MOVILIZARON EN TIGRE POR SU LIBERACION

“Un silencio que grite por Cristian”

Al cumplirse una semana del secuestro de Cristian Ramaro, una multitud participó de una marcha de silencio. Otros familiares de víctimas de delitos también participaron de la movilización. La familia pagó el rescate, pero los secuestradores exigen más dinero.

 Por Pedro Lipcovich

“El pibe era un amigazo, un compañero de la isla, y va a ser justo que lo devuelvan con vida”, dijo Chicho, isleño, integrante de la pequeña multitud de amigos y conocidos de la familia Ramaro que marchó ayer por las calles de Tigre para pedir por la liberación de Cristian. La movilización se realizó en silencio y participaron personas de distintos estratos sociales. “Hagamos un silencio fuerte, un silencio que grite y llegue a los que organizan el delito”, dijo el titular de la parroquia del Delta; los manifestantes rezaron en conjunto por el regreso del secuestrado. “Nosotros somos gente de trabajo. Estamos destrozados”, dijo el tío del joven. Los padres permanecieron en la casa, donde recibieron a Juan Carlos Blumberg. Cristian Ramaro permanece secuestrado desde hace una semana: la familia ya pagó el rescate que había convenido con sus captores, pero éstos pidieron “más plata”. Los investigadores especulan con la posibilidad de que parte de la banda se haya quedado con todo el dinero y que por eso los otros, ahora, piden más.
Aun antes de que empezara la marcha, impresionaba el contraste entre el silencio absoluto de las personas –de distintas edades y orígenes– encolumnadas junto al puerto de Tigre, y la cantidad de pancartas, improvisadas, que portaban: “Necesitamos a Cristian con vida por el amor de Dios”; “Liberen a Cristian”; “Te estamos esperando”, e incluso “Fuersa Cristian te apollamos”. Algunos llevaban velas, y un vendedor las ofrecía a un peso las comunes y dos pesos las que vienen en vasito. A las seis en punto de la tarde de ayer empezaron a andar. Encabezaba la columna una mujer, tía del joven secuestrado, que apretaba contra su pecho una imagen de la Virgen María en una caja de vidrio.
Al cruzar el puente sobre el río Luján, la marcha se detuvo por primera vez. El sacerdote Juan Martín Di Lernia, a cargo de la parroquia del Delta, pidió rezar para que a los secuestradores de Cristian Ramaro “el Señor los ayude a buscar la luz”, y pidió “que Dios cuide a Cristian, ya que está lejos de su mamá”. Cuando el cura terminó de hablar, una voz gritó “¡Cristian!”, le contestaron “¡Presente!”, y al repetirse grito y respuesta se produjo un doble vértigo: primero, porque ese “¡Presente!” suele pronunciarse por quienes ya no volverán y, después, porque el “¡Cristian!” volvió a sonar cinco, siete veces, ya se repetía indefinidamente como en una pesadilla hasta que la voz se quebró, no pudo seguir, y hubo un callado alivio.
A unos cien metros de la casa de los Ramaro, en la calle Lavalle al 800, frente al río, la marcha volvió a detenerse: “Hagamos un silencio fuerte, un silencio que grite y llegue a los que organizan el delito, para que se acaben estos actos que hacen mal al conjunto de la sociedad, porque la destruyen, la fragmentan”, habló el cura.
El pequeño jardincito y una camioneta frente a la casa estaban sembrados de pancartas. “Dejen de hacernos sufrir. Queremos a Cristian por favor.” “Cristian, todo Tigre te espera.” “Cristian. Los isleños te queremos y esperamos.”
El cura Di Lernia contó a este diario que “los Ramaro son de Arroyo Naranja: gente de barrio, isleños. Víctor Ramaro, el padre de Cristian, empezó como empleado en la empresa de lanchas Interisleña hace 30 años, y de a poco fue comprando partes de la compañía. La empresa se estaba cayendo, él logró levantarla con su trabajo y eso fue muy importante porque en las islas, si la lancha deja de pasar, ya no se puede vivir”.
El portador de la pancarta que hablaba en nombre de los isleños era un hombre morocho, curtido, de mediana edad: “Cristian era un pibe que compartía todo –contó al cronista, sin darse cuenta de que hablaba en tiempo pasado–: trabajaba con el padre, venía a los bailes, era un amigazo, un compañero de la isla, y va a ser justo que lo devuelvan con vida”. El isleño se llama José, pero le dicen Chicho.
Ya frente a la casa de Cristian, la imagen de la Virgen fue precariamente entronizada en el capot de una camioneta, y por largo rato sólo se escuchó el coro murmurado de Avemarías y Padrenuestros. No hubo más palabras, salvo, en voz baja, las de Antonio Larrosa, tío de Cristian: “Todos nosotros somos gente de trabajo. Toda la vida hemos trabajado, para que nos quiten a Cristian. Estamos destrozados”. Las pancartas innumerables seguían pidiendo: “Tigre te espera, Cristian”; “Gordo: todos te hacemos el aguante”; “Piedad y libertad”.
Concurrieron también a la marcha varios padres que perdieron a sus hijos en situaciones delictivas: Luis Bordón, Elsa Schenone, Edgardo Aló y Juan Carlos Blumberg. Este último entró en la casa y permaneció más de media hora junto a los padres de Cristian; cuando se retiró, la madre apareció junto a él bajo los efectos de una crisis de nervios, pidiendo: “Basta”.
Cristian Ramaro, de 23 años, fue secuestrado el martes de la semana pasada, cuando salía de su casa en una camioneta. El viernes pasado la familia habría hecho efectivo un pago de 250 mil pesos, pero Cristian no fue liberado. El sábado por la noche, los padres recibieron una “prueba de vida” consistente en un casete con la voz del joven leyendo el diario de ese día, y el domingo a la familia le llegó otro llamado de los secuestradores: “Junten más plata”.
Investigadores del caso planteaban ayer la hipótesis de que los secuestradores que cobraron el rescate se quedaron con la totalidad del dinero, “mejicaneando” al resto. Las bandas de secuestradores suelen estar divididas en tres células: la que efectúa el secuestro; la que “guarda” a la víctima y la que negocia y cobra.
Trabajan en el caso la Dirección General de Investigaciones de la policía bonaerense y la DDI de San Isidro, y participaría también personal de la SIDE. La fiscal federal de San Isidro Rita Molina intervino de oficio, ya que la familia no efectuó la denuncia. Ayer León Arslanian, ministro de Seguridad bonaerense, negó “por el momento” que algún policía esté implicado en este secuestro.
Cristian es diabético, enfermedad que habitualmente controla sin medicamentos, cuidando sus comidas; en la familia crece el temor de que pueda descompensarse por mala alimentación. Su padre está a su vez en condición delicada, con un pico de presión.

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Amigos y vecinos de la familia Ramaro, con velas y pancartas, rezaron por la liberación de Cristian.
 
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