SOCIEDAD
¿Podría ocurrir aquí una tragedia como en Asunción?
Aunque hay mayor seguridad, nadie controla los planes de contingencia que deben existir en esos lugares.
Por Raúl Kollmann
Cuando a los expertos en seguridad se les pregunta si lo que ocurrió en el hipermercado Ycuá Bolaños, en Asunción, puede ocurrir en la Argentina, la respuesta –tal vez asombrosa– es que no y que sí. Es más, en realidad ya ocurrieron hechos parecidos en la Argentina. Y no una, sino varias veces. Las más conocidas, la discoteca Kheyvis, donde murieron 17 adolescentes, y también los operativos que siguieron a los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, donde las ambulancias no podían entrar ni salir, mientras que la gente que supuestamente ayudaba pisaba sobre los escombros y le quitaba el poco aire que tenían –matándolos– a los que abajo de los escombros todavía sobrevivían. Mucho antes todavía se puede hablar de la masacre de la Puerta 12 en la cancha de River. Pero haciendo un paralelismo más directo, lo cierto es que los hipermercados y grandes centros de concentración de gente tienen mejores instalaciones que el Ycuá Bolaños, pero al mismo tiempo suelen tener manuales de lo que debe hacer su personal en caso de una emergencia: incendio, una bomba, una explosión, un loco que dispara. El problema es el que el Estado no controla si ese personal está bien entrenado, si los manuales son adecuados o no y, por lo tanto, es imprevisible la respuesta en el momento de la emergencia.
En Asunción, aunque las instalaciones hubieran sido adecuadas para casos de incendio, lo decisivo fue el comportamiento del personal de cerrar las puertas.
Según coinciden en señalar expertos en hipermercados y supermercados, intendentes y hombres de Defensa Civil, todos consultados por Página/12, hay semejanzas y diferencias que podrían llevar a resultados parecidos al de Paraguay o a resultados muy distintos.
En general, las cadenas internacionales tienen manuales para casi todo lo que debe hacer su personal, desde la atención del cliente hasta las emergencias. Este diario le preguntó a un intendente del Gran Buenos Aires, donde están radicadas dos sucursales de las cadenas más grandes del mundo, si existe alguna constancia del municipio de que el personal está efectivamente entrenado para responder en caso de bomba, incendio o cualquier desastre de envergadura. “No, el control lo tienen ellos –admitió el intendente–. Ellos no quieren ninguna catástrofe en ningún lugar del planeta porque les ensucia la marca, pero si ocurre algo, no sabemos cómo van va reaccionar.”
Todas las fuentes consultadas por este diario coinciden en que la calidad de la construcción y el control sobre esa construcción es mucho mayor en la Argentina que en Paraguay. Es decir que no hay un hipermercado que pueda pagar una póliza de “seguridad e higiene” –así se llama– a un precio razonable, si los materiales no tienen determinada resistencia al fuego, si las salidas no son amplias y señalizadas, si las puertas no se abren hacia fuera, si no hay matafuegos, rociadores y una instalación hídrica adecuada. “Si no tenés certificado de Bomberos, que lo expiden en forma anual, te clausuran, pero además el seguro te cobra una fortuna que no podés pagar”, relató uno de los hombres que más tiempo lleva en el negocio de los grandes centros comerciales.
–¿Puede ocurrir que el personal tome una decisión equivocada y cierre las puertas produciendo una masacre? –preguntó este diario a los distintos expertos.
–Sí, puede ocurrir –fue la respuesta casi unánime. Todos reconocen que no hay entrenamiento adecuado ni simulacros serios en el que el personal practique qué hacer ante cada circunstancia. Las instalaciones son mejores, aunque también es cierto que en el Ycuá Bolaños había 700 personas este domingo y en un hipermercado argentino puede haber 1500 en un domingo habitual. Pero tomado literalmente lo sucedido en Asunción, en la Argentina no hay control alguno del Estado sobre la reacción que adoptarían dueños, responsables y el personal que afronta la emergencia. En muchos casos se depende de manuales de instrucciones para casos graves que nadie sabe si se van a aplicar y en otros casos esos manuales ni siquiera existen y el personal, los encargados de guiar a la gente para que se salve, es casi seguro que entren en igual o más pánico que los ocasionales visitantes al centro.